Seamos felices, no perfectos
No, no es una orden, si lo prefieres puedes intentar ser perfecto, pero vaya, probablemente tendrás una vida caótica a nivel mental y, sobre todo, acabarás cansado y saturado cada noche.
La gran mayoría de la población somos perfectamente imperfectos y eso puede convertirse en algo malo para algunos, pero en algo maravilloso para muchos otros, que viven sin tanta presión del qué dirán y se toman la imperfección de forma más natural. Quizás, deberíamos querernos tal y como somos, únicos e irrepetibles, y esa debería ser nuestra esencia por siempre, lo que nos hace diferentes al resto.
Pero es obvio que todas y que todos hemos caído en ese error de marcarnos unos objetivos idealistas en nuestro presente y futuro. Todo ello a consecuencia de pertenecer a unas generaciones idealistas y superficiales. Personajes que lo quieren mostrar todo en sus redes sociales y aparentar que sus vidas son perfectas, cuando la realidad es otra. Y hablamos de objetivos idealistas del estilo de tener un cuerpo perfecto, una casa con piscina maravillosa, un trabajo perfecto, unos hijos perfectos, un perro perfecto, muchas amigas con quien contar o un coche de lujo, entre otras tantas cosas. Probablemente, si te has dejado llevar por esos ideales, habrás descubierto sin duda el alto precio que se paga por ello: infelicidad por insatisfacción constante, baja autoestima y la sensación de que perdemos el control de nuestra propia vida.
Pero claro, lo cierto es que, por el contrario, muchas veces nuestro cuerpo tiene esos michelines de grasa que nos sobran; vivimos en un piso donde escuchamos al vecino gritar; nuestro jefe nos hierve la sangre día tras día; nuestros hijos no son de sobresalientes ni tienen un talento innato jugando al fútbol; nuestro perro se ha hecho pis en el sofá y llena todo de pelo; contamos las amistades con los dedos de una mano y con suerte; y tenemos un cochito que nos sirve para escapar.
Y he aquí, el momento en el que tú decides si esas imperfecciones las ves desde la positividad o si por el contrario se convierten en sufrimiento diario para ti. Podemos ser felices con un solo amigo, con un cochito de bajo estándar o viviendo en un pisito, tranquilos y felices con nuestra gente querida. Cuando nos damos cuenta de que esta vida es corta, y que, o aprendemos a ser felices con poco o nunca conseguiremos esa felicidad soñada.
A fin de cuentas, la realidad es que no, no es necesario tener un cuerpo ideal, unos ojos de lince, tener mucho dinero en el banco o tener una red de contactos muy amplia. De hecho, hay muy pocas personas que tengan una vida ideal en todos sus ámbitos. Y si algún día tienes esa casa que siempre soñaste y ese coche, genial, pero sino, disfruta también del camino de la vida, que merece la pena.
Así que, mientras lees este artículo, te animo a mirar a ese amigo que tienes y decirle que es una suerte contar con él, porque créeme que hay gente con muchos amigos, pero también los hay que no tienen absolutamente a nadie. También animarte a que aprecies el techo donde vives, aunque no sea un chalet con piscina. Créeme cuando digo que hay muchísima gente pasando hambre y frío en las calles de un mundo cruel. Por supuesto, a que saques a tu perro a pasear y lo quieras mucho o a que valores más tu cuerpo, porque eres maravilloso o maravillosa. Que te mires al espejo y te digas a ti misma que te quieres mucho y que te necesitas fuerte.
Y cómo no, os animo a apreciar el valor de las pequeñas cosas. Las pequeñas cosas, sí, como el tomar un café con tu pareja una mañana fría de invierno, unas cervezas con amigos viendo el fútbol, el hablar con tus padres sobre cómo les ha ido el trabajo, el mirar al cielo estrellado y apreciar la maravilla que tenemos ante los ojos, salir de trabajar o de clase y respirar la brisa del mar.
Y es que queridos amigos, la felicidad está hecha de pequeñas cosas, de pequeños momentos. Tratemos de disfrutarla siendo felices, no perfectos.
Christian Pérez Martín
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