Arqueología en el Sáhara: expolios y atentados
Esta experiencia en el desierto del Sahara también nos ha servido para constatar, desgraciadamente, cÓmo, a pesar de la inmensidad del territorio, las condiciones climáticas extremas y la dificultad en las comunicaciones, no han sido suficientes para garantizar la preservación de sus imponentes yacimientos arqueológicos. Las huellas humanas, y su reguero de tropelías, las encontramos por todos lados y en una variedad de atentados que causan gran tristeza y desazón. Pero la solución está en nuestras manos y una de las mejores bazas es, sin ningún género de dudas, que el proyecto que plantea y defiende la Asociación Cultural Nature Iniciative, que defiende la protección conservación y puesta en valor del Patrimonio Natural y Cultural que atesora este rincón de África, pueda ser llevado a cabo.
Las agresiones al Patrimonio Cultural las comenzamos a ver desde el primer yacimiento que visitamos. Se trata de un espectacular conjunto formado por túmulos y una preciosa estación de grabados rupestres conocida como Zemul. Los paneles tienen como soporte un afloramiento rocoso sobre una suave elevación del terreno en los cuales se representan motivos geométricos, alfabetiformes, zoomorfos y antropomorfos ejecutados con la técnica del picado, muchos de los cuales están a medio cubrir por la arena. Varias inscripciones estaban repasadas por rotuladores indelebles de color negro para que se viesen mejor. Y lo más sorprendente de todo fue que, según nuestros guías saharauis, la acción fue llevada a cabo, hacía algunos meses, por unos supuestos científicos franceses. Este “modus operandi” fue habitual en Canarias a mediados del siglo pasado. En La Palma aún se conservan algunos paneles que siguen mostrando huellas de este tipo de atentados.
Mucho más impactante aún, que el caso descrito anteriormente, son los numerosos grafittis que dejó, a su paso por estos parajes, el rallye París-Dakar, donde sus promotores no tuvieron ningún reparo e inconveniente en pintar, de un azul muy llamativo, algunas de las estelas que conforman las alineaciones de piedras hincadas por ambas caras. Además, se da el caso de que, para más inri, la mayoría de ellas contenían grabados rupestres alfabetiformes, zoomorfos y antropomorfos. Este atentado, totalmente condenable e injustificable, sigue siendo perfectamente visible para quienes cruzan el desierto, hasta el punto que las pintadas parece como si hubiesen realizadas hace un par de días. Allí siguen las estelas, enhiestas y solitarias, como un recordatorio perenne de la incultura y la estupidez humanas. Y, como en tantas otras ocasiones, no se puede alegar desconocimiento, puesto que los petroglifos son claramente visibles y las piedras hincadas no se pueden confundir con afloramientos naturales por su estructura, tamaño y posición en el terreno circundante. La única duda o confusión no es que se trata de construcciones humanas sino, únicamente, su antigüedad.
Pero, sin ningún género de dudas, el poco respeto y la manipulación de restos arqueológicos se ponen claramente de manifiesto en el traslado y posterior regreso, realmente esperpénticos, de la gigantesca estela de Achayde Ouldatiya. Esta enorme roca, de más de tres metros de altura en la actualidad, superaba, en su origen, ese tamaño ya que, según informaciones orales de nuestros anfitriones, era tan alta como una persona puesta en pie a lomos de un camello. Durante la ocupación española de este territorio fue arrancada de su posición originaria y trasladada a Dakla. Posteriormente, en un viaje de ida y vuelta de más de 500 kilómetros, se volvió a recolocar en su lugar de origen, si bien con una altura mucho menor. Es posible que durante su traslado en camiones sufriera la rotura y mutilación de parte de la estela. A todo ello hemos de añadir que son claramente visibles las estrías y arañazos, en sus cuatro caras con petroglifos, provocados por su traslado en camiones. Los desperfectos son de tal magnitud que se ha perdido buena parte de la información científica y arqueológica que podía ofrecer merced a la mutilación y desaparición de muchos motivos alfabetiformes y, además, se ha perdido una información arqueoastronómica valiosísima al haber sido removida de su ubicación y posición exactas.
Pero, quizás, lo más grave y preocupante de todo es que en los últimos años están proliferando los saqueos en los túmulos debido, entre otras razones, a que ha comenzado a correr el bulo de que hay oro en el desierto del Sahara y, por consiguiente, creen que esos yacimientos funerarios están repletos de joyas elaboradas en este metal precioso lo cual, por otro lado, es totalmente falso. Estos expolios se realizan sin el más mínimo respeto por la integridad del yacimiento arqueológico llegando, incluso, a emplear retro excavadoras que desmantelan totalmente las estructuras pétreas sin ningún tipo de miramientos. Solo dejan un rastro de destrucción y desolación, tal y como pudimos comprobar en la zona de Galib Ezafig, donde los túmulos de mayores dimensiones se han visto afectados, en mayor o menor medida, por este tipo de destrozos.
También destacan las alteraciones ocasionadas en diferentes yacimientos arqueológicos debido al absoluto desconocimiento, seguramente, sobre el interés científico que pudiesen tener. El ejemplo más sangrante y llamativo que pudimos ver se produjo en el conjunto de El Kursin, constituido por una gran cantidad de túmulos que cuentan con numerosos grabados rupestres. Su emplazamiento, sobre una atalaya natural, era ideal para establecer un puesto militar de vigilancia y control por parte del ejército español. Para protegerse del sol y el calor levantaron una construcción de piedra seca cuyo aparejo se extrajo de los túmulos aledaños. Incluso, como mesa se utilizó un enorme bloque de piedra con inscripciones geométricas, zoomorfas y antropomorfas.
Finalmente, solo nos resta hacer una breve referencia a la gran cantidad de basuras que nos encontramos por doquier, incluyendo los lugares más apartados e inaccesibles en los que parece inverosímil que haya llegado la “civilización”. Especialmente preocupante es la proliferación de plásticos que son fácilmente transportables por los vientos dominantes en el desierto, cuya loca carrera se detiene cuando chocan y se enganchan con la vegetación, especialmente las espinas de las acacias, a cuya sombra proliferan, además, todo tipo de desperdicios. Esta suciedad alcanza tintes dramáticos en las proximidades de las principales vías de comunicación.
Felipe Jorge Pais Pais (Doctor en Arqueología)
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