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El secreto

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Arranca una nueva temporada poniendo el foco en los nuevos propósitos que serán renovados, modificados o eliminados allá por los meses de diciembre y enero. El segundo idioma o el ejercicio infalible suelen ser de los más recurrentes, volviendo al desasosiego cuando, al final, te encuentras en idéntica forma que al principio. En todos estos casos, las expectativas hacen su trabajo. Estas son una parte intrínseca de la experiencia humana, modelando nuestras percepciones, emociones y decisiones. Desde una perspectiva psicológica, las expectativas actúan como una brújula que nos guía a través de la complejidad. Sin embargo, ¿qué sucede cuando no se cumplen?

En términos sociológicos, las expectativas no solo son individuales, sino que también están moldeadas por las normas y valores de la sociedad. Vivimos en una era donde el éxito se mide a menudo en términos de logros materiales, estatus social y reconocimiento público. Estos “pseudovalores” se inculcan desde una edad temprana y, a medida que crecemos, los internalizamos como parte de nuestra identidad. Nos esforzamos por cumplir con estos estándares porque creemos que hacerlo nos traerá aceptación. Sin embargo, cuando estas expectativas no se materializan, el resultado es una sensación de fracaso y alienación. Por otro lado, desde una perspectiva psicológica, las expectativas están íntimamente ligadas a la autoestima. Cuando establecemos expectativas, estamos esencialmente proyectando una visión de lo que creemos que debemos ser o tener. Si logramos cumplir con estas expectativas, recibimos un impulso, pero si fallamos, podemos sufrir un golpe devastador. De hecho, este ciclo de expectativas y frustraciones puede llevar a un estado de estrés crónico y ansiedad, porque, cuando hay una discrepancia entre nuestras expectativas y la realidad, experimentamos una incomodidad mental que intentamos resolver de alguna manera, ya sea ajustando nuestras expectativas o distorsionando la realidad para que se ajuste a lo que esperábamos. En otro plano, en el ámbito económico, las expectativas juegan un papel crucial en la toma de decisiones y en la percepción de bienestar. Si las expectativas son optimistas, es probable que los individuos inviertan, gasten y asuman riesgos. Por el contrario, si las expectativas son pesimistas, habrá abstención de gastar, ahorro más elevado y evitación de riesgos, lo que puede conducir a una desaceleración económica. Y, por último, en el plano político, solo hace falta hablar de un programa electoral para entender lo que se está intentando transmitir.

Al final, parece que, de forma tozuda, la clave para mitigar las frustraciones y el estrés asociados con las expectativas incumplidas puede residir en la gestión de estas, de forma que, al no aferrarnos a expectativas rígidas sobre el futuro, reducimos la probabilidad de experimentar frustraciones y aumentamos nuestra capacidad para adaptarnos a las circunstancias cambiantes. Desde un punto de vista práctico, esto no significa que debamos renunciar a establecer metas o a planificar el futuro. Más bien, implica adoptar una actitud de flexibilidad y apertura. Si bien es natural y saludable tener aspiraciones, es importante reconocer que no todo está bajo nuestro control. En última instancia, el secreto radica en encontrar un equilibrio. No se trata de eliminar por completo las expectativas, sino de gestionarlas de manera que no nos dominen. No obstante, también se puede optar por no tener aspiraciones algunas y así ahorrarnos el tener que gestionar un desengaño más. Feliz temporada.

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