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Fieles a la dignidad

'Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en la playa de Málaga', 1888, Antonio Gisbert.

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Fue un 11 de diciembre, el de 1831, cuando el general Jose María Torrijos, héroe romántico donde los haya, escribió una última carta a su “amadísima” esposa Luisa, horas antes de ser fusilado. En ella deja constancia de los valores que definen a su figura, tales como la valentía y el honor, tratándose de todo un ejercicio de aceptación del peor de los designios, al que se entrega pidiendo mandar él mismo el fuego a la escolta. La misiva fue adquirida por el Congreso de los Diputados, donde se conserva, poco antes de encargarse el monumental cuadro que reproduce el trágico suceso, exhibido en el Prado. Se trata de una despedida puesta al servicio de la construcción de la nación española.

El mencionado cuadro impresiona por sus dimensiones y emociona por la crudeza de la escena, para los restos épica, cuyo impacto traspasa la mirada y estremece el alma. Los sentimientos expresados en cada uno de los rostros de aquellos a los que van a ejecutar muestran la reacción ante la certeza del inminente final, la resignación ante la injusticia. Parafraseando a nuestro protagonista, “quisieron ser víctimas por salvar a los demás”.

La obra, tal y como la encuadró el museo por su bicentenario el pasado 2019, tiene la consideración de ser una pintura para una nación. Ya no sólo por lo que representa, sino porque se trata de la única pintura de historia encargada por el Estado (entonces en turno de Sagasta, bajo la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena) con destino a la pinacoteca. La pieza encomendada debía inmortalizar a la patria desde la perspectiva de la defensa de las libertades y su autor, Antonio Gisbert, tuvo claro que la emboscada al líder de los liberales exiliados en la playa malagueña lo simbolizaba a la perfección. El grupo, pertenecientes a la llamada facción liberal exaltada durante el Trienio Liberal (distanciada de la moderada, liderada por Espoz y Mina), había sido apresado por “delito de traición y conspiración contra los sagrados derechos de S.M el Rey Fernando VII”, siendo fusilados sin juicio previo. Gisbert, que había asumido la dirección del Prado años atrás, coincidiendo con el momento en que se nacionalizaron las colecciones reales tras el destronamiento de Isabel II, fue designado por Real Decreto para el cometido. La pintura se engendró con la pretensión de convertirse en un símbolo para el conjunto de los españoles.

No por nada el expresidente Pedro González-Trevijano eligió este lienzo para abordar uno de los artículos de nuestra Carta Magna, el 10.1, para la iniciativa Los derechos constitucionales. Un paseo por el Prado con la que se celebraban los 40 años del Tribunal Constitucional. La colaboración entre el organismo y la institución museística dio como resultado la selección de veinticinco cuadros cuyas lecturas servían a los magistrados del Constitucional de entonces para reinterpretar nuestros derechos en clave artística.

Por un lado, Trevijano alude a la dignidad de la persona arguyendo que los rostros de los retratados «emanan integridad y honestidad desde la neutralidad y la contención», tratándose ésta, la dignidad, de «un principio rector inviolable que tutela un mínimum invulnerable: la autodeterminación responsable de la propia vida y el paralelo respeto de los demás». Por otro lado, la obra supone una apuesta por los valores de la Constitución de 1812, esa que Torrijos defendió y el rey felón derogó, la cual había incorporado la soberanía nacional y la separación de poderes, además de recoger varios derechos fundamentales. Este grito de libertad ante la tiranía es extrapolable a la respuesta del pueblo español a las intenciones invasoras de Napoleón, ya que La Pepa fue aprobada en el transcurso de la Guerra de la Independencia. “¡Gisbert se sentía, como Delacroix (autor de La libertad guiando al pueblo), el abanderado de un tiempo mejor!”, continúa el exmagistrado en su comentario. La similitud, de hecho, es bastante acertada, ya que el concepto de libertad en ambas se concibe como una lucha de tintes nacionalistas.

Coetánea a nuestro José María –personificación de liderazgo, debate y valores constitucionales que cuenta con cátedra propia, impulsada por Cánovas Fundación y la Universidad de Málaga– es Mariana Pineda, fusilada unos meses antes. Otro destacado personaje liberal de la Década Ominosa, que por su parte cuenta con un premio a la igualdad entre mujeres y hombres concedido por el ayuntamiento de Granada. La heroína granadina, que asimismo simboliza la lucha liberal constitucionalista de este episodio histórico, fue condenada a morir por garrote vil tras un arresto domiciliario, al encontrarse durante el registro de su casa una supuesta bandera revolucionaria a medio bordar. Sus conexiones con la causa antiabsolutista eran sonadas y por entonces las autoridades temían un levantamiento en Andalucía, motivo por el que se le acusó de formar parte de la conspiración que iba tomando forma con movimientos como la llegada de Torrijos a Gibraltar.

A Pineda se le había autorizado un indulto si delataba a los compañeros que preparaban el pronunciamiento, pero ella respondió: “Nunca una palabra indiscreta escapará de mis labios para comprometer a nadie. Me sobra firmeza de ánimo para arrostrar el trance final. Prefiero sin vacilar una muerte gloriosa a cubrirme de oprobio delatando a persona viviente”. Se dice que, al vestirla como a los ajusticiados, se negó a que le quitasen las ligas para no “ir al patíbulo con las medias caídas”. Volvemos al artículo 10. Dignidad, siempre dignidad. De nuevo, no por nada, también, el cuadro Mariana Pineda en capilla antes de ser llevada al cadalso de Juan Antonio de Vera Calvo convive bajo el mismo techo que la última carta escrita por Torrijos, el Palacio del Congreso de los Diputados.

Hoy, con la resaca del puente de la constitución, nos cuesta recordar que ni Torrijos ni Pineda traicionaron sus principios, que encarnan la injusticia de un sistema verdaderamente déspota. Mártires por cuyos ideales acaban reconvertidos en héroes cívicos, que sirviendo a la construcción del relato de la idea que tenemos por nación, terminan por abrazar la gloria. Por ser fieles a la dignidad, “nuestro valor jurídico fundamental, nuestro referente moral más preciado”.

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