Espacio de opinión de Canarias Ahora
Ya Habib elbi!
La insensata estupidez de buscar soluciones para hacer callar al perro que ladra, pasa por ladrar más alto.
Las dictaduras, ora en Oriente Medio ora en África o en cualquier lugar que se vista de ropajes de alta clase, de uniforme militar o de democrática etiqueta de civil, cometen asesinatos cuyos calificativos no están en el repertorio de la Real Academia de la Lengua Española.
Asesinar proclamando la legitimidad de una guerra, con el diseño de un triunvirato de las Azores o llevando el sello de la guadaña de la muerte violenta para quitar a un sátrapa colocando a otro peor, es una gravísima muestra de la inquebrantable voluntad maléfica del ser humano.
Con la misma contundencia e irreductible voluntad de encararme a los autores que dibujaron fronteras o con aquellos que castigan a poblaciones enteras doblando sus rodillas y llevan vidas enteras a vertederos de sangre, elevo mi voz para gritar una vez más que no es este el camino.
No entienden nada acerca del mundo árabe,- o no quieren entender-, los que han diseñado una Primavera de democracia para unos pueblos que tienen sus propias reglas de juego, que tienen su “tempo”. La letra, con sangre, no entra.
Y no tiene fin esta sucesión inmisericorde de clavar las rodillas en el suelo para que ruede una cabeza degollada o para que un pequeñuelo permanezca mecido en las olas del vasto mar besando la orilla de una playa llamada Libertad.
El sentimiento de piedad yace hundido en los más profundos rincones y no emerge ni acerca al ser humano a la conmiseración.
No merece la pena entrar en lamentables detalles ni que países son los más o menos castigados. Toda la conquista ha sido a sangre y fuego. El resultado de guerras salvadoras y de primaveras de sangre no puede ser otro que el que estamos viviendo. Es el principio de acción y de reacción.
Y los perseguidos por la muerte que claman ayuda se encuentran puertas cerradas y barreras de acero. Desatendidos de su sufrimiento, los explotadores de los recursos naturales de aquellos pueblos, no sólo no devuelven cuanto han robado sino que además les dejan en manos de la miseria extrema.
¿Con qué mirada habrá que atravesar a los hermanos árabes opulentos que no ofrecen si un solo grano de arena de sus desiertos? No están exentos de culpa.
¿A dónde irán los saqueados, los paupérrimos, los hambrientos, los agonizantes? ¿Pretendemos que se muden de planeta? ¿Qué no haría cualquiera en situación de hambre y sed, desprovisto de los más elementales derechos humanos? Huir de la muerte, buscar la vida.
La dejación de cualquier obligación respecto a situaciones que han sido implementadas por el patético y nauseabundo mundo de los hipócritas valores es el pan de cada día. No podemos ni debemos permanecer en el silencio complaciente y complacido ni en pavorosa mudez.
Y así, asistimos, entre el espanto y la parálisis a la visión,-que ojalá fuera una alucinación visual-, de un pequeño niño cuyos labios besan la arena y sus manitas inertes se flexionan en el rictus de la muerte. Las olas de la orilla mecen su cuerpo y su espalda mojada reclama la vida que, entre todos, le hemos arrebatado.
Ya habib elbi!, ¡Niño de mi corazón!
¿Habré de rogar a Dios una y otra vez?
Lo haré una y mil veces:
-¡Díos mío, haz algo!
-Te he hecho a ti, dijo la Voz.
La respuesta está invariablemente en nuestras manos.
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