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De los trenes noctívagos

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Cuando la añoranza reina, se puede reivindicar casi todo. Por ejemplo, ahora y en toda Europa, campa una nostalgia de los trenes que viajan, viajaban, por la noche. Ya hay algunos muy activos. In illo tempore, casi todos los trenes de largo recorrido viajaban por la noche porque la necesitaban para completar sus trayectos. Una o dos noches, como aquel Coruña-Barcelona de mis entretelas. Los trenes noctívagos añadían un placer secreto al viaje: la noche, y las paradas en la noche, en el páramo castellano, en estaciones sin jefe y sin bar, casi sin estación. En Medina del Campo había mucho trajín: los trenes que viajaban de Galicia a Madrid, y viceversa, estaban obligados a cambiar el sentido de la marcha. Larga parada, bocadillo y café con leche en la cantina. En cierta ocasión, alguien accionó la palanca de urgencia y frenó el tren, no pudo arrancar. Pero eso no fue en Medina sino en Miranda de Ebro: me acusaron e interrogaron en un anexo a la cantina, un guardia civil con bigotes, un empleado de Renfe uniformado y un paisano que estaba por allí. Salí libre de forma milagrosa porque una gallega de Monforte, emigrada en Mataró, apeló a mis buenas maneras e hicimos el resto del viaje juntos. Buena suerte.

Ahora no hay nada de eso. Y menos en Canarias, que todavía se está buscando el mínimo dinero para tener unos trenes mínimos también, en las islas de mayor población. Todo se andará: el ministro Puente está por la labor.

Pero tocan las campanas de los noctívagos. ¿Por qué se suprimieron? La obviedad de los grandes trayectos operados por la alta velocidad que convierte a la noche en prescindible, dicen. Los trenes noctívagos tenían cafetería y restaurante. Se comía y se bebía caro y bien. Con un poco de suerte, en el Madrid-Coruña te tocaba la cubertería de plata que la reina María Cristina (¿o fue Victoria Eugenia?) había regalado a Wagon-List, esa compañía de los grandes expresos europeos, precursora de la unión económica y política. Casi sin suerte, las carnes estaban muy bien hechas, las papas asadas y las ensaladas de las huertas del camino, es un decir. Si tocaba pescado, el lenguado meniere recordaba a los nortes y las coles a Bruselas, siempre, con Georges Simenon fumando en pipa en la mesa de al lado. Qué viajes y qué imaginación.

En los trenes aprendí todo lo que un adolescente en ciernes debe aprender. Una noche de setiembre de 1978 me subí a un expreso en Ourense y no volví a vivir en Galiza. Me acompañaron Francis Bogas y Miguel Alcaraz, pero ellos no quieren acordarse. Lembranzas. Casi todo se puede repetir, por eso ahora la nostalgia de los trenes noctívagos, trenes hotel les llegaron a llamar, y se perfeccionaron hasta el extremo de tener baño completo en cada departamento.

Todo esto no viene a cuento de nada. Es una huida, en tren, por supuesto, del presente infausto y del futuro que se vaticina peor. Viva la RENFE.

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