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Arqueología en El Sahara: entorno natural

Felipe Jorge Pais Pais

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El entorno natural es infinito, inmenso y, al mismo tiempo, grandioso. Los espacios son inabarcables, sin límites y, muchas veces, de una monotonía inquietante al no haber puntos de referencia. Esta sensación, para isleños acostumbrados a territorios pequeños y accidentados, donde el mar es omnipresente, nos provocaba cierto desasosiego que, seguramente, no era tan agobiante, porque teníamos confianza ciega en nuestros guías autóctonos que, en cualquier momentos y circunstancia, sabían dónde estábamos y hacia dónde nos dirigíamos. Aunque, eso sí, las huellas de la “civilización” (pistas, camellos, basuras, jaimas, etc.) estaban por todos lados y en los sitios más insospechados. Pero nunca dejábamos de pensar qué pasaría si, por las razones que fuesen, nos quedáramos sin agua y, sobre todo, cuánto tiempo resistiríamos y todo ello, a pesar de encontrarnos en una de las mejores épocas para visitar estos parajes. Y es que, en ningún momento, hasta llegar a Dakla, el último día, tuvimos sensación de frescor, a pesar de que en la campaña de 2018 por las noches, tuvieron que soportar un intenso frío, aunque en esta ocasión, en ningún momento, bajamos por debajo de 30º.

Partíamos con ideas preconcebidas fruto, sobre todo, de documentales y narraciones que la realidad nos demostró que estábamos equivocados, seguramente porque el Sahara es un territorio inmenso en el que la diversidad de paisajes, aunque pueda sorprendernos, es muy rica y variada. Todavía hoy nos cuesta hacernos idea de la enormidad del terreno que recorrimos si bien, en realidad, apenas es nada en una tierra inabarcable. Así, por ejemplo, no vislumbramos ni un solo campo de dunas, salvo algunos ejemplos aislados que, a veces, formaban pequeñas alineaciones conformadas por la dirección de los vientos dominantes. El terreno es pedregoso y la arena solo se enseñorea en las depresiones y hondonadas de las que, solo en una ocasión, tuvimos que rescatar al todoterreno que, por otra parte, son unas máquinas increíbles a las que apenas si hay espacios que se les resisten. Tal es así, que las huellas de los vehículos están por todos lados, a pesar de que el viento, rápidamente, disimula o borra sus rastros. Y es que, aunque no seamos conscientes de ello, flota en el aire un polvo finísimo que se mete por cualquier rendija, por pequeña que esta sea. Lo apreciabas a la hora de montar las tiendas de campaña cuando, en el espacio entre la cena e irte a dormir, las colchonetas estaban llenas de una delgada película que, en ocasiones, saboreabas porque la sentías al comer entre tus dientes. La mochila y la cámara, todavía hoy, a pesar de ser limpiadas a conciencia, conservan rastros de ese polvillo inmisericorde.

Y, aunque nos encontramos con zonas estériles, sin rastros de la más mínima planta, por pequeña que fuese, este tipo de terrenos son, en realidad, poco frecuentes. En realidad, la vegetación arbustiva y herbácea es relativamente abundante y, además, en muchos lugares, tenía una lozanía y un verdor sorprendentes, especialmente en aquellos parajes donde, hacía poco, habían caído, en pleno verano (época de lluvias), dispersos y cortos chaparrones. Según nos comentaron nuestros guías saharauis, el cambio climático también se está haciendo notar en el desierto. El cambio más drástico es que hasta hace relativamente poco cuando llovía las precipitaciones se extendían por todo el territorio mientras que, en la actualidad, las lluvias son más dispersas y afectan a espacios muy pequeños, mientras que en el resto no cae ni gota de agua. La especie vegetal más abundante es una especie de arbusto, omnipresente en todos lados, que conocen como hierba camellera. Pero, aún más sorprendente es la gran abundancia de acacias de todos los tamaños, algunas de ellas realmente gigantescas. Y, a pesar de sus duras y afiladas espinas, constituyen un reclamo atractivo e irrenunciable, ya que ofrecen una reparadora y vivificadora sombra, tanto para los animales como las personas, en medio de  un entorno inmediato que, la mayoría de las ocasiones, especialmente al mediodía, es un auténtico infierno.

Pero, tanto o más sorprendente que la abundancia de vegetación, pudimos constatar que la vida animal bulle y prospera en unos espacios aparentemente inhabitables. La mayor parte del tiempo, salvo los insectos, determinadas aves y algunos reptiles, los animales son difíciles de ver, puesto que evitan las horas más calurosas del día, aunque sus rastros y huellas son claramente visibles en la arena y están por todas partes. Así, por ejemplo, no vimos ni una sola serpiente, salvo un ejemplar aplastado en la carretera, la piel mudada de otra, pero sabemos de su presencia y abundancia por sus improntas en el suelo donde, hasta un profano, adivina las persecuciones y batallas que tuvieron lugar entre este depredador y sus víctimas. Sin embargo, los auténticos amos del desierto son los camellos: solitarios, en pequeños grupos, en grandes manadas, aunque, todos ellos, domesticados en mayor o menor grado, puesto que los pastores, las jaimas y los todoterrenos suelen estar muy cerca. En el equipo había tres fotógrafos especialistas en aves y fueron capaces de sacar fotografías a numerosas especies que, en la mayoría de las ocasiones, pasaban completamente desapercibidas, excepto para sus miradas expertas. El desierto está lleno de trozos de huevos de avestruces que, hace mucho tiempo, desaparecieron de estos parajes, de tal forma que estos restos pueden tener miles de años. De cualquier forma, siempre debemos tener muy presente dónde nos encontramos y que no es otro que uno de los lugares más secos de la Tierra. La sed puede ser mortal para quienes no tengan muy presente esa máxima y los numerosos esqueletos de animales (camellos, cabras, ovejas, félidos, aves, etc.) se encargan de recordárnoslo continuamente.

Felipe Jorge Pais Pais

(Doctor en Arqueología)

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