El año en el que la salud mental dejó de ser tabú también evidenció las carencias de Canarias

Dos personas observan el avance de la erupción de La Palma en una imagen de archivo el pasado 11 de octubre

Andrea Domínguez Torres

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Mauro Sanín comenzó a tropezarse con su salud mental a los 11 años cuando su abuela murió. Él nació en Galicia, aunque se mudó cuando era muy pequeño al sur de Tenerife. En ese momento una depresión sin tratar y el bullying que sufría en su colegio le llevaron a abandonar su vida en Canarias y a mudarse de nuevo a su tierra natal junto a su familia. Pasaron 11 años hasta que recibió ayuda psicológica. Cuando cumplió la mayoría de edad le diagnosticaron un Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) y una depresión. La ruptura con su pareja le llevó al límite. Luego, el 5 de diciembre de hace cinco años intentó suicidarse.

“Estoy vivo gracias a mi madre, que me salvó la vida”, confiesa ahora. Se desconocen los datos reales de cuántas personas tratan de quitarse la vida en España. Según los datos oficiales cada dos horas una persona se suicida en este país, lo que supone 11 muertes diarias. El suicidio es ya la principal causa de muerte no natural en el territorio nacional. Para quien salva la vida, sobrevivir a un intento de suicidio es solo el primer paso de un largo proceso de recuperación. En 2021 se ha dado a conocer la realidad de muchas personas que sufren de trastornos mentales, ha dejado de ser un tabú, pero sigue sin haber datos desglosados que permitan conocer la complejidad de la situación en las Islas.

Durante la entrevista Mauro Sanín evita hablar por teléfono y por notas de voz porque se le seca la boca de la medicación. Ese es uno de los efectos frecuentes que provoca el consumo de algunos psicofármacos. Cuatro años después de tratar de quitarse la vida, tomaba un total de 25 pastillas diarias para tratarse. “Antes me daban brotes y rompía cristales”, cuenta. Durante uno de esos brotes Mauro se rompió un hueso de la mano y tuvo que ser operado.

Al principio le pautaron Trankimazin, pero poco tiempo después comenzaron a aflorar las alucinaciones. En esos momentos en los que, entre otras cosas, podía ver a su abuela fallecida, Mauro se aterrorizaba. “Cuando me dijeron que tenía esquizofrenia medio lo sabía, me lo esperaba”, confiesa. Al TOC y la depresión se sumó también ese último: la esquizofrenia, un trastorno de la personalidad. Tras su diagnóstico y haber sufrido algunos brotes muchas personas se alejaron de él.  “Salvo dos, todos mis amigos me dejaron de lado, tenían miedo porque era esquizofrénico y temían que la liara”, revela.  

Su enfermedad le ha impedido desarrollar una rutina. Sin embargo, la aparición en su vida de una buena médica de cabecera, así como una psiquiatra y dos psicólogas ha sido crucial. Su recuperación ha sido consecuencia de un trabajo en equipo. Nadie quería un destino en un pueblo alejado de la capital, “pero la última psiquiatra que vino decidió quedarse”. En su primera consulta, la especialista del servicio público le prometió a Mauro que bajaría su medicación lo máximo posible.

* Vídeo realizado por Mauro Sanín durante una de sus terapias

Un año después lo han conseguido. Ahora toma cinco pastillas diarias, una de ellas es el protector de estómago. Durante este tiempo Mauro también ha encontrado apoyo en su psicóloga, quien le ha enseñado a aprender a ver la vida desde otros puntos de vista. “Antes para mí todo era X o Y y ella me enseñó a ver que también hay Z. Hemos desbloqueado ese logro”.

Con 24 años y un intento de suicidio, Mauro ha conseguido una relación estable con su enfermedad. “Con la esquizofrenia todo empezó como una relación de amistad, nos fuimos conociendo y ahí comenzó la psicosis”. Luego, lo narra como una relación de pareja. “Hasta que empezamos a salir y afloraron los brotes, la inseguridad y el miedo”. Sin embargo, ahora su relación es estable, “confiamos el uno en el otro, aunque hay días en los que discutimos y surgen bajones”. 

Problemas en la base del sistema

El diagnóstico de enfermedades mentales se ve azotado por las listas de espera interminables en la sanidad pública. El de Mauro es un ejemplo de cómo un diagnóstico psiquiátrico puede tardar décadas en llegar. “No podemos pedir más a los médicos de cabecera, es tanto el volumen de trabajo que tienen que no se le puede pedir más”, afirma Felipe Lagarejo. El coordinador de la Comisión de Suicidios del Colegio Oficial de Psicología de Santa Cruz de Tenerife afirma que el problema en los centros de salud es que no hay un especialista en salud mental al que el médico de cabecera pueda acudir para pedir apoyo y opinión. Mientras tanto, la derivación a la especialidad de Psiquiatría se hace en circunstancias muy puntuales y concretas.

2020 se convirtió en el año con más suicidios en el Archipiélago desde que se comenzó a recoger datos en 1980. Mientras tanto, las listas de espera para ser atendidos por el Área de Psiquiatría en Canarias hace años que supera los dos millares de pacientes. Un psicólogo por cada 17.000 canarios, es la última tasa que se conoce en el Archipiélago y que fue recogida por este periódico en 2020. Tras varios intentos de conseguir datos actualizados a través de la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias, el área no ha dado respuesta.

Los médicos de cabecera

Lara González trabaja de médica de refuerzo, su función es atender y ocupar los espacios que quedan vacantes por las bajas, vacaciones o días libres de sus compañeros. La doctora González pasa consulta en un centro de salud en el norte de Tenerife. En un día suele atender 28 citas médicas, a las que se suman las personas que acuden al lugar fuera de hora. 

La médica calcula que en cada cupo de trabajo hay asignados en torno a 2.000 pacientes. Cuando una persona comienza a necesitar atención psicológica en muchas ocasiones recurre a su doctor de cabecera. “El médico no está formado en psicoterapia, aunque deberíamos estarlo porque somos el primer contacto que tiene el paciente cuando quiere pedir ayuda psicológica”. González también recalca la importancia de esa primera cita. “Somos parte del primer proceso en el que el paciente pide ayuda y debemos saber qué tipo de actuación debemos realizar”.

González diferencia los pensamientos suicidas con la ideación. “Cuando un paciente quiere quitarse la vida o tiene pensamientos de llevarlo a cabo debería ser derivado a la consulta de Psiquiatría”. Sin embargo, otra cosa es cuando un paciente revela que quiere quitarse la vida en ese momento, que es cuando se deriva a Urgencias Psiquiátricas del hospital.  En este segundo supuesto el traslado debe llevarlo a cabo una ambulancia del Servicio Canario de Salud para asegurarse de que el paciente llegue al centro.

Según la decana del Colegio Oficial de Psicología de Santa Cruz de Tenerife, Carmen Linares, la ansiedad y la depresión son las dos enfermedades mentales más diagnosticadas en Canarias. Sin embargo, no hay datos desglosados en el Archipiélago por la falta de estudios específicos en el área. La incidencia de las enfermedades mentales en Canarias depende más de la percepción personal de los profesionales de la salud que de datos desglosados. 

En esta semana Lara Gonzalez atendió en consulta a una paciente con un trastorno ansioso depresivo. En este caso, tras cuatro meses de baja solo ha recibido un tratamiento en forma de psicofármacos. “No ha hecho psicoterapia nunca”. A pesar de que la paciente encuentra una mejora en su evolución, no ha asistido a su puesto de trabajo, que es donde se produce el foco de sus problemas.  “Cuando vuelva a enfrentarse a esa situación volverá a estar mal porque las pastillas no van a la raíz, sino que eliminan el malestar de forma temporal”. En este punto incide también Felipe Lagarejo, quien señala a la falta de recursos en la sanidad pública y lo relaciona con la sobremedicación.

Una espera que puede costar una vida

El problema de la derivación a la planta de Salud Mental y los largos tiempos de espera llevan a la cronificación de las enfermedades. Así lo explica Lara Gonzalez, quien apunta a casos de pacientes que llevan tomando tratamiento para la depresión más de 10 años. “Se ha demostrado que los antidepresivos tienen efecto durante seis meses o un año, que luego lo más efectivo para su tipo de depresión es la psicoterapia”. Sin embargo, las sesiones de terapias continuadas solo las pueden tener quienes pueden pagarlas. 

Todos los especialistas consultados en este reportaje insisten en que los tiempos de espera (de hasta tres meses) y la falta de continuidad y frecuencia en las citas con el área de Salud Mental condicionan la salud de los pacientes y fomentan la prescripción de psicofármacos para “aguantar” hasta la cita psicológica. 

“Cualquier persona que sufra de ansiedad que le limite su capacidad diaria puede necesitar un tratamiento puntual para los momentos agudos”. González opta por dar algunas medidas como el deporte y el ocio, al tiempo en que pauta algún antidepresivo a la espera de recibir la atención especializada.

Medicar el duelo 

“Muchos trastornos adaptativos que surgen con el divorcio o el duelo podrían solucionarse con psicoterapia y no con tratamientos farmacológicos que acaban con una dependencia a la Benzodiazepina para dormir”. Este tipo de medicación es un psicotrópico que tiene efectos sedantes, ansiolíticos y amnésicos. Se vende bajo los nombres comerciales de Lormetazepam, Lorazepam o Oxacepam entre otros. “Al final la medicalización expresa que falta formación y medios para  tratar a los pacientes psicológicos en ese primer paso que dan acudiendo a la atención primaria”, confiesa González.

La erupción y la pandemia como carga extra

Entre la erupción volcánica de La Palma y la pandemia causada por la propagación de la COVID-19 los expertos encuentran similitudes: la ansiedad por el acontecimiento inacabado. A diferencia de los accidentes en los que un hecho ocurre en un momento concreto y las consecuencias se ven inmediatamente, en los acontecimientos inacabados y dilatados en el tiempo se prolonga la ansiedad y el estrés y no se permite cerrar un ciclo. Es por eso que durante los tres meses que duró la erupción volcánica en La Palma el sonido o la ceniza recordaban a las familias que han perdido todo que el peligro sigue ahí. En el caso de la pandemia y las crecientes olas de contagios de COVID ocurre lo mismo.

“Nuestro cerebro tiene la necesidad de encontrar un orden, tenerlo todo controlado y dar una respuesta a todo”. La inteligencia emocional ayuda a construir parámetros para encontrar el equilibrio y las herramientas. En el caso contrario, cuando una persona no tiene las herramientas y no se siente mentalmente fuerte busca “culpas y responsabilidades”. 

“Si desde pequeños nos enseñaran a manejar nuestras emociones, si tuviéramos ciertas herramientas, algunos trastornos se evitarían”, defiende Felipe Lagarejo. En cambio frente a otros sabríamos cómo actuar. 

Si necesitas ayuda puedes llamar de forma gratuita al Teléfono de la Esperanza (928/922 33 40 50)

Para paliar la falta de recursos en el sistema público de salud se han sumado iniciativas que pretenden servir  de apoyo a la atención psicológica. Una de ellas es el Teléfono de la Esperanza (928/922 33 40 50), un número gratuito al que acudir cuando se necesita hablar con alguien. Además esta iniciativa cuenta también con atención psicológica personalizada bajo la tipología de terapia breve. 

“Hay personas que tratamos en una o dos sesiones y otras que se prolongan hasta ocho o nueve sesiones”, explica José Cabrera Perez, portavoz del Teléfono de la Esperanza en Canarias. En este tipo de casos normalmente se atienden a personas que no pueden costearse una terapia privada.

Desde el Teléfono de la Esperanza en Canarias se ha hecho un balance de los datos en comparación con 2019, puesto que “2020 fue en todo un año excepcional”. Así lo afirma el especialista en psicología clínica Cabrera. A once días de acabar el año, este teléfono recibió un 28% más de llamadas que en 2019. Con respecto al año del confinamiento ese balance ha bajado un 12%. El 20 de diciembre el Teléfono de la Esperanza realizó 6.133 intervenciones, en 2019 fueron 4.787. 

“Se han incrementado las llamadas de hombres jóvenes en estos últimos dos años”, afirman desde el Teléfono de la Esperanza. Los motivos de las llamadas son variados y dependen de impactos psicológicos tras la pandemia, la soledad, el duelo o el miedo por las consecuencias de la propagación del COVID-19. “Se ha diversificado el perfil de las personas que han llamado al Teléfono de la Esperanza”, confiesa Cabrera.

Desde el 19 de septiembre al 15 de octubre se disparó un 91% más las llamadas al Teléfono de la Esperanza con respecto a 2019. La crisis del volcán afectó a personas que han perdido su vivienda, pero también a ciudadanos de toda Canarias preocupados por la situación de la isla bonita.

El impacto del suicidio de Verónica Forqué 

Desde el suicidio de Verónica Forqué, el pasado 13 de diciembre, hasta el día 20 las llamadas al Teléfono de la Esperanza en Canarias aumentaron un 433% con respecto a esa misma semana en 2019.  a raíz de la “sobrexposición mediática que ha tenido la noticia”. Además también aumentaron las llamadas de familiares, profesoras o amigos preocupados por otras personas. “Hay una parte positiva de darle prioridad al tema de la salud mental, pero la negativa es la sobreexposición sensacionalista que ha habido con Verónica Forqué”.

“Si no se habla del suicidio la gente que se intenta suicidar se siente como un bicho raro”, reflexiona José Cabrera. “Los intentos de suicidio son situaciones que se pueden revertir si se llevan a las páginas de Salud y no a las páginas amarillistas”. 

Teléfono de atención psicológica en Papageno (plataforma no lucrativa de prevención del suicidio): 633 169 129

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