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El duelo pendiente por la patera que ya nadie busca

Las Palmas de Gran Canaria
Karamogo Kourutum vela en un albergue de Cruz Roja en Tenerife a una patera que ya nadie busca.
6 de julio de 2020 13:57 h

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Karamogo Kourutum se lo jugó todo para que sus hijos Nora y Kanaté recibieran en Francia la educación que no podía pagarles en Costa de Marfil vendiendo zapatos... y perdió. Desde hace siete meses vela en un albergue de Cruz Roja en Tenerife a una patera que ya nadie busca: la que zarpó delante de la suya rumbo a Canarias con su hijo Kanaté, de 12 años. “Nora es muy buena con los estudios, desde que empezó en la escuela nunca ha suspendido”.

A esta mujer de 39 años, procedente de un área rural de Séguéla (Costa de Marfil), se le ilumina la cara cuando habla de su hija, que acaba convertirse en adolescente. No se separa de ella casi nunca, corroboran los voluntarios del centro donde reside con otras diez mujeres africanas; si lo hace, jamás la pierde de vista. Su vigilancia permanente rebasa el apego maternofilial, es más que amor, procede de un miedo que echó raíces en la playa Dajla (Sahara) de la que salieron el 18 de diciembre cuatro pateras con 108 personas a bordo, entre ellas diez niños.

En las dos últimas semanas de 2019, fueron rescatados en Canarias 536 inmigrantes en 18 barcas, la mayoría en Gran Canaria. Resultaron días intensos para las tripulaciones de la Guardamar Talía y la Salvamar Menkalinan, las dos embarcaciones de Salvamento Marítimo en la isla, que vieron cómo en tan solo quince días se concentraba el 20% de las llegadas con las que terminaría el año, 2.698. Entre la mañana del viernes 20 de diciembre y la tarde del sábado 21, la Talía y la Menkalinan auxiliaron a 81 personas en tres pateras. La última, después de que la encontrara un mercante a casi 200 kilómetros de Canarias; en ella iban Karamogo y su hija Nora.

El duelo pendiente

Karamogo quiere contar su historia, lo necesita. En las ONG que la han ayudado en este tiempo coinciden en que le viene bien. “Le hemos dado apoyo con un psicólogo, pero aún no ha hecho el duelo”, resume Karima El Mahmdi, responsable de Inmigración de Cruz Roja en Tenerife. “Está sola, en Canarias no tiene con quién hacerlo”, remata desde Tánger (Marruecos), Helena Maleno, de Caminando Fronteras. La mujer se maneja en francés, pero prefiere expresarse en yulá, la lengua que hablan tres millones de personas en Costa de Marfil, Mali y Burkina Faso, incluido uno de los trabajadores del centro de acogida de Cruz Roja en San Isidro. Es marfileño, como ella, y también llegó en patera hace años. Le ayudaron y ahora él ayuda.

Esta madre marfileña no quiere hablar mucho sobre cómo llegó Dajla, la ciudad del Sahara donde cientos de jóvenes africanos esperan a subirse a una patera rumbo a Europa, exponiendo la vida en una ruta de 500 kilómetros de océano Atlántico hasta Canarias que, si todo va bien, dura de tres a cuatro días. Despacha el asunto con un “no lo recuerdo”. “Mi hermana, la que desapareció, me dijo que nos encontraríamos allí (en Dajla) para ir a Europa”. Se refiere a Hawa Koulibaly. Era de su familia, estaba embarazada, para ella era su hermana. Bajaron juntas a la costa con los niños cuando les avisaron de que salían pateras hacia Canarias, esa noche de 18 de diciembre había más de cien personas en la playa.

Algunos comenzaron a embarcar, con prisas, con miedo. Karamogo y Nora se apartaron un instante a orinar. Cuando regresaron, Hawa y su hijo Kanaté no estaban. Les dijeron que habían salido en la primera patera, contó esta mujer trece días después en Las Palmas de Gran Canaria al denunciar ante la Policía la desaparición de su hijo.

¿Dónde está Kanaté?

“El viaje fue horrible. Me puse enferma con el mar, pero sobre todo estaba preocupada por el niño. Me dijeron que lo encontraría aquí”, recuerda ahora en conversación con Efe. Al llegar con la Guardamar Talía al puerto de Arguineguín, en Gran Canaria, comenzó a preguntar a los policías y a los que habían desembarcado antes. Así se enteró de que la suya era la tercera barca en llegar, pero nadie sabía de Kanaté. “Pensaba que quizás se había ido a otra isla, a otra parte de España”, se explica. Karamoro Kourutum no tenía ni idea de dónde estaba Canarias, ni a qué distancia estaba de Europa.

A ella solo le dijeron que iba a España, probablemente el mismo que le contó que irían en “un barco grande”, y ni por asomo pensaba que se quedaría varada en una isla a 2.000 kilómetros de Francia, el objetivo final de su aventura migratoria, donde vive su hermano.

Su primera noche en España no paró de llorar, rodeada de otras personas que también preguntaban por allegados que iban en la patera que parecía haberse tragado el mar, como una chica de 19 años que días después le acompañaría a Comisaría. Ella había perdido a una familiar, Marian Sharoro, de 23 años, y a los hijos de esta, Sata Diomande, de cinco, y Aicha Diomande, de tres.

Caminando Fronteras publica cada año un informe sobre las vidas que se cobra el mar en las rutas hacia España. Según las cifras de su última entrega, once pateras completas se esfumaron durante 2019 en el Atlántico rumbo a Canarias con todos sus ocupantes, más de 300. Por desgracia, la historia de Karamogo Kourutum no es inusual.

Pateras de cuatro en cuatro

“Aquellos días los recordamos con bastante angustia, las pateras salían de tres en tres, de cuatro en cuatro. Agrupaban a mucha gente en las playas para llenarlas, no había cifras fiables de cuántas personas iban en cada una. Confirmamos que habían salido cuatro y que solo tres habían llegado”, relata a Efe Helena Maleno.

El teléfono de esta activista española sonó muchas veces aquellos días. Una de las personas con las que habló fue con Karamogo, angustiada porque de la patera con su hijo nadie sabía nada. Pasa siempre que una patera se pierde: durante días flota la duda de si se hundió, si en realidad volvió atrás, si la interceptó la Marina Marroquí, si sus ocupantes están detenidos y no pueden llamar... “También suele haber rumores malintencionados de que tal o cual patera sí ha llegado, porque en realidad los difunde quien quiere que le paguen los viajes pactados que aún no ha cobrado”, añade Maleno. Eso pasó esta vez: A Karamogo le dijeron que la patera de su hijo había llegado a Tenerife y logró que la trasladaran allí.

En Tenerife lo sigue esperando, con la costa del Médano y el Atlántico a la vista de su albergue. Cada vez que escucha que viene una patera, se le remueve un dolor indescriptible por dentro, no solo es por su hijo, tiene miedo por los que van en ella. “Hace siete meses que estoy aquí, estoy muy cansada”, se lamenta, “solo quería que mis hijos viniesen a Europa a estudiar. Me separé y con el dinero que yo ganaba en Costa de Marfil no podía pagarlo”.

Varados en Islas

Esta mujer quiere que le permitan seguir viaje hacia Francia, pero lo ve muy difícil, no tiene recursos ni documentos y sabe que hace tiempo que no trasladan a los inmigrantes desde las islas al resto de España, por más que lo hayan pedido varias ONG y hasta el propio Gobierno de Canarias, para aliviar la presión sobre su red de acogida. El coronavirus cerró las fronteras, pero ya hacía tiempo que el tránsito migratorio Canarias-península se había bloqueado. El letrado Daniel Arencibia, que ha intervenido en varias causas de inmigración y ayudó a Karamogo a poner la denuncia para que su hijo figurase como desaparecido, tiene claro que no es casualidad.

Desde su punto de vista, se quiere taponar la ruta canaria haciendo que llegue a África el mensaje de que no merece la pena, que de las islas solo se sale repatriado a Mauritania. Y, en realidad, el 99% de quienes se suben a una patera hacia Canarias solo ve a las islas como una etapa de paso, porque pretenden llegar a Francia, a Bélgica, al Reino Unido, a Alemania, quizás a Barcelona...

Karamogo no ha tirado la toalla, espera llegar a Francia, pero nunca jamás habrá otra patera para ella. “Ni a mi peor enemigo se lo deseo”, dice, apesadumbrada. De esas tinieblas solo la rescata su hija Nora, tan aplicada, que ya entiende español y casi lo habla. “Quiere ser azafata”, asegura, con una sonrisa que dura apenas un instante. “Bueno, es negra, ¿puede?”. El intérprete mira al entrevistador y espera respuesta. Puede, solo tiene que crecer. 

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