De la ideología política
El Conservadurismo democrático (Merkel, Burke, Churchill, De Gaulle Lincoln, Bismarck..) junto a las tres hijos de la Ilustración: el liberalismo, el anarquismo y el socialismo, son las grandes tradiciones ideológicas políticas más importantes de los últimos siglos en Occidente. Como señala Nisbet (Conservadurismo, Alianza Editorial, 1995), una ideología es un conjunto, razonablemente coherente, de ideas morales, económicas y culturales, que tiene una relación consistente y bien conocida con la política y el poder político; más específicamente, una base de poder que hace posible la victoria de ese conjunto de ideas. Una ideología (epistme), en contraste con una mera configuración pasajera de opinión (doxa), permanece viva con un grado respetable de institucionalización. Por tanto, el armazón ideológico define la aspiración del partido político.
Por lo dicho, no cabe sino el sonrojo ajeno o la suspicacia cuando un líder político señala que no suele actuar por ideología. Si le creemos en la vertiente sonrojo, no queda más remedio que colegir que actúa irracionalmente, con lo que eso significa para quien, junto a sus compañeros diputados, senadores o concejales, conforma la voluntad nacional, autonómica o local (en el sentido de Rousseau). La otra vertiente, más sibilina, es aquella que oculta su verdadera ideología y trata de hacer creer que él actúa por inmaculado desinterés. En estos casos, y en casi todos por protección social y personal, deberíamos sacar el manual de la teoría económica de la política (Niskanen, Tullock, Buchanan, Stigler…) que considera que los políticos solo intercambian políticas por votos, y que éstos le permiten obtener lo que realmente buscan: renta, prestigio y poder. De ahí que deberíamos ponérselos difícil tratándolos de potenciales embaucadores. Desgraciadamente, el márquetin político (sea directo o indirecto a través de tertulias, periódicos, etc) les permite eludir nuestras resistencias y depositar en nuestras mentes la anestesia adecuada para adormilar nuestra bendita incredulidad. Alienación se le llama y es la más poderosa arma de dominación, pues no se necesita ejercer violencia ni física ni moral sobre los abducidos, en el sentido de la ufología política. Ya Max Weber nos lo explicó con todo lujo de detalles en su monumental Economía y Sociedad.
Caso paradigmático de la combinación de las vertientes sonrojo y suspicacia lo encontramos en Pablo Casado, líder de la cuasiultra derecha española. Hay que entender que posiblemente no asistió a clase cuando se explicó la ontología de las ideologías políticas en su facultad de Derecho. Como hemos conocido por los medios y redes, no se prodigaba mucho en acudir a las clases, hecho sin gran trascendencia para él dada la dependencia económica de las universidades madrileñas del gobierno de Madrid. Ya se ocupaba la autollamada liberal Esperanza Aguirre “de afinárselo” llamando a profesores/as del entorno ideológico. Patético es la foto de prensa en la que aparece en su casa, supuestamente leyendo libros ¡en inglés!. Al menos en esto, y en muchas cosas más, Cayetana presenta un currículo más sólido y transparente.
Otro político, éste de izquierda, con una cierta empanada mental (permítaseme el vulgarismo) es Alberto Garzón: “Ni de izquierdas ni político, soy comunista y economista” (Eldiario.com). Evidentemente, sus manifestaciones solo demuestran que es un “incauto” en términos del genial Marco Cipolla (Las Leyes fundamentales de la estupidez humana). Al menos no llega a estúpido, que son los verdaderamente peligrosos en política. Como señala el historiador económico italiano, en su Primera Ley Fundamental, siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo. Y lo más curioso, la proporción no depende de ideologías, clase social, curriculum académico, religión o región. Es un consuelo. ¿No?
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