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Esperando a su verdugo

Residentes de la ciudad de Gaza comienzan la evacuación tras el aviso israelí de operaciones militares en la franja de Gaza. EFE/MOHAMMED SABER

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Llevo desde ayer abriendo digitales de manera compulsiva. Temo comprobar que ha comenzado la matanza en Gaza. Si a ese sentimiento de espera temerosa le pongo el nombre de angustia, me quedo sin palabras con las que llamar a lo que puede estar sintiendo en este momento la población obligada a elegir entre una huida imposible o esperar a su verdugo.

Recuerdo cuando cayeron las Torres Gemelas y recuerdo pensar qué cara iba a salir la cura del orgullo herido de Estados Unidos y qué costosa iba a ser la terapia para recuperarse de la sensación de haberse descubierto vulnerables por culpa de un puñado de fanáticos.

Tras ver las imágenes de los ataques de Hamás y conocer las cifras de la tragedia, mis temores son los mismos al imaginar la sed de venganza del matón, dolorido y ridiculizado ante los golpes inesperados del que consideraba un alfeñique incapaz de plantarle cara. 

Temo el ensañamiento brutal del ejército israelí. Si Netanyahu, sus aliados y sus generales son capaces, desde la seguridad de sus despachos o los platós de los medios, de anticiparle al mundo su intención de arrasar Gaza, me imagino la violencia con la que actuarán las tropas sobre el terreno, ya que a las consignas de sus mandos se le añadirá la tensión del combate y la preocupación por su propia vida.

Me viene a la mente un nombre, Rachel Corrie, y su historia que, para mi vergüenza, tenía casi olvidada. Rachel, activista por la paz, fue aplastada por un bulldozer del ejército israelí, de manera completamente intencionada, al oponerse al derribo de infraestructuras civiles en Gaza hace ahora algo más de veinte años.

Si en ausencia de combates un soldado del ejército israelí fue capaz de pasar por encima de Rachel de manera deliberada, resulta aterrador pensar lo que sucederá en las callejuelas de la Franja mientras silban las balas y explotan las bombas.

Considerando que, como era de esperar, el caso Corrie se resolvió como si se tratara de un accidente, a pesar de los testimonios que dejaban clara la intencionalidad de atropello, desde el más laureado general hasta el último recluta, los efectivos que ejecuten la venganza sobre la población de Gaza saben que tienen garantizada la más absoluta impunidad y que, con un poco de suerte, pueden terminar por ganar alguna condecoración al valor, al sacrificio, al servicio o a cualquier otro eufemismo con el que se designe asesinar a civiles.

Temo por Gaza, por su gente. Pero temo también por las semillas de odio que se plantarán en estos días y en la siniestra cosecha que se recogerá en unos años cuando haya quien se ciña un cinturón cargado de explosivos recordando a Gaza, cuando haya quien ametralle un autobús escolar recordando a sus hijos o hermanos víctimas de los crímenes de guerra que Netanyahu ha ordenado cometer.

No entiendo la maldición que sufre el pueblo palestino. No entiendo cómo seguimos asistiendo impasibles a la degradación a la que someten a su gente, encerrada en un gueto, privada de todo tipo de derechos civiles, precisamente por quienes sufrieron en sus carnes la crueldad y el horror del régimen nazi y mantienen viva la memoria del Holocausto.

No olvido ni por un momento los crímenes de Hamás y me duelen las víctimas israelíes en la misma medida que lo hacen las palestinas, pero el camino emprendido por Israel ha demostrado que no conduce más que al odio y al dolor

Pero no olvido, tampoco, que Menájem Beguín, quien fuera primer ministro de Israel y firmante de los Acuerdos de Paz de Camp David, anteriormente fue el líder del movimiento terrorista Irgún, responsable, entre otras atrocidades, del atentado contra el Hotel Rey David o de la matanza de Deir Yassin. 

Como no olvido que Isaac Shamir, que también fue primer ministro de Israel, al igual que Beguín militó en el Irgún y participó en el atentado contra el Rey David.

Y también recuerdo a Ariel Sharón, otro primer ministro israelí, responsable de las matanzas de Sabra y Chatila, que costaron la vida a cientos de refugiados palestinos.

Me pregunto si no ha llegado la hora de que Israel entienda que para tener paz hoy es imprescindible dejar de lado al pasado. Como se aceptó a Beguín, Shamir y Sharón, a pesar de haber sido líderes terroristas, llegará el día en que tendrán que aceptar sentarse a negociar con quienes hoy son sus enemigos.

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