Los muertos no cuentan
Al amanecer, la gente del cayuco vio perfilarse en el horizonte la silueta de una isla tras aquella noche a la deriva y poco importó cuál era, porque todos comprendieron al instante lo que significaba en una situación como la suya, así que los más valientes entre los 77 hombres que quedaban a bordo se lanzaron al agua en busca de ayuda. Nunca se supo de ellos.
En el desafío que ha supuesto para Salvamento Marítimo, la Cruz Roja y todos los servicios de atención humanitaria de Canarias la llegada de cerca de 15.000 personas en apenas 30 días, todo ha ido tan rápido que las cifras, sin precedentes, y la urgencia por descongestionar pronto los recursos de primera línea han relegado a un segundo plano la sospecha de que se estaban perdiendo decenas de vidas.
De hecho, en su recuento hasta el 20 de octubre, la Organización de Naciones Unidas para las Migraciones (OIM) solo tenía registradas siete muertes rumbo a Canarias (431 en todo 2023), cuando la tasa de mortalidad de la Ruta Atlántica en los últimos años es de una víctima por cada 20 supervivientes, el doble que la del Mediterráneo.
En la Ruta Canaria los muertos no cuentan: ni figuran en la estadística de llegadas que publica el Ministerio del Interior, ni, por supuesto, ellos pueden contar ya su historia. Incluso, cuando se recupera algún cuerpo, poco importa que cien o más compañeros de travesía compartieran con esa persona días de angustia, que será enterrada seguramente sin nombre, solo con un número y una fecha.
Pero, esta vez, hasta al personal que trabaja en los muelles de desembarco más habituales le ha llamado la atención que en muy pocos casos los supervivientes relataban al pisar El Hierro, Tenerife o Gran Canaria que habían perdido compañeros durante sus días de océano, aunque las condiciones penosas de salud en las que los rescataron lo hicieran evidente, aunque las caras de derrota hablaran por todos.
Consultados por EFE, expertos de entidades civiles y religiosas que suelen asistir en Canarias a los inmigrantes, lo achacan a una suma de causas diferentes, pero que han contribuido a transmitir la sensación de que todo fue fácil, tanto a quienes los veían llegar a España como, sobre todo, a quienes los ven partir en Senegal y Gambia.
“La gente ha perdido el miedo al cayuco”, resume el presidente de la Federación de Asociaciones Africanas de Canarias, el senegalés Mame Cheikh. La realidad, detalla, es que les da más miedo lo que dejan atrás.
Al tradicional recelo a cargar con el peso legal de uno o varios homicidios por imprudencia a los patrones del barco, que pueden ser tipos peligrosos, pero también amigos del pueblo que te han mantenido vivo en el mar, esta vez se suma el rumor de que en Senegal ha habido detenciones entre las familias de las víctimas de algunas tragedias y el convencimiento de que cuanto menos compliquen el expediente de su cayuco, más rápido los van a derivar de Canarias al continente.
“Pero está muriendo mucha gente, mucha”, se lamenta desde Madrid el actor senegalés Thimbo Samb, al que todos los días contactan desde su pueblo, Kayar, para contarle que conocidos suyos han puesto rumbo a Europa y, cada vez más, para preguntarle por cayucos que aún no han llegado, a pesar de que hace muchos días que partieron, demasiados.
Con la ayuda de sanitarios y de trabajadores de los equipos de emergencia que estuvieron en contacto directo con sus protagonistas, EFE ha reconstruido algunas de esas tragedias silenciadas por las cifras. En la mayoría de los casos, las fuentes han pedido anonimato.
Cinco héroes
En la tarde del 11 de octubre, el ferry de Naviera Armas Volcán de Tirajana abandonaba Tenerife cargado con pasajeros que se disponían a pasar el puente del Pilar en El Hierro. Sobre las 19.27 horas, su tripulación transmitió a Salvamento que tenía un cayuco con muchas personas a la vista. Y añadió: “Intentan remar, están a la deriva”.
La descripción de la situación que hizo el ferry era tan grave, que Salvamento movilizó dos barcos, la Salvamar Mízar desde La Gomera y la Salvamar Menkalinan desde Tenerife. Llegó primero esta última, que socorrió a sus 102 ocupantes, entre ellos cinco mujeres y 25 menores.
Para entonces, el cayuco estaba semihundido, con el agua por la rodillas de sus ocupantes, detalla el expediente del rescate.
El drama que habían pasado esas personas se supo horas más tarde, en el puerto de Los Cristianos, donde los supervivientes contaron a la Cruz Roja que faltaban cinco de sus compañeros: tres se lanzaron al mar a buscar ayuda a nado la primera mañana a la deriva que vieron la silueta de una isla relativamente cerca (La Gomera) después de varios intentos infructuosos por llamar la atención de buques que pasaban a lo lejos; los otros dos lo intentaron al día siguiente.
Los cinco saltaron con chalecos salvavidas que les prestaron sus compañeros, pero ninguno volvió. Estaban a más de 23 kilómetros de tierra. Habían salido desde M'Bour, Senegal, a unos 1.500 kilómetros de allí, doce días antes. Eran de Senegal, Gambia y Guinea.
Un niño roto
En el ajetreo que preside todo desembarco, aquel niño llamaba la atención ese día en el muelle de La Restinga (El Hierro), no solo por la hinchazón que desfiguraba su cara, sino por su “profunda tristeza”. Tenía la mirada perdida, estaba ausente.
Lo ingresaron ese mismo día en el hospital de la isla y, al día siguiente, lo trasladaron de urgencia a Santa Cruz de Tenerife, al Hospital de Nuestra Señora de La Cadelaria, debido al impacto que causó en los pediatras su estado de shock. En El Hierro no consiguieron sacarle nada, solo supusieron que debía de tener de 10 a 11 años.
La infección del rostro remitió, pero el chaval no hablaba con nadie, ni hacía nada. Estaba hundido y recurrir al intérprete de francés tampoco sirvió de mucho. Fue un empleado de la limpieza de La Candelaria, senegalés como él, quien consiguió conectar. En wolof.
“Es increíble”, se lamenta una sanitaria del centro, “con el tiempo que llevamos conviviendo con esta situación y seguimos dando por hecho que todos hablan francés, cuando no es así. Si no es por ese hombre, no hubiéramos podido saber nada de lo que le pasaba al niño”.
El chico había vivido un trauma terrible: viajaba con su madre, su padre y con su hermano. A ellos dos los vio morir en la travesía, de su madre no sabía nada desde que lo rescataron. Días más tarde, la encontraron en el Hospital Universitario de Canarias, en la UCI.
Los sanitarios que lo trataron no saben cuál fue su cayuco, aunque por la fecha de su ingreso creen que uno del 2 de octubre. Ese día, llegaron a El Hierro cuatro con 521 inmigrantes a bordo en total; el último de ellos, con solo 23 personas, de las que dos acabaron en el hospital. Por el estado general de sus ocupantes y por su reducido número, hay sospechas de que perdieron compañeros por el camino.
Cayucos al límite
Este mes de octubre han llegado a El Hierro y Tenerife hasta cinco cayucos diarios, algunos con cifras de ocupantes desconocidas hasta ahora en la Ruta Canaria (entre 250 y 320 personas) y la mayoría en condiciones aparentemente buenas. Muchos habían partido de Kayar, M'Bour o Saint Louis, ciudades pesqueras de Senegal donde no faltan buenos barcos, “capitanes” con experiencia y cientos de jóvenes acostumbrados a pasar días en alta mar, ganándose la vida entre redes.
Pero las condiciones tan buenas para navegar que se encontraron durante tres semanas han cambiado, hay más olas, viento y los cayucos de Gambia o Senegal tardan más en completar la ruta. Y más días suponen más riesgo de que el motor se rompa o, simplemente, de que los cálculos de combustible o agua hechos al partir se vean desbordados.
Solo este fin de semana y el lunes han alcanzado Tenerife tres cayucos con testimonios de compañeros muertos en la travesía. El primero fue rescatado el sábado de madrugada, cuando quedaban a bordo 221 personas y el cadáver de un niño de doce años. Algunos testimonios dicen que viajaba con su hermano, un joven al que el Secretariado de Migraciones de la Iglesia busca desde entonces para ofrecerle su ayuda,
A ese cayuco, procedente de Gambia, lo rescató la Guardanar Calíope el viernes por la tarde a 156 kilómetros de Tenerife cuando ya estaba a la deriva, pero ya la víspera había sido visto con rumbo errático por un pesquero. Los supervivientes aseguran que más de 20 murieron esos días en el mar; de los que pisaron el muelle, más de un centenar precisó ayuda médica.
Su caso no es único. Este lunes, sobre las 6.00 horas, arribó a Tenerife otro cayuco con 95 personas que habían salido de Kayar, entre ellos dos bebés y una niña de dos años. “Venían tan mal, que algunos no podían ni hablar, ni respondían a estímulos”, asegura una sanitaria. Veinticuatro acabaron en el hospital, tres de ellos graves.
De los supervivientes con los que pudieron hablar, los sanitarios averiguaron que habían arrojado al mar a compañeros muertos, no supieron precisar cuántos, varios por cada banda del barco. Quizás sucedió lo mismo con otro cayuco que llegó solo unas horas después al mismo puerto con 210 personas, entre ellas dos cadáveres y un hombre tan grave que murió sobre el muelle, mientras lo asistían.
0