Las vías del tren

26 de noviembre de 2022 20:36 h

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Produce desgana afrontar una realidad sabiendo que las posibilidades de cambiarla son nulas como las de un tren, si se empeña en circular fuera del trazado de las vías.

Descarrilar el tren, para cambiar el rumbo, no es buena solución, aunque la ruta que lleve conduzca a la estación de la mediocridad, la improvisación, y la desgana.

Reflexionando sobre lo que ocurre en La Palma (aunque sería extensible a toda España), se podría decir que viajábamos cómodamente en tren, despreocupados, sin reflexionar sobre su destino. El primer vagón del convoy, ocupado por la clase política, que absurdamente piensa que ir en el vagón delantero es el sitio adecuado para cumplir la función de pilotar el viaje. Detrás, todos los demás, distraídos mirando por las ventanillas como si de pantallas de móviles se tratara

El viaje se presumía aburrido pero cómodo. Esa comodidad que conduce a la pereza y al inmovilismo. Pero todos los viajes, y en tren más, tienen sorpresas, y si las vías y la ruta se las traga la lava, la sorpresa es mayúscula. Alguien atinó a pulsar el freno de emergencia a tiempo aun con semáforo amarillo y no hubo víctimas mortales.

Pie a tierra todos, es el momento de organizar, proponer y liderar la nueva situación.

Ya deberían haberse desengañado (aunque me temo que no) aquellos que pensaban que el liderazgo lo ejercerían los mismos que lo venían haciendo, los mismos que creían estar haciéndolo bien desde sus asientos del vagón delantero.

A mi entender el destino al que nos llevaba era mediocre, falto de talento, caído del cielo como por casualidad, más que buscado, que es lo más interesante que tiene cualquier destino, su búsqueda. Imaginarlo, trazarlo y luego realizarlo, aún a costa de equivocarse.

Llevábamos rumbo a una meta poco ambiciosa, sustentada en el cultivo del plátano, un turismo poco desarrollado, una economía mantenida por el Estado (subvenciones, funcionariado). Circulábamos por las oxidadas vías de la indisciplina urbanística, la irracional división administrativa, el clientelismo político, la pérdida de los mejores recursos humanos que se van y no vuelven.

¿Volvemos a colocar las vías siguiendo el mismo rumbo? ¿No es la hora de replantearnos algún cambio?

Empezando por darnos cuenta de dónde vamos con 14 municipios en una isla tan pequeña. Su número, justificado en el pasado por las difíciles comunicaciones y la presencialidad en las gestiones administrativas, exigía esa cercanía sustituida hoy por las redes inalámbricas.

Si miramos al Valle de Aridane, es una única realidad física pero tres administrativas que entorpecen la coherente planificación de ese ámbito como “un todo”. En la comarca del Este pasa lo mismo, las dos Breñas, Mazo, Santa Cruz de La Palma.

Este obsoleto diseño administrativo, anterior al siglo XX (salvo el retoque de Tazacorte a principios del siglo pasado) nos conduce al fracaso o en el mejor de los casos a la inoperancia.

La administración local en la isla se ha vuelto poco eficiente y las razones son varias.

Falta liderazgo en la clase política, acostumbrada a dirigir desde la comodidad. No todo el mundo vale para ser la vanguardia directora que el momento requiere.

La carga competencial es desproporcionada, inmensa, en relación a la pequeñez de los municipios, con pocos recursos que se consumen, en gran parte, en su propio personal. Unos ayuntamientos que por ejemplo son incapaces de cumplir con sus obligaciones urbanísticas como le ocurre tanto a Los Llanos de Aridane como a Santa Cruz de La Palma, con planeamientos urbanísticos del siglo pasado.

Pero hay más, como decía antes, razones de fondo, como es el irracional marco geográfico donde actúan las administraciones locales. Las fronteras municipales son ridículas y vergonzantes. Cómo explicar a un visitante que en los cinco minutos de trayecto que le llevan del aeropuerto a la capital atraviesa cuatro municipios. Como decirle que el aeropuerto y el desaprovechado espacio de Las Maretas pertenecen a la Villa de Mazo, que Los Cancajos y la zona de los cuarteles pertenecen a Breña Baja, que Bajamar y el Risco de La Concepción a Breña Alta, y que ya al llegar al puerto, entramos en la capital. Cómo realizar, ni siquiera proyectar, por ejemplo, un simple paseo peatonal que unifique ese pequeño litoral. El listado de políticos o administraciones a implicar se hace interminable.

Y en el Valle de Aridane. Esperemos que, gracias a la excepcionalidad de la situación generada por el volcán, las medidas a tomar puedan caminar encima de las competencias municipales y los tres decretos que se esperan consorcien, de manera efectiva, la planificación unitaria del Valle, como proponen los técnicos.

Qué cómodos iban algunos sentados en el primer vagón, pero, en fin, me temo que las nuevas vías se trazan siguiendo la vieja senda.

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