Putas con cariño

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Estas últimas semanas he llegado a la conclusión de que cualquier ayuda y presupuesto destinado a la igualdad de género se queda corta ante la sociedad machista en la que vivimos.

Vivimos en una era neocavernícola, con una modernizada percepción de igualdad, todavía con privilegio masculino. Simplemente hemos normalizado comportamientos machistas a otro nivel. En los años 60 estaba normalizado que un marido pegara un bofetón a su mujer porque lo que ocurría en el ámbito privado era privado. Incluso salía en la tele en máxima audiencia y no pasaba nada (por ejemplo anuncio de Soberano, ya sabemos que esto es “cosa de hombres”). Hombre fuerte, mujer sumisa. Siguen habiendo estereotipos asignados al género que se aprenden y no están superados. Se sigue mostrando al hombre, y se acepta, como macho, aventurero, donde todo se le puede permitir y en cambio a una mujer cuidadora, quejica, floja o mujer florero, cuando no de sexualidad libertina censurable (cuando a ellos no se les censura) y en todo caso, un mero objeto sexualizable. Todavía queda camino.

En agosto, se aprobó la ley del 'Sí es sí', considerada polémica por muchos, tildada de exageración, de innecesaria, de cruel contra los hombres y que provocaría denuncias falsas. Dicha ley que empezó a plantearse después de 'La Manada' en 2016, para proteger a las mujeres de ataques sexuales y endurecer los castigos para quienes los perpetran. La ley hace hincapié en el consentimiento y en que toda relación sexual sin consentimiento será considerada agresión. ¿Innecesaria, exageración?

Tengamos claro que el consentimiento no es lo mismo que aceptación. Uno puede aceptar hacer algo, sin que le guste y sin quererlo. Por ejemplo, puedes ir a comprar al supermercado. No te mueres de ganas de ir. Vas resignado. Es algo que toca hacer y punto. Los niños, por ejemplo, probablemente aceptan hacer los deberes, pero si tuvieran que consentir hacerlos, casi ninguno lo haría. Solo unos pocos, activamente y positivamente, les gusta hacer los deberes y eligen libre y felizmente hacerlos. Pero como estos ejemplos no hacen daño, no pasa nada.

No es lo mismo con el consentimiento sexual. En una violación, puede que una mujer no se resista, si hacerlo significa su muerte. O puede que desista resistirse si son cinco hombres contra ella. Pero eso no quiere decir que consienta felizmente y activamente a tener relaciones sexuales en esas circunstancias. 'Acepta' el mal menor, pero no consiente.

Solo “sí es sí” significa aceptación y participación activa. Hay deseo de por medio. De la misma manera, una mujer que sufre maltrato continuado, puede que acepte las palizas condicionada por su poca autoestima derivada de la situación o que no tenga a dónde ir y prefiera aguantar, pero no es masoquista. No ha pedido una paliza. No consiente libremente. No le gusta. Su elección está condicionada.

Por esta misma razón, la prostitución no es consensuada. Que sea un trabajo que realicen algunas mujeres porque las obliguen, porque se vean en una necesidad que las condicionan: no tienen otro trabajo, por poca preparación laboral, por drogas o por hambre, en ocasiones por ser dinero rápido, no significa consentimiento. No tienen libertad de elección: si les dieran a elegir libremente entre un trabajo bien remunerado o ser prostituta, no elegirían la prostitución. Por eso algunas quieren legalizarlo para blanquear su situación y derechos pero en realidad no tienen otra opción. Si eligen la prostitución es porque hay un condicionante (como puede ser un cuchillo al cuello en una violación), no un consentimiento.

Y así, hace un par de días, que nos hemos visto envueltos en otro ejemplo de normalización de lo inaceptable, plagado de estereotipos de género, cultura machista y de la violación. Enmascarado como broma, costumbre o como fuera de contexto, hemos asistido a los gritos primarios 'unga, unga' de unos jóvenes en un colegio mayor madrileño, para más inri, universitarios de alto poder adquisitivo y católicos. A grito pelado, porque es sabido que los cavernícolas no tienen acceso a altavoces. Hemos visto a jóvenes gritando a las universitarias del colegio mayor femenino de enfrente una serie de 'piropos' para cortejarlas: “Putas, conejas”, las llamaron, “te vamos a follar”… Con esta llamada sexual descarnada, pretenden declararles sus intenciones. Escandaliza este hecho, rastrero y vejatorio, repetido en el tiempo según las primeras investigaciones, pero más aún escandaliza la normalización por parte de algunas de ellas diciendo: “Es una broma. Son nuestros amigos”. Pero, sinceramente, ya no llego a siquiera comprender cómo no hay una espantada en este colegio mayor. ¿Les parece bien a los progenitores? ¿qué tipo de amor lleva a mantener a un hijo en este sitio sabiendo de las novatadas, los tipos de fiestas que organizan, del comportamiento gregario y la escalada misógina? Supongo que los hijos no hacen más que imitar comportamientos aprendidos y que por eso es aceptable a los padres y a hijos. Lo que demuestra que los incidentes no son aislados, solo que no eran públicos. Todo esto es buen tema para un estudio sociológico. Un buen caso de 'éxito' y demostración de los arraigados comportamientos de apología machista y del poder del grupo sobre el comportamiento individual.

Ellos, demostrando superioridad, impunidad, tener el control y ser machotes, y ellas en el rol de sumisas y mujeres objeto. Que se repita en el tiempo no es atenuante, que sea costumbre, tampoco. Que ellas supiesen que iba a ocurrir no es aceptable, ni tampoco implica consentimiento. Dadas a elegir entre que les lanzaran una poesía a través de la ventana, un “bienvenidas al nuevo curso, compañeras” o que les cantaran una canción, a la segunda opción: “putas” que os “vamos a dar vuestro merecido”. Creo que elegirían lo primero. Pero esa tampoco es la cuestión. Ellos gritan, ellas justifican; ellos dominan, ellas aceptan. Ellos se ríen divertidos, ellas callan para no armar más jaleo, para protegerse. Pero con la aceptación de la violencia verbal y esta clase de intimidación, ¿cómo no saltarse el límite y violar en grupo a una chica que llegue tarde a la puerta del colegio mayor? o ¿cómo no meterle mano, sin consentimiento, si en una fiesta está media borracha? ¿cómo poder entender lo que es el consentimiento solo cuando una parte lo desea y solo cuando eso es suficiente? Estos futuros abogados, empresarios, jueces, médicos y padres de familia han entendido que son impunes. Son agresores en potencia amparados en el comportamiento de grupo. Si estos perfectos hijos, costosamente educados, no entienden las normas de convivencia de personas civilizadas, ¿qué nos queda?

Nos quedan los otros, los chicos del colegio mayor que callaron y no hicieron nada. Nos quedan las chicas, conscientes de que este comportamiento no es correcto o aceptable. Nos queda empoderar y apoyar a los/las que callan para que salgan de su zona de confort y griten que 'NO'. Así se enseña a los niños cuando sufren bullying. No a castigar a los bullys y defensa propia a las víctimas, sino se enseña empoderamiento a los demás para que hablen alto y claro. Para que no miren para otro lado y, por tanto, hagan frente común. Y eso es lo que es el feminismo. Buscar la igualdad, y no defensa propia. Buscar la igualdad, sin seguir callando. Para eso se necesita educación. Para aprender empoderamiento y hacer frente común hacia las desigualdades #metoo. No enseña a las mujeres a convertirse en agresoras, sino a eliminar la agresión y a sufrir las injusticias sociales por el mero hecho de ser mujeres. Y por eso, es un dinero muy bien gastado.

 La semana pasada se celebraba una reunión de la llamada Europa política con el objetivo de demostrar a Putin, un bully en toda regla, que está solo. Una reunión de 44 países que hasta ahora callaban mayoritariamente para hacer frente a un comportamiento inaceptable. Eso está bien. Pero de los 44 presidentes, solo 7 eran mujeres. En Europa sigue siendo insuficiente la representatividad de la mujer, siguen habiendo comportamientos inaceptables contra la mujer… desigualdad salarial, desigual distribución de la riqueza, violencia, agresiones sexuales…Pero, aún así, en Europa se está mejor que en otros sitios…

En Irán, hace unas semanas mataron a #MashaAmini a palos por no llevar bien puesto el velo islámico. Al parecer era obsceno enseñar un poco de pelo. No es obscena la mirada de ellos hacia las mujeres. Ellas son las que deben protegerse cubriéndose ante los instintos viriles. Por lo visto los iraníes tampoco tienen por qué aprender autocontrol. Y mejor no hablamos de los derechos a la educación, a la propiedad, a poder elegir marido… Sin duda, los límites del machismo cambian de un país a otro. Y esos comportamientos se normalizan también. Lo único que no cambia es que las consecuencias más graves del machismo casi siempre llevan nombre de mujer.

Lo que pasó en el colegio mayor fue un rito de iniciación y de apareamiento muy mal entendido e inaceptable que necesita ser atajado. Nada tienen que envidiar esas decenas de veinteañeros a los neandertales, a los primates…a los ciervos, que cada otoño rompen el silencio de los valles con sus bramidos. Es curioso pero los ciervos buscan impresionar a las hembras berreando y advirtiendo a otros machos que quien más berrea, más se reproduce. Machos en la cima de la jerarquía de sus manadas. Y estos veinteañeros en Madrid, berrean, berrean porque son cachorros de las jerarquías.

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