¿Cómo empezó todo?
Cuando llegué por primera vez a Borneo me impresionó conocer un país con tanta biodiversidad y, viendo la situación de la deforestación y el tráfico de animales, me pareció que mi contribución como veterinaria aquí sería mucho más significativa que si me quedaba en Europa trabajando en una consulta.
A partir de ahí me fui quedando un poco más, un poco más... ¡y ya llevo 15 años!
¿Has vivido alguna experiencia que te haya marcado especialmente en este tiempo?
Hay un montón de historias, muchas, muchísimas. Muchos animales que hemos podido salvar, a pesar de llegar en condiciones terribles. Cuando vienen medio muertos y consigues sacarlos adelante y devolverlos a la naturaleza y resulta que la naturaleza se les da bien, eso compensa por todo lo demás.
Una historia muy especial es la de Jojo, el primer orangután que rescatamos en el nuevo centro en West Kalimantan. El pobre llevaba toda la vida, más de diez años, encadenado a un poste a la intemperie, sin poder resguardarse y rodeado de basura. Me pidieron que le echara un vistazo y le diera algún medicamento. En cuanto lo vi, dije, vamos a sacarlo de aquí, pero no había ningún centro donde llevarlo y lo tuvimos que dejar allí. Eso se me quedó grabado y, después de aquella experiencia, me fui a Inglaterra y hablé con la organización para recaudar fondos y montar un centro.
Así nació el que tenemos ahora, hace ya 10 años. Jojo fue el primero, actualmente tenemos 112 orangutanes y hemos rescatado unos 220-230 en total. Jojo sigue con nosotros, ya era muy mayor cuando llegó y sus secuelas físicas y psicológicas eran graves.
¿Cómo es tu día a día en el centro de rescate?
Hago de todo un poco en mi labor de directora, gestión de la financiación, estrategias para los proyectos, relaciones con los socios. También tareas veterinarias, aunque ahora tenemos un gran equipo de profesionales. En Indonesia ya somos más de 250 personas en la organización.
¿Cómo definirías a los orangutanes? ¿Qué son para ti?
Por mi trabajo, es como si hubiera dos clases de orangutanes. Por un lado, el salvaje que se mueve entre las ramas más altas del bosque sin hacer ni un ruido, un animal enorme que se hace un nido con ramitas y duerme sobre él, con sus 80 kg. Es impresionante. Están ahí arriba, observándote desde la copa de un árbol, y tú ni los notas. Son los especialistas del bosque, verdaderos artistas, cómo se mueven, con qué destreza, es simplemente maravilloso verlos en la naturaleza.
Y luego están los otros, los que tenemos en el centro. Han vivido rodeados de humanos y, como son tan listos y aprenden todo, en vez de aprender cosas de orangutanes, pues aprenden cosas de nosotros. Hace unos días le decía a alguien que son como humanos, pero mucho mejores. Son animales muy inteligentes. Su expresión, sus ojos, transmiten muchísimo.
¿Crees que ellos piensan que sois orangutanes?
Yo creo que ellos saben que no somos orangutanes, pero vete a saber qué piensan que somos... (ríe). Lo que sí hacen es muchísimas diferencias entre la gente de su entorno, los cuidadores y las personas de fuera. Saben perfectamente quién les cuida bien, quién es una amenaza y con quién hay que tener cuidado.
¿Cuántos orangutanes quedan?
Las últimas cifras hablan de entre 40.000 y 50.000 individuos en Borneo, pero son estimaciones de estimaciones, es muy difícil saberlo con certeza.
¿Qué evolución has visto en los 15 años que llevas haciendo esta labor de rescate?
Creo que la situación no ha cambiado tanto y tampoco creo que haya ido a peor. El problema es que no ha mejorado. La tasa de deforestación no se ha reducido y el número de rescates sigue más o menos igual.
Pero es cierto que cada vez hay más concienciación y más preocupación, no solo por parte de las comunidades, sino también de las autoridades. Las compañías de palma tienen cada vez más presión por parte de los consumidores. No nos damos cuenta del poder que tenemos: si el consumidor protesta, los productores tienen que reaccionar.
¿Cuál es la clave de la situación actual de los orangutanes?
Clave número uno, la principal, es la deforestación. Y es un problema que nos atañe a todos. Por muchos esfuerzos que hagamos aquí, es necesario que todos los países sean parte de la solución. El orangután se queda sin su hábitat, y si no hay hábitat no hay forma de salvarlo.
Es un problema muy complejo que no tiene una solución fácil. Pero la mayor amenaza para el orangután, con mucho, es el consumo del aceite de palma. Hay otros problemas y la deforestación ocurre también por otros motivos, pero el principal es el aceite de palma.
También está la caza furtiva y el problema del tráfico de orangutanes, que es mínimo, pero todavía pasa. Esas cosas se podrían controlar de forma relativamente fácil, o quizás no tan fácil, pero sería posible pararlas.
¿Cómo es la convivencia entre los habitantes locales y los orangutanes?
Bueno, es un poco como el lobo que se come las ovejas. Si el bosque tiene alimento y un ecosistema sano, el orangután no se va a acercar para nada a los humanos.
Pero nos cargamos su hábitat, invadimos su terreno y luego les culpamos de que están invadiendo el nuestro. No les dejamos alternativa, si no encuentran comida en el bosque, o si hay competencia entre unos animales y otros, acabarán llegando a las plantaciones o entrando en los poblados.
La deforestación para aceite de palma no se hace poco a poco, sino de forma brutal y masiva. Un día tras otro, con maquinaria pesada, muy rápidamente. El orangután va a tirar hacia donde pueda salvar su vida y cuando entra a los poblados no todo el mundo sabe cómo actuar. Es verdad que han convivido con estos animales durante toda la vida, pero cada uno en su lugar. Ahora se ha roto el equilibrio.
Respecto al aceite de palma, todos somos responsables como consumidores. ¿Hay solución?
Lo que ocurre es que tampoco podemos eliminar el aceite de palma del mercado, está en muchísimos productos y es el más barato. Consumimos lo que consumimos, y se necesita un aceite vegetal. Si no fuera el aceite de palma sería otro, que probablemente haría estragos en otros países.
Si la idea es eliminar el aceite de palma y sustituirlo por aceite de coco, pues da igual, porque las repercusiones también son a nivel global. Las plantaciones necesitan mucho terreno, incluso más que las de aceite de palma. En España, por ejemplo, tenemos aceite de proximidad, como el de girasol o el de oliva.
¿Pero no existe la posibilidad de producir palma sin dañar tanto?
El problema principal es la codicia, lo quieren todo y lo quieren rápido, y eso tiene consecuencias. Pero claro que se podrían hacer planes de manejo de las tierras, estudios de gestión del terreno según el impacto ambiental. Estamos hablando de superficies enormes, de miles de hectáreas, 15.000 o 20.000 para una sola concesión.
Sería tan fácil como pedir a las compañías que no sea todo recibir, que también devuelvan un poco. Por ejemplo, se puede decidir que un área tiene mucha biodiversidad y se deja para conservación, y que una zona se puede deforestar, pero otra no. Por supuesto que es posible, pero las compañías tienen que querer hacerlo.
Además, hay estudios que avalan que las plantaciones mejor gestionadas, en las que hay bosque, son ecosistemas mucho más sanos que finalmente aumentan la producción de la palma. Es un balance natural, que trae ventajas a largo plazo, pero las empresas prefieren deforestarlo todo, aunque a la larga el beneficio sea menor.
¿Y qué nos dices del aceite de palma sostenible?
No, no existe el concepto de aceite de palma sostenible, esa palabra no se puede aplicar a este caso, se trata de un monocultivo y eso no puede ser sostenible. Se puede hablar de un aceite de palma que tenga menos impacto ambiental, que le llamen como quieran, pero sostenible no es.
El problema es que algunas compañías empiezan a hacerlo un poco mejor, pero siguen comprando palma a otras que son mucho menos fiables. La famosa trazabilidad. Al final no se sabe de dónde viene el aceite, y esa es una de las claves: como consumidores deberíamos exigir saber exactamente de dónde viene lo que estamos comprando, de qué región, de qué concesión, de qué compañía. Ahora mismo eso no es posible.
Dices que la concienciación ha aumentado en los últimos años, ¿qué papel crees que juegan las redes sociales en esta tendencia?
Pues yo soy de esa generación a la que esto de las redes le ha pillado justo al borde, así que estoy entre que sí y que no. Creo que tienen pros y contras. Es evidente que se ha facilitado un montón la forma de dar información y de comunicar, pero al final es demasiada información y no sabes de qué te puedes fiar.
Así que no sé muy bien si acabará siendo un desastre, pero sí, diría que a día de hoy son un arma muy potente para concienciar, aunque tengan sus inconvenientes.
En vacaciones los amigos de los animales buscan destinos en los que poder interactuar con ellos. ¿Qué opinión te merece el turismo de “ver primates”?
Uno de los mayores problemas de ese tipo de iniciativas para los orangutanes en Indonesia y Malasia, así como para otras especies en África, es la transmisión de enfermedades de humanos a primates. Imagínate, el turismo trae gérmenes de gente de todo el mundo a un área en la que esos gérmenes no se conocían. Eso ya ha causado estragos en las poblaciones salvajes de grandes simios de África.
Con el tiempo, se han ido creando protocolos estrictos para reducir el riesgo, que incluyen controlar el número de visitas, el uso de mascarillas, etc. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, IUCN, tiene una serie de guías para ecoturismo con grandes simios que definen los criterios sobre cómo reducir el impacto negativo.
Pero aquí ninguno de los lugares que ofrece turismo con orangutanes cumple los criterios de la IUCN. Son un desastre en el tema de prevención de riesgos de transmisión de enfermedades y un desastre en el tema de concienciación. Su política es cuanta más gente mejor, vamos a hacer mucho dinero con esto, y es un despropósito total. Creo que es algo que tiene mucho más impacto negativo que positivo.
Rescates, incendios que amenazan vuestro refugio, sufrimiento animal constante, ¿cómo haces para seguir adelante, y durante tanto tiempo?
Pues yo sobrevivo, pero la verdad es que no sé ni cómo, no te puedo dar la fórmula. Lo que sí diría es que mi mayor logro y del que estoy orgullosa ha sido formar un equipo de gente maravillosa y súper dedicada, todos indonesios. Tengo junto a mí a personas muy motivadas para hacer este trabajo, que al final es para ellos. Esto es su país, es su naturaleza, mejor que ellos no lo hace nadie.
Sé que en el momento en que yo no pueda estar, ellos van a sacar adelante los proyectos. Para sobrevivir mucho tiempo es importante saber que no eres imprescindible, que no todo el peso recae sobre tus hombros. Aunque siempre sigas vinculada porque, como te decía antes, es parte de tu vida. Mi esposo lleva conmigo toda la vida aquí, haciendo el mismo trabajo, nuestra vida es esto.
Otro factor que veo en nuestro caso es la dificultad de adaptarse a un país que es muy diferente a lo que conocemos. Es uno de los motivos por los que algunos expatriados acaban quemándose. Tienes que mantener una mente muy abierta y hacerte a una forma de vida completamente distinta.
Además, viajo una vez al año como mínimo a casa, y eso también ayuda.
Hay varias mujeres que han pasado a la historia como las heroínas de los grandes primates. Goodall, Fosey o Galdikas son las más famosas, pero hay muchas más. ¿A qué dirías que se debe esto?
Es gracioso porque en el mundo de los grandes simios a nivel internacional somos muchas mujeres, es cierto, pero aquí la mayoría de personas involucradas en conservación de orangutanes, o que trabajan en centros, son hombres, así que es exactamente al contrario.
Los orangutanes reaccionan de forma diferente hacia un hombre o una mujer. Hacia ellos la relación se plantea más en términos de dominancia-sumisión. Cuando ven a un hombre suelen reaccionar con miedo, sobre todo las hembras. Les tienen muchísimo respeto.
En cambio, cuando ven a una mujer reaccionan de manera más tierna, sin esa sensación de que viene un dominante a quitar terreno, al revés. De hecho, a veces nos cuesta controlar a los orangutanes que tenemos en rehabilitación porque no nos tienen tanto respeto, pero sí más cariño.
Los orangutanes nos conocen mucho más que nosotros a ellos. Leen muy bien el lenguaje corporal y se sienten menos amenazados por una mujer.
¿Dirías que los orangutanes son parte de tu familia?
No, no, no son parte de mi familia, al revés. Lo que tenemos que hacer es impulsarles a evitar el contacto con nosotros. Ese es el proceso de rehabilitación. Los humanos somos peligrosos, cuanto menos contacto tengan con nosotros, mejor.
Está claro que cuando alguno está enfermo en la clínica creas vínculos, pero esos vínculos al animal no le vienen bien, son un impedimento en su proceso de rehabilitación.
Eso sí, cuando tienes orangutanes a los que sabes que no podrás liberar nunca, como es el caso de Jojo, son casi como colegas.
Entonces, ¿la mejor forma de demostrarles amor es dejarlos ir?
Sí, lo mejor para ellos es que sean liberados y puedan irse muy lejos del humano. Todo lo que hacemos aquí está dirigido a ese objetivo, conseguir que vuelvan a la naturaleza y que puedan sobrevivir allí, sin depender de nosotros, aunque esto no deje de ser un dilema.
¿Cómo ves el futuro para los orangutanes?
La situación es delicada, el problema no es tanto cuántos orangutanes quedan en la naturaleza, sino cómo estamos diezmando las poblaciones. Perdemos orangutanes cada día. Si no paramos esta situación, llegará un momento en que serán irrecuperables.
Lo que estamos viendo ahora es el problema de la fragmentación. Quedan unos poquitos orangutanes aquí, otros pocos allí, el hábitat va desapareciendo y se van quedando islitas desperdigadas. Es un problema muy grave porque las poblaciones muy pequeñas no serán viables, no tendrán suficiente carga genética y morirán, o serán afectados por enfermedades.
Estamos llegando al punto en que solo quedarán las poblaciones grandes en lugares muy determinados. Pero lo importante es que, si dejásemos de esquilmar la selva y dejásemos de matarlos, todavía habría esperanza. Aún estamos a tiempo de reaccionar.
¿Cómo podemos ayudar desde aquí?
Hay muchas formas de ayudar. La primera es: lo que yo hago, ¿cómo impacta a los orangutanes y su hábitat?, ¿cómo puedo reducir ese impacto?
El impacto vamos a tenerlo sí o sí, pero no cabe duda de que podemos reducirlo. Una manera es consumir local, consumir menos porquerías de esas empaquetadas que venden en los supermercados. Comer más natural, de cercanía y de temporada. Comiendo más sano ayudas al orangután, ¡fíjate qué fácil!
Otra forma de colaborar es a través del voluntariado de profesionales de la disciplina que sea, expertos que ofrecen ayuda para proyectos concretos. No me refiero a un voluntariado de cuatro días para “echar una mano”: aunque tengas muy buena intención, no sabes el idioma, no conoces el funcionamiento del centro, y al final eso da más trabajo. Pero si eres un profesional y tienes uno o dos meses para hacer algo específico de tu especialidad, eso puede dar lugar a muchos proyectos e ideas.
Por último, para poder hacer nuestro trabajo lo que necesitamos son aportaciones económicas. Financiación de donantes que dan 5, 10, 20 euros, que sumados hacen un volumen de dinero con el que podemos hacer cosas. Sin nuestros donantes no podríamos hacer nada.
Dando solo un poco de lo que nos sobra, para contribuir a la causa que sea, podemos cambiar mucho las cosas.