Pongamos que hablo de Ciudadanos
Cuando me afilié a Ciudadanos lo hice por dos razones. Una, por el ideario que tenía en ese momento: hacer política para las personas, buscar profesionales que se implicaran en política, que estuvieras dispuesto a emplear parte de tu tiempo y conocimiento en un bien común, la mejora de nuestro país... La otra razón fue romper con el rojo y el azul, combinar lo mejor de la derecha tradicional con lo mejor de la izquierda tradicional, en lo económico y en lo social.
Así era como yo veía Ciudadanos. Por esas razones, cuando se apoyó al PSOE en Andalucía, me alegré, esta es la línea: cambiar apoyos por proyectos. Cuando se hizo lo mismo en Madrid con el PP, también me alegré, seguía viendo a Ciudadanos como un partido “bisagra”, no tenía claro que algún día pudiera gobernar en solitario, pero sí que ejerciera un “control” sobre los grandes partidos. Cuando Pedro Sánchez se presentó a la primera investidura y Ciudadanos negoció acuerdos me alegré; cuando fue Rajoy el que se presentó y se volvieron a negociar acuerdos, también me alegré porque veía una política de oposición distinta de la que había existido en España hasta ahora: crítica, fiscalizadora, pero también colaborativa. Se anteponía el bienestar general a las directrices partidistas.
Pero de repente todo cambia. Ya no somos un partido de profesionales en política, ya no somos un partido bisagra, permitimos que se constituya un Gobierno donde los separatistas obtienen un gran poder, permitimos que la extrema izquierda asuma el control de áreas importantes para el desarrollo del país. No fuimos capaces de mantener la línea trazada y comenzamos a marcar líneas rojas hasta llegar a ser un partido más de la derecha española.
Los dirigentes de Ciudadanos se posicionaron al lado de la derecha y el partido empezó a llenarse de oportunistas que ven la política como una profesión, como una oportunidad de adquirir poder, de conseguir contactos que le puedan facilitar su futuro profesional (cuando ya no estén en la política), de acceder a estamentos a los que con sus estudios o experiencia profesional nunca hubieran accedido, de personas que van en contra de sus ideales por mantenerse en el puesto, de dejar de ser como eres y cómo piensas para poder encajar en el engranaje político, de pisar a quien se te ponga por delante para no perder tu oportunidad, buscando su echadero sin escrúpulos ni ideología definida, que anteponen su interés personal al bien general.
En Canarias lo vivimos con el retorno en el 2015 de Saúl Ramírez, producto de un desembarco de descontentos del PP que no habían alcanzado puesto en lista, de la llegada de fichajes al estilo de la locutora Vidina Espino, donde su ego sólo permitía hacer una campaña que girara únicamente en torno a su persona, de embaucadoras como Teresa Berástegui, que iban buscando posicionarse allí donde pudieran sacar un provecho personal. De desencantadas de la vida y sin trabajo como Evelyn Alonso, que se iba arrimando a quien pudiera para conseguir un puestito de trabajo y algo de protagonismo, de individuos como José Antonio Guerra que, junto a Vidina y a Teresa, destrozaron cualquier acuerdo de pacto de Gobierno por su incapacidad de negociar y, ¡cómo no! sin la suficiente educación y dedicándose a agredir verbalmente a una servidora.
Todo esto se denuncia a su debido momento. Se avisó de lo que sucedía y el Comité Ejecutivo ¿qué hizo? NADA, absolutamente nada, ¿y qué hizo Melisa Rodríguez? NADA. Y, ante esta situación, comenzó la marcha de los profesionales, de aquellos que no necesitan la política para vivir: se fue Mariano Cejas, economista del Cabildo de Tenerife; se fue David Morales, director del Costa Meloneras; se fue Manuel Florido, director del Santa Mónica, se fue Carmen Pellón, directora de secundaria, me fui yo, profesora investigadora de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Poco falta, me imagino y si no lo ha hecho ya, para que se vaya también Juan Amigó, destacado empresario.
¿Y qué queda de Ciudadanos Canarias? Todavía queda muy buena gente y profesionales a los que no voy a nombrar, por miedo a dejarme a alguno/a atrás, pero aquellos que rompieron el partido, con la connivencia de Madrid, y que con sus actuaciones nos han dado la razón a los que denunciamos una y otra vez, han dejado una imagen de Ciudadanos que va a ser muy difícil de cambiar.
Teresa Berástegui se cameló a Casimiro Curbelo, y ahí la tenemos de viceconsejera de Turismo. Saúl Ramírez se unió a Unidos por Gran Canaria, que a su vez está con Coalición Canaria, eso después de no conseguir un puesto en la Ejecutiva Nacional con Francisco Igea. Evelyn Alonso, expulsada de Ciudadanos por convertirse en el ‘correveydile’ de Coalición Canaria y, perdonen que sea tan escéptica, pero no me creo que vaya a trabajar por 700€ al mes. Vidina Espino ni se sabe lo que hace en el Parlamento de Canarias; sus intervenciones, a cual peor y con graves errores producto del desconocimiento; y José Antonio Guerra, pues, ¡qué quieren que les diga!, sólo hace falta echar un vistazo a sus redes sociales para ver el trabajo que está realizando por esta ciudad: posado tras posado, pero sin entrar a trabajar en los problemas del municipio.
En fin. Ciudadanos Canarias está a la deriva, no tiene comité territorial, está totalmente descabezado y, aunque no creo que sea la única comunidad autónoma que está en esta situación, todo esto se lo tenemos que agradecer a personas como José María Espejo y Carlos Cuadrado, que son los que han apoyado a personas como Teresa Berástegui, Vidina Espino y José Antonio Guerra.
¿Qué pasará con Ciudadanos? No lo sé, y, sinceramente, tampoco me importa. Cuando un partido da el giro hacia la derecha que ha dado Ciudadanos, cuando no aplican los estatutos de igual manera para todos y permite que agresores verbales militen en sus filas, cuando denotan una actitud tan machista hacia mi persona, que me dan la razón a mi denuncia, pero no actúa, es un partido que ya no tiene sentido de existir.
Me imagino que las próximas elecciones nos dirán si Ciudadanos ha llegado a su punto y final o continuará. Ya es algo que no me preocupa, y lo digo con tristeza, lo digo con pena por lo que significó para mí, pero es lo que siento.
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