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El caso Cooper: la pesadilla de cualquier protectora

Saber a ciencia cierta cuántas protectoras de animales hay en España es complicado. Aparecen muchas cada año, mientras que otras cierran o cambian de gestión. Unas tienen recintos como refugios y otras solo cuentan con casas de acogida. Algunas son muy grandes, incluso se encargan de gestionar perreras locales, y hay otras que son tan pequeñas que ni figuran en los registros como asociación. Lo que es seguro es que todas y cada una de ellas han sentido un escalofrío con el caso de Cooper.

“Nos han llegado mensajes de apoyo desde toda España”, comenta Carla Miranda, voluntaria de Defaniva y la casa de acogida que rescató a Cooper de la calle en un municipio vallisoletano. “Una adoptante nos llamó diciendo que había dos perras a las que apenas cuidaban y que una de ellas estaba preñada. Tuvo 12 cachorros y no teníamos 13 casas de acogida disponibles en ese momento. Así que les ayudamos, les mantuvimos a salvo hasta que salieron acogidas dentro y fuera de la protectora. El primero que salió de la calle fue Cooper, que me lo quedé yo en casa”.

Así pasaron seis meses, ya que el cachorro, al ser mezcla de pastor alemán, y prever que tendría un tamaño mediano-grande, era de los que menos atención reciben de futuros adoptantes. De hecho, nadie se interesó por él. “Una familia se interesó por otra perra que por su carácter no encajaba con ellos, y decidimos mostrarles a Cooper”, explican desde Defaniva. Aseguran que la niña de la familia se enamoró del perro al momento. Y fue recíproco. “Cooper tenía muchos miedos, solo parecía estar tranquilo con dos personas: con esa niña y conmigo”, relata Carla.

La familia pasó todos los filtros de la protectora: cuestionario, entrevista personal, seguimiento. Además, era del mismo pueblo que la voluntaria de acogida y todo parecía normal: una madre ama de casa, un padre militar y una niña de seis años. Los días siguientes a la adopción también fueron modélicos. “Hablábamos como mínimo una vez a la semana, hasta que el perro fue superando los miedos y aparentemente estaba más adaptado a la casa”.

Con los 90 perros de media que salen en adopción en esta protectora y las cuatro personas que están de manera fija ayudando, la imposibilidad de hacer un seguimiento constante es claro. Pero cuando tres meses después de no tener noticias la familia no coge los teléfonos, Defaniva no tarda en actuar. “Nos presentamos allí al día siguiente”, explica la presidenta de la asociación, Tatiana Díez, que asegura que pensaban que habrían regalado el perro, que se lo habrían dado a alguien, y que por eso no cogían el teléfono o les colgaban. Nunca imaginaron lo que realmente había pasado.

Cuando localizan a la madre y a la niña en un parque cercano, siguen sin tener respuestas de qué ha pasado con Cooper. Hasta que la niña asegura a Carla que el perro está muerto en casa. “Por suerte no me dejaron ir sola”, recuerda ahora la voluntaria con mucho dolor, a la vez que agradece que sus compañeras de la protectora y su hermana no la dejaran subir a la casa. Quien subió al domicilio con la madre fue Tatiana. Descubrió que el cadáver de Cooper estaba en la cocina, en avanzado estado de descomposición, debajo de unas mantas y con un trapo entre las mandíbulas. La presidenta de Defaniva mantuvo la sangre fría y avisó a la Guardia Civil. “Si llegamos a llamar a la policía diciendo que hay un cadáver de perro, no van”, comenta. “Teníamos que entrar nosotras en la casa y que la señora dejara la puerta abierta hasta que llegara el Seprona”.

“La cocina está pared con pared con la habitación de la niña. Esa niña ha tenido que oír por las noches el ruido de las moscas”, reflexiona. Carla, que con el consentimiento de la madre se quedó en el parque con la pequeña, comenta que fueron ellas, las voluntarias de la protectora, quienes evitaron que la niña viera cómo sacaban los restos de Cooper. “Es una víctima más”. Añade que la sorpresa en el pueblo es generalizada, incluso la de esos vecinos que solo habían notado que el perro ya no estaba, pero no sabían que llevaba muerto tres meses en una cocina del piso de al lado.

Un problema de la sociedad, no de las protectoras

“Lo primero que pensé fue en las chicas de la asociación, lo que tenían que estar pensando y pasando. Nos puede pasar a todas, por más filtros que hagas y por más cuidado que tengas. Con lo que sufres al rescatar a un animal, lo que luchas para que recobre la alegría, y que luego acabe en unas manos así”, explica María Santiago, presidenta de la Asociación Animalista La Manada de Madrid.

En su protectora, pequeña y todavía solo de gatos, pasan un cuestionario y una entrevista personal antes de dar a un animal en adopción. Explican las condiciones para llevar a cabo el proceso: chip, vacunas, esterilización (o compromiso si el gato es muy pequeño); así como las condiciones de la casa, la calidad de la alimentación o si hay otros animales en la familia. “Hay gente que ante eso ya se echa para atrás”, comenta, y reconoce que es imposible evitar que sucedan cosas como la ocurrida en Valladolid. “Asusta mucho pensar que gente así está entre nosotros, que parecen personas normales y pueden hacer esto”.

Aunque los protocolos cambian, siempre hay filtros a la hora de la adopción en las entidades dedicadas a la protección animal. Incluso si disponen de instalaciones físicas. Es el caso de la protectora coruñesa Apadan, a la que hay que contactar previamente por email, redes sociales o teléfono, aunque mucha gente se acerca directamente al refugio. “Si vienen, se hace una entrevista personal exhaustiva, donde explicamos las condiciones del contrato y preguntamos sobre el tipo de vida va a llevar el animal. Si ya tienen un perro en casa, les pedimos que vuelvan con él otro día para verlo y ver cómo se comporta. Nos sirve para testar también cómo se podrían llevar los dos”, explica su presidenta, María Díez. El volumen de perros y gatos que salen adoptados de la protectora es muy alto, por lo que también es alto el número de devoluciones o de animales que ellas mismas se ven obligadas a requisar: “Hace un tiempo dimos a un perro para vivir en un piso y acabó en una finca. En cuanto fuimos a buscarlo para llevárnoslo, el dueño lo soltó y nos costó horas encontrarlo”.

Sobre el caso de Valladolid, en Apadan lo tienen claro: “A pesar de todos los controles, alarmas y medios que se puedan tener, los fallos existen, porque hay patologías o intenciones humanas que es imposible detectar. Eso no significa que las cosas se hayan hecho mal”, comenta María. “Hay que sacar fuerzas de todo lo positivo y hay que seguir adelante utilizando todos los medios posibles para minimizar riesgos y para que los comportamientos anómalos y dañinos tengan castigo. Porque al final el mal solo triunfa cuando el bien claudica, y eso no se puede permitir”.

Otros animales, como conejos, tortugas o hurones, no son diferentes (o no deberían serlo) a la hora de adoptar. Desde la protectora Rabbit Rescue explican que sus protocolos para asegurarse de que los adoptantes serán óptimos para los animales son muy escrupulosos también. Piden un cuestionario, una visita previa, el contrato de adopción, la obligación de chip (o identificación en caso de que las características del animal no lo permitan) y seguimiento. Por fortuna, comenta Isabel González, nunca han tenido ningún problema con una adopción, “en parte por las características tan delicadas de este tipo de animales”.

Como miembros fundadores de la Federación Española de Protección Animal, están trabajando en dos acciones. Por una parte, la unificación de los criterios y contratos de adopción. Por otra, la obligación de identificar a cualquier animal de compañía y que no se permita la tenencia de animales que no puedan ser identificados. “Un animal que no esté identificado es un animal que no existe oficialmente, por lo que no se le pueden aplicar las leyes de protección”. Sobre el caso de Cooper, Isabel no repite otra cosa que no sea el adjetivo “horrible”. “Siguiendo un protocolo tan estricto en las protectoras, qué pasará con animales que se dan de cualquier manera”, comenta, refiriéndose a perreras municipales y otras entidades en las que con solo pagar te entregan el animal, sin más preguntas.

¿Habrá consecuencias tras la muerte de Cooper?

“Es que ahora mismo da igual que hayas sacado un perro hace un mes y vayas a por otro. No se sabe nada si ese perro va a ser usado para criar, como sparring, en carreras…”, comenta la presidenta de Defaniva, que señala además la falta de control sanitario en muchas perreras.

Tatiana sigue muy de cerca los informes que están elaborando desde el Seprona tras el descubrimiento de la muerte de Cooper. Pese a que no puede comentar aún nada sobre la necropsia del perro, adelanta que se van a presentar como acusación popular en el caso. “Se va a intentar hacer una denuncia colectiva de todas las protectoras que quieran sumarse, porque queremos sentar un precedente a nivel nacional”, explica.

Su compañera, Carla, se muestra menos positiva. “Por Cooper, sabemos casi seguro que no va a pasar nada. Porque lo vivimos a diario, por muchas pruebas que des. Es un perro y ya está...”

Para la abogada de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Madrid (SPAP), Arancha Sanz, es posible que haya pruebas “suficientes” para obtener una condena, aunque recuerda que muchas veces “depende de la sensibilidad del que actúa, tanto la Guardia Civil como el juez”. Comenta que “muchas veces se trata el delito del maltrato animal como un delito de segunda”, aunque cree que “cada vez hay más avance” y considera que “este caso es lo suficientemente grave como para que alguien entre en prisión”.

Esperando el procedimiento legal, las protectoras coinciden en que hace falta una implicación mayor por parte de las administraciones. “Queremos que se endurezcan las penas, que se cumplan las leyes, que se sancione a quien haga esto”, explica el equipo de Defaniva. Resalta además que el presunto maltratador de Cooper es militar.

Desde Apadan resaltan que el Estado tienen que implicarse en la acción preventiva y en tomarse en serio la protección animal. “Deberían tomarnos en serio en los tribunales y en los juzgados”. Además, las protectoras también resaltan la incapacidad que tiene para hacer valer los contratos de adopción cuando no se cumplen las cláusulas o cuando es urgente retirar al animal. “Es un contrato privado entre partes y tiene completa validez”, destaca la abogada de la SPAP, que insiste en que gracias al seguimiento de la protectora se ha logrado descubrir el final de Cooper. “Yo pediría que las personas que tienen animales a su cargo tuvieran que pasar un curso y un examen, porque hay muchas personas que no están capacitadas para ello”.

En Defaniva no quieren quedarse de brazos cruzados mientras no haya fecha de juicio, por lo que convocan por segunda vez a la ciudadanía para mostrar su repulsa por lo sucedido con Cooper y para pedir que las leyes contra el maltrato animal sean una prioridad política y social. Será el próximo domingo 9 de septiembre a las 12 en el parque canino de Moreras de Valladolid.

Saber a ciencia cierta cuántas protectoras de animales hay en España es complicado. Aparecen muchas cada año, mientras que otras cierran o cambian de gestión. Unas tienen recintos como refugios y otras solo cuentan con casas de acogida. Algunas son muy grandes, incluso se encargan de gestionar perreras locales, y hay otras que son tan pequeñas que ni figuran en los registros como asociación. Lo que es seguro es que todas y cada una de ellas han sentido un escalofrío con el caso de Cooper.

“Nos han llegado mensajes de apoyo desde toda España”, comenta Carla Miranda, voluntaria de Defaniva y la casa de acogida que rescató a Cooper de la calle en un municipio vallisoletano. “Una adoptante nos llamó diciendo que había dos perras a las que apenas cuidaban y que una de ellas estaba preñada. Tuvo 12 cachorros y no teníamos 13 casas de acogida disponibles en ese momento. Así que les ayudamos, les mantuvimos a salvo hasta que salieron acogidas dentro y fuera de la protectora. El primero que salió de la calle fue Cooper, que me lo quedé yo en casa”.