Clásicos imprescindibles en tus lecturas de verano
Leer más es uno de los propósitos que casi todos anotamos en nuestra lista de objetivos de Año Nuevo, pero llega julio y no hemos terminado ninguna de las lecturas o tan siquiera hemos decidido por cuál empezar. Puede que ya sea un poco tarde para la operación bikini pero aún hay tiempo para redimir la escasez de nuestra librería. En verano, además, disponemos de la tranquilidad necesaria para retomar el hábito, una actividad compatible con los momentos de playa, toalla y vistas al mar.
Acercarse a los clásicos, además, es una apuesta segura. A fin de cuentas, han superado la prueba de los años. Sus historias son atemporales, incluso puede llegar a sorprendernos el vernos reconocidos en los pensamientos de un escritor del siglo XIX. Nuestra esencia, aquello que nos conmueve, nos apasiona o nos hace trascender, no ha cambiado tanto después de todo. Pero es verano y no apetece nada enfrentarse a las mil páginas del Ulises James Joyce o superar la monumentalidad de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. La epifanía sensorial de la magdalena es mejor dejarla para otro momento del año, de ahí que la selección de libros propuesta resulte el complemento perfecto para las vacaciones. Las tramas, no sólo son amenas, sino que cuentan con la extensión justa para acompañar las horas de vuelo o las tardes en la piscina. Sin olvidarnos de la oportunidad única que los libros nos brindan: la posibilidad de vivir múltiples vidas en una sola.
Alicia en el País de Las Maravillas, de Lewis CarrollAlicia en el País de Las Maravillas
Recientemente se cumplieron 150 años desde su publicación, lo que ofrece la excusa perfecta para acercarnos a este clásico, reeditado en versiones para todos los gustos y bolsillos.
Alicia en el País de las Maravillas puede parecer una elaborada broma, ya que toda la historia fluye a través de la irrealidad onírica creada por Lewis Carroll; pero aquí, nada es lo que parece. El texto permite al lector desencriptar las enseñanzas ocultas y los dobles sentidos que el escritor puso en boca de personajes tan míticos como el Conejo Blanco, el Gato de Cheshire o el Sombrerero Loco. Una lectura que ofrece diferentes capas según la edad de quien lo lea.
Orgullo y prejuicio, de Jane AustenOrgullo y prejuicio
Jane Austen demostró que romance e ingenio pueden ir de la mano. Porque la expresión de los sentimientos no tiene por qué caer en la sobredosis de azúcar, ni mucho menos, calificarse de género menor. La brillantez de su autora se percibe desde la primera página, donde tiene lugar uno de los comienzos más míticos de la literatura: “Es una verdad universalmente aceptada que un hombre soltero en posesión de una notable fortuna necesita una esposa”.
Disfrutar de la personificación del amor más desinteresado en el señor Darcy, o divertirse con la mordacidad de sus diálogos son algunas de las excusas para acercarse a esta novela del siglo XIX y descubrir como su influencia no ha perdido presencia.
“Elizabeth supo lo que ya había tenido ocasión de comprobar otras veces antes: que un hecho que se espera con impaciencia, al producirse, no siempre conlleva toda la felicidad que prometía. Por tanto, era necesario fijar otro momento para el comienzo de la felicidad real; era preciso señalar otro punto en el cual sus deseos y esperanzas pudieran verificarse, y mediante el procedimiento de disfrutar con la anticipación de lo venidero, consolarse frente al presente y prepararse para otro desengaño”.
Crónicas marcianas, de Ray BradburyCrónicas marcianas
Ray Bradbury fue un autor prolífico, amante de los relatos breves, y referente de la ciencia ficción. En Crónicas Marcianas recurre a su formato preferido pero manteniendo un mismo hilo conductor: la colonización de Marte por parte de la humanidad. Veintiocho historias que avanzan en el tiempo, a modo de diario, y en las que Bradbury se atreve con todo tipo de géneros: aventura, romance, humor, terror… y una profunda crítica social que lo impregna todo.
Los nuevos conquistadores sirven de excusa para tratar el racismo, la censura o la soledad, pero sobre todo, esconde la propuesta de hacer un examen de conciencia como especie. Una invitación hecha en 1950 que vale la pena revisar, atendiendo al cambio climático, la inestabilidad económica o la desigualdad presentes.
“¡Siempre había una minoría que tenía miedo de algo, y una gran mayoría que tenía miedo de la oscuridad, miedo del futuro, miedo del presente, miedo de ellos mismos y de las sombras de ellos mismos”.
Walden, de Henry Thoreau
Leer Walden funciona como un conversor de amantes de la naturaleza y, al mismo tiempo, enseñanza a rebelarse contra las injusticias. Thoreau fue un hombre adelantado a su tiempo y ya en 1845 estaba convencido de que la vida no era algo que debía pasar por ti, de manera pasiva, sino que era fundamental responsabilizarse y tomar partido. Con esta pretensión, el pensador se aisló en los bosques de su Concord natal, con el plan de autoabastecerse física, y más importante aún, mentalmente. En otras palabras: simplificar su existencia para poder apreciar la esencia de las cosas. Un experimento que duraría dos años y de cuyas reflexiones se nutre Walden: un ejercicio para soñadores con los pies en la tierra.
“Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentándome sólo a los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, no fuera que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido”.
Mucho ruido y pocas nueces, de William ShakespeareMucho ruido y pocas nueces
Seguramente la mayoría relacione a Shakespeare con el romance pero otra de sus facetas más notables es su sentido del humor. En Mucho ruido y pocas nueces encontramos lo mejor de esta dualidad y es que la obra podría calificarse como la comedia romántica primigenia. Con ella Shakespeare estableció un patrón que se ha venido repitiendo desde entonces, aquel que convierte la aversión inicial en atracción mutua, aderezada con todo tipo de enredos. La mejor manera de perderle el miedo al dramaturgo inglés.
“Quizá sea objeto de pesadas pullas y sarcasmos por haber despotricado tanto tiempo contra el matrimonio. Pero, ¿no se altera el apetito? El hombre gusta en su juventud de manjares que no puede soportar en su edad madura. Los chistes, las sentencias, todos esos proyectiles de papel que lanza el cerebro, ¿han de torcer en un hombre la inclinación de su gusto? No; el mundo debe poblarse. Cuando dije que deseaba morir soltero no pensé vivir hasta el día de mi matrimonio”.
El guardián entre el centeno, de J.D. SalingerEl guardián entre el centeno
La historia de Holden Caulfield transcurre durante sólo tres días, tiempo suficiente para convertirlo en el icono del adolescente inadaptado. La novela tiene mucho de rito iniciático y puede servir para que los más jóvenes se acerquen a los clásicos. A fin de cuentas, la suya es la edad ideal para identificarse con la angustia y rebeldía de su personaje, que no para de juzgar a su entorno desde la superioridad moral que concede la adolescencia.
Durante años, El guardián entre el centeno se ganó cierta popularidad morbosa por ser el libro de cabecera del asesino de John Lennon, David Chapman. La noche del disparo, Chapman iba con el libro bajo el brazo, y escribió en él: “Esta es mi declaración”. Una extraña justificación que terminaría por degenerar en leyenda urbana: si lees este libro, te conviertes en asesino. Pero mitos aparte, la novela de J. D. Salinger se gana por sí misma su lugar en este ranking.
“Lo que haría sería hacerme pasar por sordomudo y así no tendría que hablar. Si querían decirme algo, tendrían que escribirlo en un papelito y enseñármelo. Al final se hartarían y ya no tendría que hablar el resto de mi vida. Pensarían que era un pobre hombre y me dejarían en paz.”
El retrato de Dorian Gray, de Oscar WildeEl retrato de Dorian Gray
Esta obra de Oscar Wilde es un texto tan brillante, que cada página incluye, al menos, una cita memorable. La única novela del autor irlandés, que no fuera teatro o ensayos, refleja el arquetipo del dandy y demuestra su ojo avizor captando la esencia de sus contemporáneos. Se trata, sin duda, de una de las mejores novelas de todos los tiempos: completamente accesible, sin perder por ello un ápice de profundidad o belleza.
De lectura obligada, ya sea por resarcir el injusto recibimiento que tuvo en su momento. En 1890 los críticos declararon que Wilde, lejos de exponer la inmoralidad, deseaba promoverla y exigieron su condena. Las acusaciones llevaron al escritor a defenderse en varias cartas publicadas en la prensa y a alterar significativamente algunos de los pasajes más controvertidos, incluyendo un prefacio que ha pasado a la historia por defender “el arte por el arte”.
“Influir en una persona es darle la propia alma. Ya no piensa sus propios pensamientos ni arde con sus propias pasiones. Sus virtudes ya no son reales para él. Sus pecados, si es que existen cosas como los pecados, son prestados. Se convierte en el eco de una música de otro, en el actor de un papel que no se ha escrito para él. La finalidad de la vida es el propio desarrollo. Realizar la propia naturaleza de la forma más perfecta posible… ésa es la razón de ser de cada uno en este mundo. Hoy en día, la gente tiene miedo de sí misma. Han olvidado el más importante de todos los deberes, el deber que cada uno tiene consigo mismo. Son caritativos, desde luego. Dan de comer a los hambrientos, y visten al mendigo. Pero sus almas se mueren de hambre, y están desnudas. Nuestra raza ha perdido su coraje. Quizá nunca lo tuvimos. El terror a la sociedad, que es la base de la moral, el terror a Dios, que es el secreto de la religión… ésas son las dos cosas que nos gobiernan. Y sin embargo… Sin embargo, creo que si un hombre viviese plena y completamente su vida, que si diese forma a todo sentimiento, expresión a todo pensamiento y realidad a todo sueño… creo que el mundo recibiría un impulso tan nuevo de alegría que olvidaríamos todas las enfermedades del medievalismo, y volveríamos al ideal helénico. Pero los hombres más valientes de todos nosotros tienen miedo de sí mismos”.