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El andén
En siete minutos llegará el tren y todo habrá terminado.
Según las instrucciones que me dieron este es el punto exacto en el que parará el coche 23. De él descenderá una mujer de melena castaña con un chaquetón gris colgando del brazo izquierdo. A su señal -cambiará el abrigo de mano- deberé acercarme a hacerle entrega del sobre y ella me dará la llave que abrirá la puerta donde esconden a Valentina… y todo habrá terminado.
En cuatro minutos llegará el tren y todo habrá terminado.
Me pregunto cómo será ella, a quien tantas veces puse cara en su voz quebrada a través del teléfono. Deberé controlar mis ganas de arrojarla a las vías cuando el tren reanude su marcha. Pero entonces perdería el rastro de Valentina. Mastico la rabia hasta la náusea… pero mejor seguir el plan… y pronto todo habrá terminado.
En un minuto llegará el tren y todo habrá terminado.
No veo la hora de volver a abrazar a Valentina pero la ira me come por dentro. Compruebo por enésima vez que mi pistola está cargada al tiempo que escucho la bocina del tren anunciando su entrada en la estación.
Según lo previsto el coche 23 para justo frente a mi posición. De él desciende esa mujer de melena castaña con su abrigo colgando del brazo izquierdo haciendo, al verme, ademán de cambiarlo de mano. A su señal me acerco y le entrego el sobre mientras ella me da la llave, envuelta en un papel con la dirección del escondite escrita en rojo.
Con disimulo coloco el cañón de mi pistola en su costado y le susurro al oído: “Lo siento querida, pero esto aún no ha terminado”.
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