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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Nietzsche: la pregunta sobre la relación de los humanos con los (demás) animales es la gran pregunta filosófica

El filósofo Friedrich Nietzsche en la última etapa de su vida.
23 de febrero de 2022 06:01 h

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Es posible que el comienzo de este prólogo sorprenda al lector. Suele ser aconsejable como cláusula de estilo reservar para el final lo que yo quiero proponerle desde el principio, esto es, felicitarle por haber escogido una lectura -la de este libro- que, a mi juicio, le va a interesar, incluso apasionar. Estoy convencido de que esa es la suerte de los que se decidan a abrir estas páginas, interesados por la presencia de Nietzsche en el título, por la referencia al debate animalista o, quizá, por la curiosidad que produce ver asociado a Nietzsche con esa cuestión. Van a encontrar, creo, mucho más. Y les envidio por tener la oportunidad de hacerlo por primera vez. Lo cierto es que no resulta nada frecuente tal asociación, incluso si el propósito que anima a la autora, como sucede en este caso, es una firme convicción en torno a los derechos de los animales; más aún, de la necesidad de lo que, sin hipérbole, se ha caracterizado como un verdadero giro civilizatorio, el que debemos adoptar a propósito de nuestra mirada, torpemente antropocéntrica, sobre nuestra relación como seres humanos con todo aquello de lo que formamos parte, la vida. Es decir, lo que da sentido, si es que aún podemos hablar en esos términos, a la idea misma de Derecho, y al trabajo de los juristas.

Pero, ¿por qué Nietzsche?

Quizá convenga empezar por el principio. A menos, por una parte de él. En el origen de este libro se encuentra la propuesta que Virtudes Azpitarte nos hizo a quien suscribe y a la profesora Consuelo Ramón, entonces directora del Instituto de Derechos Humanos de la Universitat de Valencia y conspicua defensora de los derechos de los animales, así como responsable de la introducción por primera vez en la historia de la Facultad de Derecho de una asignatura (de libre opción) sobre derechos de los animales, cuya docencia tuve el honor de compartir con ella durante tres cursos. Una tesis doctoral sobre el animal en Nietzsche y sus consecuencias sobre la debatida cuestión de los derechos de los animales. Esa tesis fue el origen de este libro, que se publica en la colección 'Animales y Derecho' de la editorial Tirant lo Blanch, colección que dirige mi admirada colega y amiga, la profesora María Teresa Giménez Candela, probablemente la responsable de la mayor institucionalización que se haya dado en nuestro país de los estudios sobre derechos de los animales, por sus propias investigaciones y publicaciones pioneras, por el prestigioso Máster que dirige en la UAB y por esta colección.

Retomo los antecedentes. Durante la realización de los preceptivos estudios de doctorado, Virtudes se decantó muy pronto por dedicar la tesis a un asunto, el análisis del animal en la obra de Nietzsche, que de suyo revela su ambición intelectual y su buen criterio: puestos a dedicar algunos años a un trabajo que se realiza gratis et amore -la autora es registradora de la propiedad y no alberga interés profesional por una carrera académica-, al menos que sea sobre algo que permita aprender en serio. Y Nietzsche lo es, como la autora ya había tenido ocasión de comprobar cuando cursó sus estudios de Máster de Filosofía en la UNED.

La mirada de Nietzsche sobre el Derecho y la noción de derechos humanos

No creo que sorprenda a nadie si aseguro que hay pocos desafíos como este de intentar un análisis radical de la obra de Nietzsche, es decir, un análisis que se atreva a la lectura y al diálogo directo con su obra, y no al uso de fuentes secundarias, esto es, de la denominada bibliografía nietzscheana. Y ello, aunque es muy cierto que es en la tradición de estudios de impronta nietzscheana, donde se halla buena parte de lo mejor de la filosofía occidental contemporánea, desde Jaspers y Heidegger a Foucault, Derrida o nuestro Eugenio Trías, por mencionar sólo algunos nombres. Pero, además, afrontar una tesis en torno a lo que Nietzsche ofrece sobre la noción de animal y sus consecuencias a propósito de los derechos de los animales, resulta un doble tour de force. Téngase en cuenta que Nietzsche no es precisamente un pensador que haya dedicado parte sustancial de su trabajo al estudio del Derecho o de la tarea de los juristas. Todos los filósofos del Derecho hemos leído ese aserto de Jaspers, para quien Nietzsche era un lego, si no un ignorante en lo que se refiere al conocimiento del Derecho. Quizá sería más justo decir que la mirada de Nietzsche sobre el Derecho encierra un juicio profundamente negativo. Lo encontramos, por ejemplo, en un conocido pasaje de La gaya ciencia: “¡El carácter del conjunto del mundo es, desde toda la eternidad, el del caos, en razón no de la ausencia de necesidad, sino de la falta de orden, de articulación, de forma, de belleza, de sabiduría y de cualesquiera que sean nuestras categorías estéticas humanas (…) No le afectan ninguno de nuestros juicios estéticos o morales! (…) Desconoce toda clase de ley. Guardémonos de afirmar que hay leyes en la naturaleza. No hay más que necesidades”.

Lo cierto es que, conforme suele repetirse, uno de los campos en los que Nietzsche sobresale como maestro de la sospecha es su acercamiento crítico al Derecho y, desde luego, a la noción de derechos humanos, como derechos universales. Lo han destacado los escasos juristas de nuestro país que han escrito sobre él con rigor. Desde luego, el profesor Ballesteros, quien -a mi juicio- quizá haya sido el iusfilósofo que ha penetrado con mayor profundidad en su obra. También Jesús Ignacio Martínez, José Ignacio Lacasta y, en particular, la profesora de la Universidad de Zaragoza Maria José González Ordovás, quizá la voz más propiamente nietzscheana en nuestro ámbito académico. Me permito recomendar al lector que se regale con la lectura de su ensayo Las raíces del viento, que considero imprescindible y al que me referiré varias veces en este prólogo, entre otras razones porque ha sabido subrayar, frente al tópico de Jaspers, que “Nietzsche es capaz de ver con claridad la profundidad filosófica del hecho y la relación jurídica”. Quizás una de las mejores pruebas de ello es la contundencia argumentativa con la que, como escribe la misma profesora González Ordovás, Nietzsche se enfrenta con las tesis de Kant, referencia inexcusable del intento de fundamentación metafísica del Derecho, de su justificación moral. González Ordovás escoge con mucho acierto tres pasajes: uno de su Más allá del bien y del mal, en el que habla de “la tan tiesa como morigerada tartufería del viejo Kant”. El segundo, la descarnada ironía con la que sostiene que “el imperativo categórico huele a crueldad”, en la Genealogía de la Moral. Finalmente, la referencia a la “filosofía de las puertas traseras”, con la que caracteriza a Kant en El crepúsculo de los ídolos.  

Sin duda, Nietzsche ofrece una lectura corrosiva, debeladora de lo jurídico y aun de la noción de derechos humanos. Pero no en la perspectiva en la que se inscriben los ensayos de Bentham o de Marx, sino en otra, dotada de una enorme y quizá mayor carga de profundad. Y añadiré que, a juicio de algunos de nosotros, creo que también de Virtudes Azpitarte, es una crítica certera, no tanto contra lo que entendemos por la igual garantía de necesidades básicas por las que no debemos dejar de luchar, sino frente a esa superchería que es la religión de los derechos humanos, con sus iglesias, sacerdotes y dogmas, con su antropocentrismo y también su patriarcalismo y eurocentrismo, una religión que se revela como un instrumento particularmente eficaz de domesticación, mediante esa falacia que consiste en proporcionar la buena conciencia propia de “hombres mejorados”, como escribe el filósofo de Sils Maria.

Dejó dicho Fink y recuerdo que me lo explicaba el profesor Ballesteros cuando comencé a trabajar en el entonces Departamento de Derecho Natural y Filosofía del Derecho de la Universidad de Valencia, que la extraordinaria filosofía del lenguaje que ofrece Nietzsche es un riesgo para todo el que se ocupa de él, un riesgo que “no está solo en su naturaleza de ratonera, en la musicalidad de su persuasivo lenguaje, sino que consiste más bien en una mezcla inquietante de filosofía y sofística”. Pero también es imposible olvidar el juicio del gran albacea de occidente que fue Stefan Zweig, para quien Nietzsche ofreció al mundo una inmensa oportunidad de pensar con independencia, con libertad. De nuevo es González Ordovás quien nos brinda el brillante diagnóstico de Berkowitz: “Quienes tengan la valentía de sus convicciones deben probarlo valiéndose por sí mismos; quienes quieran saber si tienen el valor necesario para un ataque contra sus convicciones deben estudiar a Nietzsche”.

Nietzsche: la pregunta sobre la relación de los humanos con los (demás) animales es la gran pregunta filosófica

Pues bien, creo que esa máxima se aplica especialmente al coraje intelectual que demuestra Virtudes Azpitarte, que ha hecho suya en su lectura del gran filósofo alemán lo que éste enseña en Así hablaba Zaratustra: “Uno corresponde mal a un maestro si sigue siempre sin ser más que un discípulo”.  Y lo sostengo porque creo que en este libro se advierte que su admiración y dedicación al estudio de la obra de Nietzsche va mucho mas allá de la glosa o exégesis de sus textos.

En el acto de la defensa de su tesis, de forma conscientemente provocadora, Virtudes eligió una paráfrasis del conocido motto kantiano sobre los dos hechos que provocaban admiración en Kant. Pero en lugar de esa bóveda del cielo estrellado sobre nosotros y la ley moral en cada uno de nosotros, la entonces doctoranda lo explicaba así: “Mis razones personales están en la tierra, son más tangibles y cercanas, son corpóreas y viven, o malviven, junto a mí. Desde que recuerdo tener eso que llaman conciencia, tanto gewissen como bewusstsein, por introducir ya la terminología de Nietzsche, me ha maravillado el mundo de los seres vivos, la vida animal y me ha inquietado, indignado, su maltrato, su tortura y exterminio; cámaras de los horrores ante la pasividad de casi todos, sadismo festivo, un desequilibrio que me impedía reconocerme como ser vivo perteneciente a la naturaleza, vivir en armonía con ella, pero también como ciudadana de una comunidad política. Una dislocación tan grave que sería un obstáculo para eso que llaman progreso, emancipación, superación”.

Vuelvo a la pregunta: ¿por qué el animal en Nietzsche, como objeto de la tesis doctoral? El lector advertirá enseguida que el libro no se adentra sin más en los argumentos filosófico jurídicos que ofrece la obra de Nietzsche y que puedan tener relevancia sobre el debate acerca de los derechos de los animales. A mi juicio, la autora escoge a Nietzsche, ante todo, porque ve en él no tanto las respuestas, sino las preguntas adecuadas para tratar de abrirse camino en lo que ella misma ha llamado su propia “dislocación”: “Como ser vivo, parte de la naturaleza y como ciudadana que quiere una comunidad política mejor”.

A su entender, Nietzsche está en la base de los mejores intentos de respuesta entre los filósofos contemporáneos que se han acercado al debate animalista y deja apuntadas las pistas para reconsiderar nuestras relaciones con los animales. Por si fuera poco, escribe Virtudes Azpitarte, para Nietzsche “ésta de la relación con lo animal, con los animales, es la gran pregunta de la filosofía (...) Zaratustra camina entre los animales, como un animal más. El rechazo al sufrimiento causado por la supremacía de un hombre que construyó culturalmente al animal, solo para dominarlo y abusarlo, es algo que debe ser superado. Se buscan compañeros de viaje para ello, que creen nuevos valores que respeten el sentido de la tierra”. Y así, puede concluir: “La pregunta por el hombre es la pregunta por el animal, la gran cuestión en la filosofía de Nietzsche”.

Ha arriesgado mucho en su trabajo Virtudes Azpitarte, pues ha querido llegar a Nietzsche sin mediaciones, aun consciente de que, como ella misma reconoce, esa tarea “tiene un hándicap evidente, la lectura que pretende ser fiel a los textos de Nietzsche, seguramente acaba, espero en menor grado, en otra interpretación, la propia. He intentado ser fiel al espacio entre el autor y su obra; en cuanto al espacio entre su obra y mi lectura, he hecho explícita mi opinión, porque no hay interpretación, no hay lectura, sin creación”. Pero la autora ha tenido, en mi opinión, un cuidado sobresaliente por evitar el propósito apologético o meramente exegético. Su trabajo, como ella misma escribe, es “un trabajo crítico, de deconstrucción, de levantamiento de velo (...) pero desde el agradecimiento, pues siempre agradezco mucho a quien habla acertadamente de este tema, y desde la empatía, más acorde con la generosidad que rodea a la cuestión animalista; pero reconociendo sus debilidades (…) sus contradicciones”.

El libro, como se verá, se sistematiza en torno a tres grandes bloques, a tres miradas sobre los textos de Nietzsche: en el primero, la óptica dominante es la de la teoría del conocimiento, la filosofía del lenguaje y filosofía de la historia. El segundo prima el análisis propio de la filosofía de la cultura y la filosofía de la alteridad. Finalmente, se ofrece la mirada desde la perspectiva de la filosofía del derecho y filosofía política.

Lo que más quisiera destacar es el carácter decididamente audaz de su propósito central, genuinamente nietzscheano, en el que resultan capitales dos conceptos, das haus Thier, o, como escribe la autora, “el animal doméstico, enjaulado, vuelto contra sí, que simboliza la cultura. O más precisamente: los efectos de la cultura en el animal hombre. El hombre está domesticado, se le ha arrancado su pasado animal y se ha rebelado contra sus instintos, que se descargan contra su interior. Es el origen del alma, según Nietzsche”. Y, de otro lado, lo que con Nietzsche denomina das krankhafeste Thier, “el hombre, el más enfermo de los animales, el más inseguro, el que le dice no a la vida y abraza el ideal ascético. Enemistado con su cuerpo, se esconde temeroso de la vida afirmativa y pletórica”. Se esconde de ese Das innere Vieh, “la bestia salvaje a la que más teme el hombre, la que anida en su interior”. Por eso, una de las conclusiones más comprometidas de la tesis es que, precisamente en su afán de protegerse como animal desvalido y enfermo, construye un muro, el muro del especeísmo, que le hace incomprensible su relación con los animales. Un muro cuyo cemento es la falsa, pretenciosa y vacía noción de dignidad, como cualidad exclusiva del ser humano. Todo ello se resume en el aserto de Nietzsche: “La humanidad es un prejuicio, de la que los animales no adolecen”.

Debo concluir. La razón de ser de un prólogo es, al menos, introducir un texto y -generalmente también- dar razones para recomendar su lectura. He intentado cumplir con ambas funciones. Pero voy a permitirme añadir algo más, aunque con ello incurra en infringir un precepto que no ha dejado de repetirse como el lema que ha de guiar la conducta de todo investigador. Me refiero al que enunciara Francis Bacon en su Instauratio Magna, la primera parte de su Novum Organum (algunos sostienen que quizá parafraseaba a su vez el último ensayo de su admirado Montaigne, De la experiencia) que, sobre todo, después de que Kant lo eligiera como exordio para la segunda edición de su Crítica de la razón pura, se ha erigido como símbolo de la objetividad del conocimiento: “De nobis ipsis silemus; de re autem quae agitur, petimus, ut homines eam non opinionem, sed opus esse cogitent”. No evoco ese “guardemos silencio sobre nosotros mismos”, para poner en cuestión el corte epistemológico entre ciencia y discurso narrativo, sobre el que Mintzel y nuestro Eugenio Trías dejaron escritas páginas muy certeras. Mi propósito es más modesto, porque se trata simplemente de no resistirse a cerrar un círculo, aunque con ello sea preciso mostrar por un momento el rasgo biográfico.

Virtudes Azpitarte fue, a mi juicio, la alumna más brillante de una promoción llena de estudiantes destacados, la tercera de las que tuve la oportunidad de ser profesor, tanto en la asignatura de primer curso, como en la de quinto. Una de las personas más inteligentes y brillantes que he tenido como estudiante. No conseguí reclutarla para la filosofía del Derecho, porque tenía muy clara su opción profesional, que era otra. Y siempre lo lamenté. Por eso, cuando, ya cercano el fin de mi recorrido como profesor de filosofía del Derecho, Virtudes me propuso dirigir su tesis, no lo dudé. Y decidí que sería la última en dirigir, seguro como estaba de que así cerraría bien un círculo. Creo que el pronóstico se ha cumplido, al menos en lo que me toca. He tenido mucha suerte en la mayoría de las tesis que he dirigido a lo largo de casi cuarenta años. Y la de Virtudes Azpitarte, que ahora se publica como libro, es un magnífico cierre. Me ha llevado no poco tiempo, que considero muy bien empleado porque -además de interesarme- me ha obligado a estudiar, a reflexionar y a debatir: con Nietzsche y con Virtudes, que sabe argumentar muy bien y defender sus opiniones y juicios de forma exhaustiva. He aprendido y me he divertido. No se puede pedir nada mejor a la vida. Por eso, gracias, Virtudes.

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