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La abuela y el 'tuitigram'
Me pregunto yo cuántas veces se habrán mirado estas niñas al espejo durante el confinamiento, para agarrarse con rabia todas las partes de su cuerpo que creen que les sobra porque el tuitigram es un veneno que les acompleja con consejos sin ninguna base científica; una bola de ansiedad que les hace sentir mal por cómo lucen o por lo que comen incluso sin tener a nadie a su alrededor
Mi nieta me ha puesto un tuitigram de esos. Me llamó y me explicó lo que tenía que hacer para entretenerme un rato. Prefiero entretenerme con ella, la verdad, jugando al cinquillo y paseando por la plaza pero con esto del confinamiento una tiene que adaptarse, como dicen en la radio. Hace dos meses que no la veo. A mi nieta, digo. Total, que el otro día me llamó y me dijo que me había abierto una cuenta para que me entretuviera y pudiera ver todo lo que estaban haciendo mis nietos y nietas que, en total, tengo once.
Al principio no entendía nada. Solo aparecían letras y una muchacha paliducha, con piel de dibujo animado que me decía que si quería hacer yoga con ella para mantenerme activa, pinchara en no sé dónde. No entendí eso de pinchar. Otra me ofreció un bol de no sé qué con unos kiwis para empezar fuerte la mañana. « ¡Cómete una pella gofio, muchacha, que el kiwi no levanta ni a un muerto!», le grité pero no me contestó. A lo mejor se molestó pero mentiras no son. Pasó a otra que me decía los cinco ejercicios que toda mujer necesitaba saber para tener una barriga plana durante el confinamiento. «Jesus, Jesus, Jesus… ¿Y para después del confinamiento?», pregunté aunque ésta tampoco me contestó. Me hicieron sentir tan mal que fui enseguida a pesarme, aunque hacía años que no lo hacía, a ver si la cosa era tan grave pero me mantengo en mi línea, creo. Yo ya no sé. Y ya después me apareció una foto de mi nieta diciendo que se acababa de despertar con una música de esas locas aunque eso de recién levantada no se lo cree ni ella. Anda que no la he visto yo veces recién levantada con la cara hinchada como un pomelo y la marca de la baba en la barbilla.
A esto del tuitigram ya le voy cogiendo el truquillo. Esto es como los mentideros y las plazas de los pueblos pero desde un cacharro, así te sirves a tus anchas las mentirijillas que quieras creerte. A lo mejor es que estoy vieja para estas cosas pero me dejó preocupada este invento, sobre todo para mis nietas.
En mis tiempos había que ser «buena mujer». Esto era ser perfecta para el marido, para los niños y para las vecinas, sin despeinarte. Era ser la voz de una familia perfecta, presumir de logros y esconder vergüenzas de puertas para afuera. Con esto del tuitigram, sin embargo, a estas muchachas les han metido la plaza, a las que antiguamente íbamos todas bien perfumadas a ver si un buen hombre nos echaba el ojo, dentro de casa.
Mis nietas se burlan de mí porque dicen que siempre voy hecha un pincel hasta para estar por casa. « ¡Abuela, que al abuelo ya lo tienes enamorado. Sé tú misma», me dicen. Ay, qué sabrán ellas del amor. Con este invento, me da la sensación de que ellas no se despiertan antes para estar perfectas y gustar a un marido como lo he hecho yo toda mi vida, buscan en el espejo una realidad que pueda ser fotografiable, diciendo que están horribles cuando en realidad buscan que alguien les diga que no lo están, diciendo lo bien que se sienten al tomarse unas magdalenas aunque la culpa al comerlas les reconcome por dentro, viniéndoles a la cabeza la amiguita que sí que sigue los consejos de la de la tripa plana. Quizá estos tiempos no les ha enseñado a las muchachas a gustar a un marido ¡Gracias a dios! pero anda que no es tramposo el tuitigram este de las narices.
Hay toda una industria para las muchachas siendo aconsejadas por otras, con piel de dibujo animado, que les piden que gusten a todo un público, que se esfuercen, ahora que estamos en casa, por seguir perfectas para cuando alguien pueda verlas, de gustar a toda una plaza, a todo un pueblo o hasta donde quiera que lleguen los followis o como se llamen. No llegarán muy lejos, espero. Y así, sin salir de casa, siguen queriendo estar perfectas creyendo que lo de la abuela eran cosas de antes.
Mis nietas, como yo, también buscan la aprobación. Digan lo que digan no dejan de compartir qué tipo de ejercicio hacen, qué desayunan, almuerzan y cenan… advirtiendo de que están siendo «buenas», de que seguirán siendo guapas a pesar de que este confinamiento nos esté dejando a todos el culo con la forma de la silla. Buscan el corazoncito ese para calmar su autoestima como lo era en mi época tener muchos pretendientes que te sacaran a bailar en las verbenas. La culpa no es de ellas, claro que no. Es de lo que ha ocurrido toda la vida, vaya. La imagen de la mujer al servicio de «la buena mujer».
Me pregunto yo cuántas veces se habrán mirado estas niñas al espejo durante el confinamiento, para agarrarse con rabia todas las partes de su cuerpo que creen que les sobra porque el tuitigram es un veneno que les acompleja con consejos sin ninguna base científica; una bola de ansiedad que les hace sentir mal por cómo lucen o por lo que comen incluso sin tener a nadie a su alrededor. Ojito, eh, que luego van y se alimentan solo de agua. Es como cuando yo me miraba, al volver de la plaza, para frustrarme en silencio por no tener los bonitos pómulos de Margarita. Qué guapa que era la bandida. Aunque si tienes la plaza en casa… ¿Cuándo descansan estas niñas? ¿Cuándo se sienten completamente libres? ¿Cuándo se olvidan de lo que piensan los demás? ¿Cuándo asumen que la cara se les hincha al despertarse y que no pasa nada? ¿Cuándo se aceptan tal y como son?
« ¿Qué tal con el Insta, abuela?», me preguntó mi nieta esta mañana. « ¿Con el qué? ¡Mira, mira, mira! A mí no me estés poniendo más cosas raras, eh, que ya bastante nerviosa estoy yo con lo de la Ayuso y con todo esto del tuitigram».
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