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¿Qué es más importante, el arte o la vida?

Fotograma de la película 'Children of Men' (Alfonso Cuarón, 2006)
8 de noviembre de 2022 16:15 h

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Mientras en 2022 se habla de cancelar a Picasso –con motivo de las actividades que conmemorarán el 50º aniversario de su muerte en 2023 – y se vandalizan obras de arte en nombre del clima, en 2027 (año en el que se desarrolla la trama de Children of Men, una película distópica de 2006 dirigida por Alfonso Cuarón) algunas de las obras más importantes de la historia del arte se han salvado de la destrucción provocada por el caos mundial en el que está sumida la humanidad, al borde de la extinción. ¿Para qué?, o como proclamó una de las activistas de Just Stop Oil tras lanzar sopa de tomate a Los Girasoles de Van Gogh en la National Gallery de Londres: “¿Qué es más importante, el arte o la vida?” Pues bueno, en el film de Cuarón, basado en la novela homónima de Phyllis Dorothy James, no nace nadie desde hace dieciocho años debido a la infertilidad que hay a nivel global, o sea que la vida es lo más importante. Y, aun así, hay cabida para dotar de protagonismo al arte. En este contexto, obras como el Guernica de Picasso son eternas porque representan la habilidad que tiene el ser humano para manifestar una idea, en este caso, el horror y la tragedia de la capacidad destructiva de la guerra, plasmada mediante un lenguaje que requiere de sensibilidad artística para ser expresado.

El Guernica y los Girasoles, como La Mona Lisa de da Vinci, Los Almiares de Monet, La Primavera de Botticcelli, La Joven de la perla de Vermeer o las Majas de Goya, son eternas porque representan algo que, gracias a su preservación y exhibición, han pasado de una generación a otra, y a la siguiente y a la que viene después; han quedado impresas en la retina colectiva. Son vestigios. ¿Y cuál es la importancia que tiene su contemplación? Pues, parafraseando la Ley 16/1985 de 25 de junio del Patrimonio Histórico Español, “con su disfrute se facilita el acceso a la cultura y ésta, en definitiva, es camino seguro hacia la libertad de los pueblos”.

Aparentemente, a tenor de la sucesión de actos vandálicos contra obras de arte perpetrados por activistas en los últimos meses, el patrimonio artístico está desprotegido. Hay conciencia ecológica, pero no apego por nuestra herencia cultural; hay valor para lanzar un tartazo a una obra, pero no respeto hacia la institución museística que la custodia; hay determinación a la hora de pegarse con loctite al cristal que protege un lienzo, pero no al lienzo. Los activistas saben lo que se juegan. Rebeldes con causa siempre y cuando las consecuencias sean sólo la repercusión mediática de sus actos, de los cuales culpan a los gobiernos por su incapacidad de actuar frente al calentamiento global. Rizando el rizo, afirman que son ellos los que corren el peligro para concienciar al mundo del cambio climático. 

Estas llamadas de atención para alertar sobre la preocupación medioambiental evidencian un menosprecio por el arte y sus creadores y un insulto a los templos que salvaguardan nuestro legado; lo que debe entenderse, por un lado, fruto de la ignorancia del valor que tienen las obras de arte para el conjunto de la sociedad y, por otro, como una alarma de lo fácil que resulta mancillarlas. Estamos hablando de que se ha sorteado la seguridad de museos como el Louvre o el Prado. La aparente impunidad ha propiciado el efecto llamada con una sucesión de atentados contra el patrimonio realmente escandalosa, como escandalosa es la historia de la fuente de financiación de esta coalición de grupos protesta, desde el mencionado Just Stop Oil -la rama británica-, pasando por el alemán Letzte Generation o el italiano Ultima Generazione hasta el español Futuro Vegetal, entre otros. Se trata del Fondo de Emergencia Climática, una organización estadounidense creada en 2019 en Los Ángeles, cofundada por Aileen Getty, nieta del magnate del petróleo J. Paul Getty, fundador de Getty Oil, e hija de John Paul Getty Jr., creador del Museo de arte J. Paul Getty. Es decir, la fortuna que financia a los vándalos emana del petróleo y del arte, lo que ha dado lugar a una conspiración que defiende que todo forma parte de un plan para ridiculizar el activismo medioambiental, alentando el negacionismo del cambio climático. Cuestiones que se perfilan en la película Don’t Look Up (2021), cuyo director, Adam McKay, también está detrás de esta organización.

En territorio patrio, el artículo 46 de la Constitución Española impone a los poderes públicos la orden de garantizar la conservación y promoción del enriquecimiento del patrimonio histórico, cultural y artístico de los pueblos de España y de los bienes que lo integran, cualquiera que sea su régimen jurídico y su titularidad, siendo la ley penal la que sancione los atentados contra este patrimonio. Los delitos que estamos describiendo vendrían tipificados en los artículos 323 y 324 del Código Penal: daños a elementos del patrimonio histórico, castigados con pena de prisión de 6 meses a 3 años o multa de 12 a 24 meses, pudiendo imponerse la pena superior en grado si los daños son especialmente graves, o castigarse con pena de multa de 3 a 18 meses si los daños causados por imprudencia grave superan los 400 euros, atendiendo a la importancia de dichos daños. Es decir, para que estas actuaciones se consideren delito, más allá del de alteración del orden público, deben dañar la obra, deteriorarla físicamente. Aquí, las Majas de Goya siguen vestida y desnuda respectivamente; allá, donde la normativa es similar, la tarta nunca llegó al rostro de la Gioconda y la sopa de tomate no salpicó a los girasoles, gracias a los cristales que las protegen. Los marcos son los grandes damnificados. Abrimos debate.

Cuando el activismo irrumpe en la sala de un museo ya juega con ventaja frente al quietismo de las obras expuestas. En general, la actuación de los vigilantes de sala ha sido correcta, la actuación del resto de visitantes ha sido correcta. Tienen apego al patrimonio, tienen respeto por las creaciones artísticas. Una visitante indica discretamente a una de las vigilantes del Museo Nacional del Prado retirar el tarrito con el que uno de los activistas de Futuro Vegetal pintó “+1,5º” en la pared que separa La Maja Vestida de La Maja Desnuda para “alertar sobre la subida de temperatura mundial que provocará un clima inestable y graves consecuencias en todo el planeta”. Efectivamente, este es un hecho preocupante, sobre el que se han ido tomando medidas para contenerlo. Sin embargo, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, advirtió dos días antes del incidente en la pinacoteca española, que el objetivo climático de evitar que la temperatura global suba más de 1,5 grados está en “cuidados intensivos”, lo que sobrepasaría los límites marcados en el Acuerdo de París. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) ha señalado este domingo, en el marco de la cumbre anual del clima de Naciones Unidas (COP27), que la temperatura media mundial del año en curso está en 1,15 grados por encima de los niveles preindustriales, esto es, antes del uso masivo de combustibles fósiles. Para combatir esto, Just Stop Oil reclama suspender la concesión de licencias y permisos de extracción de petróleo y gas mientras que Futuro Vegetal, por su parte, demanda retirar las subvenciones al sector ganadero para destinarlo a la promoción de alternativas que ayuden a hacer frente la crisis climática. La forma que tienen de hacerlo, no obstante, convierte la causa en parodia. Le hemos dado tanto crédito al paripé y tanta relevancia al figurar que hasta luchar por lograr un cambio real parece lo de menos. Se está más a gusto en los márgenes de la desobediencia civil. Cuando uno de los activistas que arrojaron puré de papa a Los Almiares de Monet espetó “este cuadro no va a valer nada si tenemos que pelearnos por la comida”, me recordó a cuando el personaje que interpreta Clive Owen en Children of Men le pregunta al rescatador de obras de arte qué le hace seguir si en cien años no habrá nadie que pueda verlas. Éste responde: “¿Sabes qué es?, que simplemente no pienso en eso”. 

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