Última llamada al planeta: la declamación contra el colapso de la civilización
“Una civilización se acaba y hemos de construir otra nueva. Las consecuencias de no hacer nada -o hacer demasiado poco- nos llevan directamente al colapso social, económico y ecológico. Pero si empezamos hoy, todavía podemos ser las y los protagonistas de una sociedad solidaria, democrática y en paz con el planeta”. Por civilización, estas palabras extraídas del Manifiesto Última Llamada, emitido el pasado verano como una declamación contra la destrucción sistemática de las bases que sostienen a las sociedades humanas del planeta, se refieren a la nuestra: occidental, capitalista y desarrollada.
Son tres etiquetas que queman como tales a los firmantes de este documento, entre ellos Pedro Prieto, vicepresidente de la Asociación para el Estudio de los Recursos Energéticos (AEREN). Prieto define el problema desde una postura anticapitalista, por cuanto “la crisis de civilización es la que pone en cuestión el modelo social prevalente en estos momentos. Si hay entre 180 y 200 países, registrados en las Naciones Unidas (ONU), de esos, aproximadamente 160 deben ser claramente países capitalistas”, una mayoría absoluta.
Un alegato anticapitalista, pero también anti-desarrollista: “Cuando se habla de países capitalistas siempre tendemos a mirar hacia Europa o hacia Estados Unidos, porque son los países capitalistas que se benefician del resto de países capitalistas, como Nigeria, que es un gran país capitalista, o Ghana, o Gabón. Tantos y tantos países capitalistas hay que funcionan muy mal, porque hay otros que están funcionando muy bien ya que tienen una gran habilidad y una gran capacidad militar, económica, financiera, de flujo de materiales y de generar contratos que son desiguales en sus términos”. Se trata del intercambio desigual de bienes y servicios (Norte-Sur), el que mientras “enriquece a algunos está empobreciendo a otros”, expone Prieto. Emerge aquí la teoría de la dependencia de los países del sur con los del norte (o de la periferia con el centro), acuñada ya entre los años 50 y 70 del siglo XX.
Como decíamos, la cuestión central del Manifiesto es la existencia de una crisis de civilización, una pluralidad de crisis, que son la social, la política, la económica, la financiera y, con mayor énfasis por su mayor importancia, la ecológica. Todas, además, tienen un carácter global. María Eugenia Rodríguez Palop, profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad Carlos III de Madrid y también firmante del documento, explica cómo ya no sólo hablamos del exceso de CO2 en la atmósfera, del calentamiento global, de la neutralización de la resiliencia de los ecosistemas, de la dependencia y la no autosuficiencia energética y de la deforestación, sino de la posible irreversibilidad del proceso de destrucción en sí. Tal vez no haya vuelta atrás, pero, según Rodríguez Palop, “el grado en el que hemos sobrepasado un punto de no retorno es una discusión abierta entre los ecologistas. Algunos pensamos que aún podemos reaccionar, pero esto, por supuesto, depende de un diagnóstico que no es unánime y del sector del que hablemos, además del grado de confianza que tengamos en los mecanismos a nuestro alcance”. En cualquier caso, la también investigadora en el Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas de la Universidad Carlos III de Madrid, deja claro que “nos jugamos la supervivencia” y que “muchas otras especies sobrevivirán, por ejemplo, al cambio climático... la nuestra no”.
Prieto y Rodríguez Palop son dos de los 258 firmantes del documento, entre los iniciales y los que se adhirieron después. Todos poseen mayor o menor relevancia pública y entre ellos se encuentran la activista pro Derechos Humanos Ada Colau, el catedrático de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) Roque Calero o el actor Juan Diego Botto, por citar tres nombres conocidos entre otros muchos de científicos, activistas, militantes y cargos políticos y sindicales y profesionales de reconocido prestigio. Ellos acuñan el Manifiesto junto a las en torno a 7.000 personas que lo respaldan hasta el momento, gracias al canal de firmas abierto en su página web; un Manifiesto cuyo promotor principal es el profesor de Filosofía Moral de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y poeta, Jorge Riechmann.
Al hilo de la irreversibilidad, Riechamnn habló en una entrevista para el programa ‘La Tuerka’ de una estimación de cinco años como tope para materializar soluciones contra este colapso, una cifra aproximativa, “como no puede ser de otra forma”, dice Rodríguez Palop, pero que “indica el grado de emergencia en el que nos encontramos”.
El sistema menos ecológico
“(…) la crisis ecológica no es un tema parcial sino que determina todos los aspectos de la sociedad: alimentación, transporte, industria, urbanización, conflictos bélicos (…)”, se advierte en el Manifiesto, “estamos atrapados en la dinámica perversa de una civilización que si no crece no funciona, y si crece destruye las bases naturales que la hacen posible”. Pedro Prieto describe cuál fue el acicate para ponerse de acuerdo sobre cómo hacer pública la existencia de esta amenaza de muerte global. Los firmantes convenían que existe la imposibilidad de mantener el sistema actual, fundamentado en el desarrollo como objetivo primordial. “No podemos seguir así”, denuncia Prieto, un alegato unánime que se trasluce en el documento.
La denuncia surge por hechos contrastados, como que “más de la mitad de los bosques originales del planeta han desaparecido, fundamentalmente en los últimos 150 años”. El ritmo de destrucción neta de los bosques, según John Perlin (físico de la Universidad de California, Santa Bárbara), a nivel mundial, es del 1% anual, como apunta Prieto. “¿Hasta cuándo podemos seguir destrozando bosques en la Amazonia o en las selvas húmedas del sudeste asiático, o en África central?”, se pregunta el también ingeniero en telecomunicaciones. “No podemos seguir creciendo ‘ad infinitum’ en tierras de labor, ni seguir intensificando, como se presuponía con la ‘revolución verde’, la productividad por hectárea, porque el suelo es un organismo vivo, y su capa fértil necesita también descanso y recuperar en aportación de materia orgánica, la fertilidad del suelo, lo que el suelo te había dado”, prosigue.
El científico enumera una serie de disfunciones de los sistemas predominantes de producción. “Entender que la agricultura para producir el horror de los biocombustibles trata a la tierra como una fábrica es el gran error de la humanidad”. El suelo necesita descanso, barbecho, rotación, devolver el aporte que ahora no se devuelve, que sale de la tierra y termina en las grandes ciudades y luego en vertederos y no vuelve de nuevo a la tierra. “Esto es una maquinación terrible y tiene mal pronóstico”, advierte Prieto. El incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero como el CO2, los dióxidos de azufre y otros gases es directamente proporcional a la quema de combustibles fósiles. “Estamos emitiendo 30.000 millones de toneladas de carbón al año, porque quemamos 10.000 millones de toneladas de petróleo equivalente en combustibles fósiles de todo tipo”. El carbón es el que más se emite, por unidad de energía, después el petróleo y finalmente el gas. Aproximadamente se emiten tres toneladas de carbón por cada tonelada equivalente de petróleo que se quema. “A esto se suma que todos los mares están destrozados, los ríos de Europa bajan ya biológicamente muertos en su mayoría”, y el crecimiento se ampara en paliativos como “utilizar más depuradoras en los cauces que ya bajan muertos”. “Esto tiene que tener un límite y la gente tiene que entenderlo”, asevera Prieto. “Y si no lo entiende va a ser peor para todos nosotros”.
El planeta acoge a alrededor de 7.200 millones de seres humanos. Un factor que se presupone decisivo en la solución es el del reparto de la riqueza. Como subraya Rodríguez Palop, “La Tierra tiene una capacidad de carga que, de seguir en esta senda, vamos a sobrepasar con creces, pero lo más importante es la ecuación población frente a consumo”. Esto es así, alega la profesora, porque “no puede extenderse nuestro nivel de consumo a una población infinitamente mayor” y porque “la huella ecológica del sur, más poblado, es inferior a la del norte, precisamente porque el consumo es claramente menor y menos depredador”. El despropósito de la diferencia se neutraliza con el equilibrio, y sin embargo “hoy se acumulan las noticias que indican que la vía del crecimiento es ya un genocidio a cámara lenta. El declive en la disponibilidad de energía barata, los escenarios catastróficos del cambio climático y las tensiones geopolíticas por los recursos muestran que las tendencias de progreso del pasado se están quebrando”, tal y como se invita a reflexionar en el Manifiesto.
El cenit del petróleo y la inestabilidad del sistema
Otro acuerdo mínimo de los firmantes del Manifiesto radica en el hecho de que “el crecimiento va a empezar a no ser posible por más tiempo, por lo menos a nivel global, aunque puedan darse crecimientos particulares de un país, de una región, de una zona o de un colectivo. En general, cualquier crecimiento de un grupo sería siempre en detrimento del resto de la población porque, a nivel general, posiblemente la actividad económica tenga muy difícil recuperación, dado que la energía empieza a no ser cada vez mayor a cada año que pasa, como hasta ahora”, como aduce Prieto. A partir de ahora disminuye. Quienes respaldan el Manifiesto y no han querido resignarse ante la crisis de civilización, concluyen que “en realidad, no va a haber más actividad económica a partir de ahora, a nivel global, sino que va a haber menos”. Ello en un contexto energético en el que la disponibilidad de energía neta a nivel mundial, sobre todo la del petróleo, que mueve el 95% del transporte mundial, ronda su punto culmen: su cenit.
¿Qué ocurriría si la disponibilidad de energía para la sociedad disminuyese progresivamente? La palabra colapso aflora de nuevo ante esta pregunta con connotaciones petrolíferas. La Asociación para el Estudio del Pico del Petróleo y del Gas (ASPO, en sus siglas en inglés), presente en más de 40 países, o la Universidad del Petróleo, en Pekín, China, con cerca de 300 científicos, han analizado ya el problema del cenit del petróleo, el momento más o menos prolongado en el tiempo de máxima producción de petróleo en el planeta. Su horizonte de producción. También se preocupan por el comienzo del declive en la producción y del consecuente aumento progresivo de la carestía del “oro negro” en base a las leyes de la oferta y la demanda. En ASPO han participado altos cargos, como el que fuera secretario de Energía del Gobierno estadounidense de Jimmy Carter y director de la CIA a comienzo de los años 70 del siglo pasado, James Schlesinger, o algunos parlamentarios suizos y ex ministros británicos y franceses.
Se trata, pues, de un problema abordado internacionalmente por otros colectivos que están planteando este mismo problema de la imposibilidad del crecimiento. Recientemente, Prieto ha participado en una conferencia internacional en Barbastro (Huesca), donde académicos de varios países como Italia y Estados Unidos han planteado la tesis similar sobre el inminente colapso de la civilización dada su extrema insostenibilidad.
‘Su’ economía, absurdo invento
“Dentro de unas pocas generaciones, nuestros descendientes recordarán el mundo industrial de hoy con una mezcla de sobrecogimiento, curiosidad y horror. Su pasado es nuestro futuro, una era de transición con recursos energéticos menguantes, de guerras por los recursos y de colapso industrial. Si las sociedades de dentro de un siglo han aprendido cómo vivir de forma pacífica, modesta y sostenida, tal vez sea porque el aviso contenido en este oportuno libro haya sido finalmente tomado en cuenta”. Esto es lo que el también escritor y ensayista Thom Hartamnn, escribía sobre la obra de Richard Heinberg, ‘The Party is Over: Oil, War and the Fate of industrial Societies’, que analiza las circunstancias del “pastel” energético vistas de un modo global y las consecuencias económico-financieras, sociales y medioambientales del futuro colapso del sistema energético (carbón, petróleo y gas) desde una perspectiva mundial.
El mundo no da más de sí. En los últimos 150 años, desde que existe la sociedad impulsada por la energía fósil, empezando por el carbón, siguiendo por el petróleo y continuando por el gas natural, los crecimientos del Producto Interior Bruto (PIB) y de la producción de bienes y servicios han ido siempre acompañados por el incremento del consumo de energía, y de un incremento proporcional de la población, que ha seguido multiplicándose cuando ha habido recursos base para que lo hiciera. El condicionamiento energético es el talón de Aquiles del desarrollismo económico establecido, herido de muerte cuando se cae el parámetro de la disponibilidad energética ante la escasez de recursos.
Y es que, explica Prieto, a esta crisis subyace un engaño electoralista disfrazado de economía que dura, al menos, siete u ocho años, “una crisis generalizada donde crecen uno o dos países, pero que el resto están en un problema gravísimo de falta de crecimiento”. La crisis empeora a fuerza de empeñarse en crecer, cuando la naturaleza le vuelve la espalda a la economía, miope y soberbia. “Aunque ahora el sistema económico no lo esté planteando así, el sistema biofísico, el que realmente gobierna el planeta, muchísimo más que cualquier ley económica, nos está diciendo que esto se está acabando, que la fiesta se acabó como se decía en el libro ‘The Party is Over’”.
¿Cabe, entonces, ignorar a la economía tal y como esta es planteada desde los gobiernos y sociedades del mundo desarrollado? Dichos planteamientos fuerzan tesis económicas ecologistas en el marco del capitalismo, o alternativas como el desarrollo sostenible. “Ya no hay tiempo para el desarrollo sostenible”, aclara Rodríguez Palop, “a mi modo de ver, el capitalismo verde es inaceptable e inviable, pero ahí están las alternativas que presentan los economistas ecológicos, como Martínez Alier, Oscar Carpintero (defensores de la economía ecológica) y otros: consumir menos para producir menos”.
La respuesta vendrá con medidas políticas y sociales. “Todo pasa por que la gente adquiera conciencia, porque ahora mismo no existe”, expresa Prieto. Aunque hay una cierta intuición de que algo va mal, reincide el olvido en su aparición, y con él “volvemos a lo que algunos del grupo promotor del Manifiesto llamamos el ‘business as usual’, seguimos llevando nuestra vida habitual, conduciendo vehículos a 40 kilómetros de donde vivimos todos los días para trabajar, ida y vuelta”. Seguir así es “paradójico y contradictorio”, resume el ingeniero.
Una viñeta de El Roto ilustra el oxímoron que entraña la perspectiva técnica que hegemoniza los modos de abordar este problema señalado por el Manifiesto. Un señor trajeado, con apariencia de especialista y calculadora en mano, concluye ante el lector que “la solución a la crisis es sencillísima: Sólo hay que consumir más para reactivar la economía, y consumir menos para no cargarnos el planeta”. Parece factible pensar que la calculadora está a punto de explotar en las manos de este técnico imaginario, que aúna los caracteres propios de las doctrinas económicas y sociales predominantes en las escuelas de pensamiento occidentales.
España y Canarias
El ‘Manifiesto Última Llamada’ forma ya parte ya, de forma actualizada, de los llamados históricos a entender que en un planeta finito los recursos no pueden crecer de forma infinita. “Mucha gente sigue siendo crítica de Malthus o con las declaraciones del Club de Roma sobre los límites del crecimiento, publicados en 1972 por la pareja de científicos Donella y Dennis Meadows, y evidentemente, yo creo que no se equivocaron en la esencia” teórica, dice Prieto, una teoría concebida sobre esquemas globales.
En el caso de España, los despropósitos se reproducen. Un crecimiento del 3% anual y acumulativo, “que es a lo que aspira cualquier político que se precie en el mundo ortodoxo y en nuestra civilización, que se está extinguiendo sin que ellos se den cuenta”, continúa el científico, “da lugar a la duplicación de la producción de bienes y servicios cada 25 años, su multiplicación por cuatro cada medio siglo, y por 17 cada siglo. Yo no me imagino un país como este, que tenga 17 veces más kilómetros de carreteras asfaltadas, o 17 veces más puertos, aeropuertos o vehículos de los que circulan ahora, que son del orden de 30 millones para 46 millones de habitantes”. Las matemáticas no conducen a engaño.
Respecto a Canarias, cabe preguntarse: ¿Debemos en las Islas aspirar a la autosuficiencia energética mediante renovables como única opinión viable frente al desastre? En este caso, María Rodríguez Palop responde negativamente y con matices. Para la firmante del Manifiesto no es posible una autosuficiencia energética mediante las renovables mientras no se base en el ahorro energético. “Las renovables no pueden cubrir nuestros niveles de consumo energético”, subraya la docente, quien alude al problema de su dependencia indirecta del petróleo. “Eso no significa, obviamente, que no sea mejor, más limpia y más sostenible que todas las demás, y que, por tanto, apostar por tal fuente de energía no sea un buen principio”, matiza.
El planeta siente sus achaques, es sabido; se prevé el momento en el que se declare en huelga de humanidad. “Frente a este desafío no bastan los mantras cosméticos” como los ya citados, explicita el manifiesto. “Las soluciones tecnológicas, tanto a la crisis ambiental como al declive energético, son insuficientes”, enuncia. Como también golpea las conciencias de quienes la escuchen: “El siglo XXI será el siglo más decisivo de la historia de la humanidad. Supondrá una gran prueba para todas las culturas y sociedades, y para la especie en su conjunto. Una prueba donde se dirimirá nuestra continuidad en la Tierra y la posibilidad de llamar ‘humana’ a la vida que seamos capaces de organizar después”.
Porque este sistema tiene una fecha de caducidad más allá de la cual las personas han de trascender.
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