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Cobardía política y contaminación en nuestras costas

Se trata de vivir cara al futuro, contribuyendo a construir una alternativa limpia, inteligente, de calidad de vida. No debemos desfallecer, hay que seguir adelante, estar vigilantes y mantener viva la conciencia crítica, pues el futuro nunca está conseguido, lo tenemos que hacer desde el presente.

César Manrique

Más de veinticuatro años de activismo político contra el modelo de desarrollo demencial al que nos han sometido los sucesivos gobiernos de Coalición Canaria no han servido para evitar que nos estallara en la cara una verdadera “profecía”. Nuestro océano Atlántico, recurso natural, cultural y emocional, a la vez que anclaje socioeconómico para el desarrollo del monocultivo turístico, se ha teñido de canelo.

Por si no tuvimos suficiente con la pírrica victoria que se anotó el presidente Clavijo y su camarilla de irresponsables con la aprobación de la Ley del Suelo (capitaneada por el Partido Popular y Agrupación Socialista Gomera) que no ha supuesto otra cosa que la adecuación de la Ley de la Jungla al ordenamiento territorial del Archipiélago, ahora nos toca mancharnos la mirada con la contaminación hedionda que ya ha afeado irremediablemente el verano de 2017.

Decía el líder de ATI al borde de las vacaciones que su idea de Canarias pasaba por parecerse en unos años a Dubai o Singapur. Y, a tenor de lo acontecido durante los últimos días, parece se han cumplido por adelantado sus deseos. A los niveles insultantes de pobreza, violencias machistas, desempleo y desarrollo residual de los servicios públicos esenciales que ya nos equiparaban con cualquier otro escenario donde campa el neoliberalismo deshumanizado, puede sumársele también nuestro parecido a estos parajes en base a los alarmantes niveles de profanación de nuestra naturaleza, especialmente visible en nuestros riscos y playas con el crecimiento exponencial de auténticas colonias de microalgas.

Estas mareas infectas que malogran nuestros rompientes, y que ya varios expertos han vinculado, de manera directa o con matices, con el deficiente modelo de depuración de aguas que poseen las Islas, no solo han servido para desaconsejar el uso y disfrute de nuestros mares. También han conseguido materializar, con su aspecto malsano, lo peligroso que resulta continuar bajo el desgobierno de unos “profesionales de la política” que se permiten el lujo de verter al mar, solo en Tenerife, más de 50 millones de litros de agua sin depurar. Una millonada de litros a los que habría que sumar el escaso predicamento que en las instituciones de nuestro país insular tiene la conservación sostenible de nuestro medioambiente, la industria energética renovable o el estímulo y protección de nuestra despensa alimentaria... En resumen, el proyecto nacionalista de Coalición puede evaluarse simplemente contemplando su obra: están destrozando Canarias por aire, tierra y mar.

En medio del desastre, los dirigentes insularistas ni siquiera han salido públicamente a asumir responsabilidades y ofrecer información veraz sobre lo que está pasando a la ciudadanía. Así como tampoco se han pronunciado sobre la denuncia realizada por numerosos colectivos acerca de los incumplimientos de la normativa europea sobre el tratamiento de aguas residuales desde hace décadas. Un hecho significativo que algo tendrá que ver con la acuarela infausta que lame nuestras orillas. Sin embargo, en lugar de eso, lo que nuestros “representantes” han protagonizado es un acto de cobardía política sin precedentes, al tratar de escurrir el bulto asumiendo un bajísimo nivel de exposición pública. Lo que ha hecho aumentar el riesgo para la salud de los millares de usuarios (residentes y visitantes) que pretenden disfrutar de las bondades de nuestro litoral.

Invocando al espíritu combativo de Manrique, estoy convencida de que a esta partida de fanáticos de la contaminación, que además han convertido nuestra administración en un nido de corrupción y caciquismo, se les ha acabado por fin el crédito. Ya hemos pasado el ecuador del presente curso político, lo que significa que cada vez nos queda menos para empezar a implementar desde las instituciones y las calles isleñas un modelo de desarrollo socioeconómico más justo para nuestra tierra. Un modelo de desarrollo enraizado en el presente que más nunca nos haga vivir de espaldas al futuro.

Se trata de vivir cara al futuro, contribuyendo a construir una alternativa limpia, inteligente, de calidad de vida. No debemos desfallecer, hay que seguir adelante, estar vigilantes y mantener viva la conciencia crítica, pues el futuro nunca está conseguido, lo tenemos que hacer desde el presente.

César Manrique