Espacio de opinión de Canarias Ahora
La burbuja futbolística
Comentaba en aquel entonces la auténtica inmoralidad, deshonesta y exhibicionista -indecencia lo llamó Platini- que suponían los fichajes supermillonarios de las grandes estrellas del balompié, con la colaboración necesaria de la banca que negaba créditos a troche y moche a las pymes, y a los hombres y mujeres de este país, pero no a los clubes futbolísticos, en un momento en el que superábamos los cuatro millones de parados. Refiriéndose a esto, Eduardo Galeano decía hace poco que “lo que hay que tener claro es lo que decía Machado: ahora cualquier necio confunde valor y precio”.
Me detenía también en señalar la enorme deuda de este deporte para con la Agencia Tributaria española, de más de 600 millones de euros (más de 100.000 millones de pesetas) y con la Seguridad Social, a la que deben casi cinco millones de euros (sobre los novecientos millones de pesetas) e igualmente hacía referencia a cómo, al aprobarse la Ley del Deporte en 1990, el Estado asumió todos los débitos acumulados hasta entonces por las entidades deportivas con Hacienda, el Banco Hipotecario y la Seguridad Social.
Finalmente, me refería a la participación de los dirigentes del fútbol en los pelotazos urbanísticos y energéticos y a la desvergüenza de que los fichajes de los galácticos extranjeros, por mor de la llamada Ley Beckan aprobada por José María Aznar y Cristóbal Montoro en 2004, contribuyeran al fisco español con un 24% en vez de con el 43% de cualquier españolito en las mismas circunstancias.
Al hilo de la decisión de hace unos días del Parlamento español, a propuesta de IU-ICV y del BNG a la que se sumó el PSOE, de acabar con los privilegios fiscales de las grandes estrellas, permítanme que retome algunos de estos asuntos que considero especialmente serios y que terminarán gravitando sobre nuestra espaldas.
A pesar del enorme escándalo y de las amenazas vertidas por la Liga de Fútbol Profesional, la realidad es que la reforma de la Ley Beckan ha sido más mediática que real, o al menos ha resultado ser mucho más benévola que lo que la lógica y la justicia demandaban. Efectivamente, la Ley se deroga, pero sólo se hará efectiva para los nuevos contratos a partir del uno de enero, con lo que los ronaldos, ibrahimovic y kakás de turno seguirán tributando el 24% hasta el 2015. Es más, mientras todos los españoles empiezan a pagar el 43% a partir de los 53.000 euros de renta, los futbolistas sólo lo harán a partir de 600.000 euros, como si resultara muy fuerte la eliminación total de las diferencias.
Pero con ser esto grave, la realidad es que sobre el fútbol español se cierne la amenaza de una burbuja que tiene todos los visos de desinflarse a la manera de su homóloga la inmobiliaria y que, como ésta, terminará haciendo caer sobre los que no somos galácticos, mediante el erario público, todo el peso de las consecuencias.
En estos momentos las deudas acumuladas sólo por los clubes de primera división superan los cuatro mil millones de euros (665.544 millones de pesetas), mientras su patrimonio neto es de apenas 300 millones de euros, lo que en pura lógica los situaría cerca de la insolvencia o la suspensión de pagos si se tratara de una empresa normal y corriente. Afirma un estudio elaborado por la Universitat de Barcelona, publicado por La Vanguardia, que el endeudamiento total representa el 92% de los activos. Según explica en este periódico su autor, el catedrático José María Gay, la estructura financiera del fútbol español se asemeja a la de compañías como Colonial, que ha acabado en manos de los bancos; o a la de Martinsa, que suspendió pagos en julio del año pasado y “algunos clubs se encuentran en situación técnica de quiebra, es decir, que sus activos son inferiores a sus pasivos exigibles y, en consecuencia, con la totalidad de sus activos o inversiones no están en posición de liquidar la totalidad de las deudas comprometidas”.
Hasta hace muy poco la especulación inmobiliaria, desde la complicidad de muchos poderes públicos, era la manera de huir hacia delante. Se produjo una especie de entente de intereses en los que se mezclaba la codicia con el afecto comprado de la masa social del club. En un trabajo publicado por Jordi Blasco Díez, “La especulación inmobiliaria de los clubs de fútbol de España”, se analiza en profundidad este aspecto. El autor cita también al creador de Pepe Carvalho que afirma que “en los últimos años se ha facilitado que llegue a la dirección de los clubs una parte de la nómina más impresentable de los empresarios de este país (?) que tiene más presencia social y más capacidad de movilizar masas que los demás representantes del orden establecido”.
Así, podríamos desmenuzar los pelotazos urbanísticos del Barcelona con su proyecto “Barça 2002”, del Español que cambió Sarriá por Montjuïc, la Ciudad Deportiva del Real Madrid, el nuevo San Mamés, la nueva Romareda del Zaragoza, la recalificación del Mestalla del Valencia, el nuevo estadio de Anoeta en San Sebastián, el Son Moix mallorquín y así sucesivamente con el Oviedo, el Sporting, Jaén, Murcia y la Nueva Condomina, etc. Pero todo esto se acabó. ¿Y ahora de dónde saldrán los recursos? Me temo que, desgraciadamente, de todos nosotros. Estallará la burbuja y nos dirán que el país no puede vivir sin fútbol, que hay que condonar la deuda, que tenemos que liberar créditos blandos, que habrá que aportarles dinero a fondo perdido?
El gran jugador y mejor entrenador escocés Bill Shankly dijo que “el fútbol no es sólo cuestión de vida o muerte. Es algo más importante que eso”. Así debe ser para muchos. Por ejemplo, para Lorenzo Sanz, el antiguo presidente del Madrid, al que acaban de detener tras vender medio centenar de pinturas a la mafia calabresa, con el propósito de comprar el Parma italiano, un club en bancarrota. Y no les digo nada cuando terminen de aflorar los amaños de los partidos al hilo de una industria paralela montada en torno a las apuestas.
Me temo que no hay solución. Coincido con Manuel Cruz, catedrático de Filosofía en la Universidad de Barcelona cuando dice que: “El problema sobreviene cuando la gente se emociona más ante los colores de su equipo que ante el sufrimiento ajeno. Y es aquí donde, por desgracia, parece que ya estamos”.
* Alcalde de Agüimes
Antonio Morales Méndez
Comentaba en aquel entonces la auténtica inmoralidad, deshonesta y exhibicionista -indecencia lo llamó Platini- que suponían los fichajes supermillonarios de las grandes estrellas del balompié, con la colaboración necesaria de la banca que negaba créditos a troche y moche a las pymes, y a los hombres y mujeres de este país, pero no a los clubes futbolísticos, en un momento en el que superábamos los cuatro millones de parados. Refiriéndose a esto, Eduardo Galeano decía hace poco que “lo que hay que tener claro es lo que decía Machado: ahora cualquier necio confunde valor y precio”.
Me detenía también en señalar la enorme deuda de este deporte para con la Agencia Tributaria española, de más de 600 millones de euros (más de 100.000 millones de pesetas) y con la Seguridad Social, a la que deben casi cinco millones de euros (sobre los novecientos millones de pesetas) e igualmente hacía referencia a cómo, al aprobarse la Ley del Deporte en 1990, el Estado asumió todos los débitos acumulados hasta entonces por las entidades deportivas con Hacienda, el Banco Hipotecario y la Seguridad Social.