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Arqueología en El Sahara: una experiencia inolvidable
Entre el 26 de octubre y el 2 de noviembre de 2019 tuvimos ocasión de participar en una de las experiencias arqueológicas más estimulantes e interesantes de nuestra trayectoria investigadora. Formamos parte de la Tercera Campaña de prospecciones y estudios llevada a cabo por un amplio equipo científico multidisciplinar que tiene como objetivo principal el registro, la protección, la conservación y puesta en valor del rico y variado Patrimonio Cultural y Natural que atesora una enorme región comprendida entre Dakla, antigua Villa Cisneros, y Aousserd, en pleno corazón del desierto del Sáhara.
En esta ocasión, la expedición estuvo compuesta por 11 canarios y 6 saharauis, quienes se encargaron de organizar y facilitar todo el operativo de desplazamientos e intendencia (5 vehículos todoterrenos, comidas, agua, diseño de las rutas, visita a los diferentes conjuntos arqueológicos, etc.). Sin sus conocimientos del territorio, su pericia como conductores y sus desvelos para hacernos la vida lo más fácil posible, hubiese sido imposible cumplir los objetivos previstos.
El equipo canario estuvo conformado por 3 arqueólogo/as, una astrónoma, un arquitecto y especialistas en diferentes campos y ramas de la fotografía (Naturaleza, Arqueología, Flora y Fauna, etc.). La colaboración y participación en este proyecto es totalmente altruista y el fin último no es otro que poner en uso un Centro de Interpretación que la Asociación Cultural Nature Iniciative posee en la ciudad de Aousserd que, por otra parte, son los que han fundado y dirigen un Parque Marítimo en el que prosperan las focas monje (Monachus monachus) y otra Reserva Natural en la que se ha evitado la extinción de la gacela común o dorcas (Gazella dorcas), que antaño vagaba libremente por esta parte del desierto del Sáhara.
La experiencia ha sido muy bonita, interesante e inolvidable por diferentes razones que pasaremos a enumerar. Las tres primeras noches dormimos en el desierto en tiendas de campaña y las siguientes en el museo de Aousserd. Y, a pesar de que se nos había advertido que por las noches hacía frío, en esta ocasión nada de eso ocurrió, puesto que por el día superábamos con creces los 40ºC y tras la puesta del sol nunca bajamos de los 30ºC. En estas condiciones, queda claro, que el agua era uno de los principales problemas a los que nos enfrentamos, y no por su escasez, ya que el suministro era constante, si bien las altas temperaturas hacían que en apenas media hora el líquido elemento se convertía en caldo, casi imbebible.
Y, a pesar de que los todoterrenos facilitaban el acceso a prácticamente cualquier lugar, hubo días muy duros en los que nuestra resistencia llegó a un límite que nunca habíamos alcanzado. Y, de hecho, varios miembros de la expedición tuvieron que regresar a Canarias de forma prematura. En nuestro caso, la tarde del domingo fue terrible puesto que, a pesar de que apenas recorrimos 3,5 kilómetros, el último tramo, de apenas 400 metros y una suave ladera, se nos hizo interminable, como si de la subida al Tourmalet se tratase. Fijamos la mirada en el objetivo, un impresionante afloramiento rocoso de granito, agachamos la cabeza y comenzamos una ascensión que se nos hizo interminable. Durante el trayecto no dejábamos de pensar que si estuviésemos en La Palma, con toda probabilidad, hubiésemos realizado una caminata con Carmen y Calu bajo la frondosidad y frescura del bosque de laurisilva de La Hilera (Cumbre Nueva. El Paso). La escasa sombra del morro fue nuestra tabla de salvación durante la hora que nos volvió a insuflar la vida.
A la noche llegabas cansado, deshidratado y con la incertidumbre de cómo amanecerías para continuar una jornada más. Y es que el cansancio se iba acumulando, cada día un poquito más. Pero los vasos de té (desayuno, almuerzo y cena) que nos preparaban nuestros anfitriones, nos daban fuerzas para continuar y, sobre todo, la ilusión por seguir viendo y descubriendo yacimientos arqueológicos espectaculares y sobre los que apenas si se han hecho investigaciones o estudios, siquiera superficiales. Las prospecciones, generalmente, las hacíamos en grupos, y siempre con la precaución de no alejarnos demasiado de los vehículos y sin perder de vista a los compañeros. Afortunadamente, teníamos la confianza y certidumbre de que, en caso necesario, seríamos rescatados por nuestros anfitriones a los que, por otro lado, parecía que el sol y el calor agobiantes no les afectaban en absoluto. El mediodía, tras la comida, era el momento de descanso, hasta que las temperaturas bajasen, siquiera mínimamente. Algunos/as lo aprovechaban para recuperar fuerzas, sin importar las espinas de las acacias, las hormigas, los alacranes o las serpientes.
Felipe Jorge Pais Pais
(Doctor en Arqueología)
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