¿Y si lo llamamos 'cabrón'?

2 de octubre de 2021 10:57 h

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En un artículo anterior hablaba sobre el volcán que el pasado 19 de septiembre reventó en la isla de La Palma. Un volcán que en ese entonces no tenía nombre y que, en realidad, a la fecha de hoy sigue sin tenerlo por más que algunos periodistas se han empeñado en bautizarlo con el nombre de volcán de Tajogaite.

En aquella ocasión leí cómo otro periodista de un medio local que doy por hecho que ni me conoce ni sabe nada de mi trayectoria (aunque aclaro que eso es algo que tampoco creo que venga muy a cuenta ahora) se burlaba de la propuesta de nombre que hacía en dicho artículo para el volcán: volcán de Vacaguaré.

La explicación era muy sencilla. Pero la repetiré brevemente.

El volcán reventó en Cabeza Vaca, una zona que ya no existe como tal. Y considerando que ha sido un volcán maldito que ha conllevado la muerte de sueños, esperanzas, años de trabajo, esfuerzos y hogares de tantos palmeros... Pues creo que volcán de Vacaguaré lo define a la perfección.

No porque empiece por vaca, que también, sino sobre todo porque en el idioma aborigen la voz vacaguaré tenía dos significados: maldición y deseo de morir.

Es más, cuando los antiguos aborígenes presentían la muerte, al decir vacaguaré pedían que les sepultaran en cuevas enterrados bajo una muralla de rocas.

Llámenme loco, pero eso es lo que me parece que ha hecho este volcán cabrón con las casas y sueños de tantos palmeros, muchos de ellos vecinos, familiares y amigos míos. Sepultarlo todo bajo el manto negro de la lava.

Pero, ¿saben qué? Esto no es un tema de honor, ni de tener más o menos razón que otros, ni de llevar la voz cantante en algo que perdure en el tiempo.

En mi caso, yo solo escribo, simplemente, para sublimar el dolor que llevo dentro y en parte porque me gustaría aportar un granito de arena y de coherencia que ayude a que recordemos para siempre la verdadera historia de este volcán y de todo lo que hemos perdido con él. Escribo estas líneas por la memoria que no quiero perder.

Mi profesión es la creatividad. Y créanme si les digo que crear un nombre no es un juego, porque ese nombre será el resumen de una historia, y albergará a lo largo del tiempo otras miles de pequeñas historias, vivencias y recuerdos que fueron sepultados por la lava.

Por eso creo que es tan importante que el nombre final de este cabrón volcán tenga un significado propio. Un significado de verdad para todos los que lo han sufrido de una u otra manera. Para que no olvidemos. Nunca. Jamás.

Porque hace falta que el volcán tenga un nombre con el que siempre podamos recordar las historias que sepultó. Porque un nombre es algo que te define y que en cierto modo cuenta quién eres.

Si tuvieran una hija, ¿la llamarían Paco?

Y si tuvieran un hijo... ¿le llamarían Valeria?

Es obvio que no.

Pues con el nombre del volcán, tres pares de lo mismo.

Yo no quiero ni defiendo a muerte que se llame volcán de Vacaguaré, eso es lo de menos. Independientemente del enorme significado que un nombre así podría aportarle. De todo el recuerdo que podría generar en el futuro para nunca olvidar todo lo que hemos perdido. No busco honor ni gloria en nada de esto.

Pero, al menos, seamos un poco coherentes... ¿no?

Porque Tacande, aunque está muy cerca de la zona en la que reventó el volcán, no está muy justificado si miramos la trayectoria que la lava ha seguido. Y es que la lava ha sido la verdadera responsable de sepultarlo todo. Supondría en cierto modo hasta un poco de agravio a la memoria de los vecinos que tanto perdieron en El Paraíso, Los Campitos, Todoque, Pampillo...

Sigamos con Echedey.

En realidad, en mi opinión Echedey es un nombre muy bonito. Su historia de guerrero resumida en la endecha que rezaba “llorad, las damas, si Dios os vala; Guillén Peraza quedó en La Palma, la flor marchita de la su cara” es una historia de una lucha imposible de ganar que es ciertamente interesante de contar. Pero la realidad es que Echedey lingüísticamente derivó en Jedey con el paso del tiempo. Y Jedey está a casi cuatro kilómetros de donde reventó el volcán. Creo que no viene muy a cuento llamarle así. Y aunque no soy nadie para decirlo, es mi humilde opinión.

Vamos con Cumbre Vieja.

Si usted ha tenido la paciencia de seguir leyendo hasta aquí y conoce La Palma entenderá por qué ni siquiera voy a profundizar en este nombre. Basta con decir que Cumbre Vieja es toda la cadena montañosa, y no una zona concreta. Es como si el volcán sale en Madrid y lo llamamos Europa. Es un tanto ridículo, ¿no?

Y, por último, me centraré en el que muchos medios utilizan hasta el momento: volcán de Tajogaite.

Tajogaite es un nombre precioso. En el idioma aborigen significa montaña rajada. Y aunque ahora hay muchos que se las dan de vulcanólogos amateur, al menos en mi caso he aprendido hace muy poco que todos los volcanes de Canarias nacen de una raja o fractura en el terreno.

Bueno, si solo pensamos en esto, hasta aquí este nombre va un poco cogido con pinzas.

Pero si consideramos que a unos 500 metros al sur de donde reventó el nuevo volcán hay un antiguo volcán (que de hecho sigue ahí) que ya lleva por nombre Montaña Rajada o, lo que es lo mismo, Tajogaite... Perdónenme si les digo que ahora sí que no entiendo nada de nada.

¿Vamos a tener dos Tajogaites? ¿O dos Montañas Rajadas?

Necesito una aclaración al respecto porque, perdónenme, pero esto es algo hasta cierto punto un tanto extraño si atendemos al significado. Y si no extraño, lingüísticamente es como mínimo redundante.

Esto por no decir que habla del lugar y que no aporta ningún significado sobre la gente. Quizás debemos olvidarnos de tanta toponimia y pensar en la gente, en las personas que de verdad han sufrido el volcán.

Porque puestos a usar un topónimo o usar el nombre de un lugar, seamos serios y llamémosle como corresponde: Volcán de Cabeza Vaca. O Volcán de Cabeza de Vaca, si alguien quiere usar la preposición. Aunque en Las Manchas nadie la usa. Simplemente es Cabeza Vaca.

Pero parece ser que este nombre genera un poco de “vergüenza ajena” en ciertos medios. Suena un poco mal eso de Cabeza de Vaca, llegué a escuchar en la televisión autonómica.

Permítanme que les diga una cosa.

Tengo casi la edad del Teneguía, soy manchero, la viña de abuelo estaba junto a la Montaña Rajada, y ya no existe. La sepultó este volcán maldito. Pero solo era una viña, los recuerdos de mi abuelo nunca serán sepultados por ningún volcán. Hay gente, amigos, vecinos, conocidos y desconocidos que lo han perdido TODO. TODO menos sus recuerdos.

¿Saben cómo esa gente y los palmeros llaman al volcán?

No se enfaden conmigo, pareceré grosero, pero le llaman volcán desgraciado, volcán hijo de puta, volcán malparido...

¿Por qué no le damos entonces su verdadero nombre? Ese nombre con el que todos le llaman cuando se refieren a él en privado. ¿Por qué no lo llamamos como se merece? ¿Por qué no dejamos de ser periodistas, creativos e historiadores y somos simplemente personas? ¿Por qué no escuchamos cómo le llama la gente? Al menos así recordaremos siempre lo que nos hizo a todos.

Porque este volcán solo tiene un nombre: cabrón.

Y es así como yo le llamaré de hoy en adelante: Volcán Cabrón.

Pablo Ramón Rodríguez.

Sobre el autor 

Pablo Ramón Rodríguez es palmero, nacido en el barrio de San Nicolás en Las Manchas. En la actualidad es director Creativo Ejecutivo de la agencia de publicidad The Reactive Agency inoff de Madrid, colaborando con marcas e instituciones como Mahou San Miguel, B The Travel Brand, Ministerio de Justicia, Cabildo de Gran Canaria, Puleva y ACNUR, entre otros. Cuenta con diversos reconocimientos y premios en festivales publicitarios como Inspirational, Premios Eficacia, Premios Interactiva, Smile Festival o Best Awards. Es licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas por la Universidad Antonio Nebrija y también licenciado en Psicología por la Universidad de La Laguna. A su actividad profesional suma su faceta de escritor amateur, siendo autor del libro de poesía Palabras (somoslapera, 2012). Y por encima de todo su pasión y devoción por la naturaleza y todo lo que rodea a la isla en la que nació, vivió y se crió.

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