Día de Todos los Santos en La Palma: jornada de penas y recuerdos
Son las 12:00 y suenan las campanas de la iglesia de Los Llanos de Aridane, en La Palma. “Están anunciando la muerte del pueblo”, dice un vecino con gorra y los brazos cruzados frente al Rincón de la Memoria, un mural con todos los nombres de las personas que yacen en el principal cementerio municipal, el de Las Manchas, al que no puede acceder nadie por la cercanía de la lava del volcán de La Palma.
Cae ceniza y los pasos dejan de escucharse. Se ha instalado una alfombra negra sobre las calles que cubre las marcas viales de las carreteras (con el peligro que eso conlleva) y las casas. También los paraguas de quienes esconden sus rostros tras las lágrimas. En la Plaza de España de Los Llanos hay flores para honrar a los antepasados y velas para evocar su recuerdo. Se escucha algo de música y también el susurro de quienes pasean su dedo por el mural, buscando el nombre de su padre, de su madre, de su hijo.
La Palma ha perdido el sueño por el rugido del volcán. Pero también ha perdido este lunes, el Día de Todos los Santos, la posibilidad de rendir culto a sus antepasados enterrados en el cementerio de Las Manchas, el mayor de toda la isla con unas 5.000 tumbas y un millar de metros cuadrados de superficie. La lava se encuentra a unos 200 metros. Por el momento, a este camposanto lo salva la montaña Cogote, que se entromete en el camino de la colada.
No es un lunes cualquiera. Aquí es una “tradición arraigada” acudir en masa a los cementerios el 1 de noviembre, según explica Mariana Monterrey, coordinadora de la atención psicológica en la isla. “Aunque también hay personas que tienen esa costumbre de ir de forma rutinaria”, agrega.
Eso es lo que solía hacer Juan, que se pone a pensar en una ciudad a la que se le parezca la actual Los Llanos: “Sarajevo cuando la bombardearon”, dice. Quizá por eso lleva varios días tratando de alejarse de la cúpula de partículas oscuras que rodea al municipio. “Anteayer me fui a Garafía, ayer para Breña Baja, evadiéndome de este problema”.
Él perdió a su padre y a su hijo cuando este solo tenía 27 años. Iba todas las semanas, a veces todos los días, a verlos al cementerio. El año pasado no pudo hacerlo el día de los difuntos por la COVID; este por el volcán. “Esto es muy duro. Bastante duro”, lamenta.
La ceniza, protagonista de la erupción volcánica estos días, ha creado montañas de arena encima de los ataúdes que ocultan el nombre de quienes descansan en ellas, así como las cruces cristianas, de las que apenas sobresalen un par de centímetros. Las flores rojas, amarillas y naranjas para los difuntos ya no son rojas, amarillas ni naranjas, pues han sucumbido ante la incesante arena volcánica que se topa con ellas.
Una mujer, mientras tanto, mima las plantas que maquillan la tumba de su padre. Pero no lo hace con mucho esmero. “¿Para qué?”, se pregunta, si a los pocos minutos volverán a ennegrecerse. “Prefiero dejarlas así. No merece la pena ni limpiarlas”. En este camposanto municipal de Los Llanos de Aridane está su padre. En el de Las Manchas está su madre. “Espero que no se lo lleve la lava porque la tengo a ella. Vamos a ver si aguanta el bicho este [refiriéndose al volcán]. Los periodistas dicen que es un niño malo y caprichoso. Durante el día duerme y por la noche la arma”, añade.
Los palmeros que no han podido acercarse al cementerio de Las Manchas han tenido que tirar de creatividad para conmemorar a sus seres queridos. La psicóloga Monterrey explica que lo importante estos días es que se anclen en las vivencias, los recuerdos, y que busquen una alternativa. “Como un espacio en sus viviendas donde puedan honrar a sus familiares, ya sea con una vela, una foto, una flor…”. “Estamos atendiendo en los puntos de los municipios afectados [El Paso, Los Llanos y Tazacorte] además de Fuencaliente, en el hotel donde están desplazados los afectados”, agrega Monterrey.
El hombre con la gorra y los brazos cruzados continúa delante del Rincón de la Memoria, observándolo, que no es lo mismo que mirarlo. En Las Manchas tiene a tres seres queridos: dos abuelos y su padre. “Cuando era pequeño iba con mi abuela a llevarle flores a mi abuelo. Después iba con mi padre a llevarle flores a mis abuelos. Y ahora voy yo solo a hacer lo mismo con mi padre y mis abuelos”, rememora, siendo un ejemplo más de lo enraizada que está esta práctica en la isla de La Palma.
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