Morir en el embarazo... hace 750 años en Canarias

Restos de la mujer aborigen muerta durante su último mes de gestación hallados en Gáldar. En la zona abdominal, se aprecian los huesos del feto

EFE

Las Palmas de Gran Canaria —

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La joven aborigen no había cumplido 25 años y siempre había trabajado duro recogiendo lapas para los suyos, una faena agotadora, porque el mar está frío y con la humedad duele todo, pero pronto iba a ser madre, faltaba solo una luna, los dioses proveerían... Sin embargo, todo se complicó.

Los huesos de una joven reposan desde finales del siglo XIII en la costa de Gáldar (Gran Canaria) bajo lo que en la actualidad es una finca de cultivo. En su interior, el feto del niño que nunca llegó a ver en el vientre, porque madre e hijo murieron entre la semana 33 y 35 de embarazo, probablemente por complicaciones en la gestación.

El suyo es un caso muy poco frecuente. Apenas se conocen en el mundo enterramientos de culturas antiguas donde se conserven juntos los restos de una gestante y su hijo (en Canarias, solo este), aunque se sospecha que en la antigüedad moría un número no desdeñable de mujeres por complicaciones en el embarazo o el parto; de hecho, sigue pasando hoy, en especial, en contextos de pobreza.

Cuatro investigadores de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), el Museo Canario y la empresa Tibicena publican en la revista “HOMO: Journal of Comparative Human Biology” el resultado de sus estudios sobre uno de los enterramientos más interesantes de esta necrópolis prehispánica descubierta en 2007 en Juan Primo, donde descansan 16 personas que vivieron entre los siglos XII y XV.

Los arqueólogos que trabajan en se enclave ignoran quién era esa mujer, pero saben mucho de ella: saben cómo se alimentaba, saben en qué trabajó en su juventud y, seguramente, hasta el final de sus días, saben que le faltaban apenas cinco semanas para dar a luz y sospechan de qué murió. Y lo saben porque sus huesos hablan.

El estudio anatómico de su cuerpo muestra que era una joven de 20 a 25 años, sin que se pueda precisar si estaba embarazada por primera vez o ya había sido madre. También revela que padecía artrosis en las vértebras lumbares y exóstosis en el canal auricular izquierdo, un problema más conocido como “oído de surfista”, porque afecta en especial a personas con mucho contacto con el agua.

Las dos dolencias tienen su contexto histórico y cotidiano: se estima que el 20 por ciento de la población de la Gran Canaria anterior a la Conquista sufría de osteoporosis no senil, lo que varios estudios atribuyen una dieta baja en proteínas y sustentada, fundamentalmente, en la ingesta de cereales y otros vegetales.

En cuanto al oído de surfista, se trata de una anomalía ósea en el canal auricular estimulada por un contacto intenso y continuo con agua fría, que suele relacionarse con profesiones como la de buzo o mariscador... Y eso da otra clave sobre la vida de esa joven, señala a Efe el primer autor del trabajo, Jonathan Santana, de la ULPGC.

El registro arqueológico acredita que los aborígenes de Gran Canaria solían recoger moluscos, marisco y burgaos (caracolillos) para su alimentación, una faena en la que participaban las mujeres.

Las crónicas también lo cuentan, con pasajes como este de 1632: “Si estaba la mujer preñada, le daban su parte tanto a la criatura que estaba en su vientre como a la madre”. Así que lo más probable, dicen los autores, es que la protagonista de esta historia siguiera colaborando en esas tareas, de ahí su oclusión auricular.

El conocimiento adquirido hasta ahora sobre los antiguos canarios, recuerda este estudio, muestra que en las sociedades aborígenes había una alta mortalidad de mujeres entre los 20 y 35 años, franja de edad que coincide con el periodo más fértil.

Jonathan Santana está entre los veinte científicos españoles que han obtenido este año la prestigiosa beca Starting Grant del Consejo de Investigación Europeo, por sus proyectos para seguir aportando luz sobre cómo era la vida de los pueblos que habitaban Canarias antes de la llegada de los europeos en los siglos XIV y XV.

Este investigador defiende que, si esa tasa de mortalidad tiene que ver con la maternidad, se debe a complicaciones posteriores al parto, sobre todo a infecciones. “Pensamos que el embarazo no era algo tan peligroso en el pasado como creemos ahora, desde que se han medicalizado todos los partos. El embarazo no era en sí mismo peligroso, lo peligroso llegaba después del parto”, apunta.

Su artículo relata otra costumbre documentada por las crónicas históricas entre los aborígenes canarios, la de engordar a la mujeres casaderas antes de que tomaran marido, proporcionándoles una alimentación suplementaria a base de leche y gofio.

Esa práctica, admite Santana, tiene una doble lectura: una primera de dominación del hombre sobre la mujer, su sexualidad y su reproducción, pero también otra de índole práctico, porque buscaba proveer a las madres y a sus vástagos de más opciones de sobrevivir a posibles imprevistos durante la primera crianza, en una sociedad que rendía culto a la fecundidad y la representaba con formas femeninas, como en los grabados de Risco Caído o el ídolo de Tara.

Así que ¿de qué murió esa joven aborigen, si murió por el embarazo? La disposición de los restos del niño en el vientre apunta una posible mala colocación, una distocia de hombro, y la semana de gestación en la que se encontraba sugiere otra posible causa, la eclampsia, una complicación que aún hoy está detrás de una de cada diez muertes de madres en el embarazo y que en el 90 por ciento de los casos ocurre en torno a la semana 34, en el último mes.

Los arqueólogos siguen sin saber quién era la joven de la tumba número 4 de Juan Primo, pero sus restos, cuidadosamente envueltos en un sudario y enterrados hacia el norte, les han contado mucho de como eran esos nueve meses en la vida de las antiguas canarias.

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