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Derechos humanos vs. Derechos de imagen corporativa

Kika Fumero

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La imagen de un negocio no puede situarse nunca por encima de los derechos humanos. Las empresas han de posicionarse del lado del sentido común, el mismo sentido común que debería ser timón de la igualdad.

A veces me pregunto si deberíamos inventar otro término, si tal vez “igualdad” no esté ya muy manido como significante. Sueño con un esperanto igualitario – el esperanto de la igualdad, ¿se imaginan?- en donde los derechos humanos sean un idioma común y, por tanto, un modus operandi [y pensanti] de todos los sectores de la sociedadmodus operandipensanti: desde la elaboración de un presupuesto a la gestión de una empresa. La dirección de toda empresa ha de velar por los derechos de sus trabajadores y trabajadoras. Si un o una clienta agrediese sexualmente al mismo director, nadie dudaría acerca de cómo actuar. El sentido común se impondría.

Sin embargo, cuando dudamos por defecto de la persona agredida por el hecho de ser mujer, estamos favoreciendo un marco de pensamiento machista y misógino -y seguramente clasista-, en donde la integridad de las personas vale según una jerarquía cultural preestablecida en el imaginario colectivo. De acuerdo con dicha jerarquía, la mujer ocuparía el puesto más bajo y su lugar iría empeorando a medida que le atravesaran otros valores tales como el nivel profesional, la procedencia cultural, la orientación sexual, etc.

Pongamos por caso las camareras piso. Más exactamente, pongamos por caso el hecho acaecido el pasado 10 de agosto en un hotel de una gran cadena hotelera ubicado en Yaiza (Playa Blanca, Lanzarote), en donde una camarera de piso fue agredida sexualmente por un cliente (así lo reconoce una sentencia que condena al turista a pagar una multa de más de 2.000 euros por un delito de abusos sexuales en grado de tentativa). Este le ofreció 60 euros a cambio de relaciones sexuales y, ante la negativa de ella, mantuvo un forcejeo del que ella, afortunadamente, logró escapar. En dicha ocasión, según relata la trabajadora agredida, el personal encargado del hotel, no solo intentó disuadirla de poner la denuncia, sino que tampoco llamó a la asistencia médica ni a las fuerzas de seguridad, omitiendo así, presuntamente, su obligación de socorro y protección a su personal.

Pretender que quede relegada a la intimidad de una habitación todo intento de agresión sexual, o bien, pretender que agredir sexualmente a una mujer no es tan grave; ambos son síntomas claros de una mentalidad machista y patriarcal que ubica a las mujeres como objetos a disposición de los múltiples deseos de clientes masculinos. Semejante actitud viene a perpetuar los mandatos de la masculinidad hegemónica, concretamente aquel que sitúa el deseo sexual masculino en el vértice de la pirámide.

Disuadir a la trabajadora agredida de su derecho a la denuncia equivaldría a decirle que no merece dignidad ninguna como ser humano, que el capitalismo y, con él, cualquier negocio o imperio empresarial, valen más que sus derechos como persona. Resumiendo, equivaldría a afirmar que el cliente siempre tiene la razón, así como que siempre cuenta con todos los servicios del hotel a su disposición, camareras incluidas.

Esta vez le salió mal, pero podría haberle salido bien: este es el menaje que estamos transmitiendo cuando no se reacciona con firmeza. A la hora de proceder ante un caso de violación de derechos humanos y laborales, deberíamos tomar en consideración la capacidad que tenemos de educar a la sociedad, de dar ejemplo, de crear conciencia. Nuestros gestos nos posicionan en el mundo y, si esos gestos proceden de puestos de poder (como es el caso de la dirección de grandes empresas), estaremos incidiendo directamente en la sociedad.

Además, incluso poniéndonos “el traje de directiva”, debemos tener muy presente que, más allá de las buenas estrategias, nuestras empresas sobreviven y triunfan gracias al personal laboral. Trabajamos con seres humanos, por tanto, se ha de velar, por encima de todo, por sus derechos humanos. Es nuestro deber y obligación.

En el caso del hotel ubicado en Yaiza y perteneciente a una gran cadena hotelera, hemos de lamentar la oportunidad de oro que perdió la empresa. Nuestro objetivo en el sector laboral debiera ser que, en casos como estos, las empresas den un paso al frente y se pronuncien alto y claro, posicionándose en contra de las violencias machistas. Tan fácil como manifestar: “No queremos ni admitiremos clientes agresores ni maltratadores. Nuestra empresa vela por la integridad física y psíquica de nuestro personal laboral. Mostramos nuestra repulsa ante lo sucedido”. Ese debe y tiene que ser el mensaje, el de toda imagen corporativa ante cualquier violación de derechos humanos. Sin excepción.

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