Del corazón de África a Gran Canaria en busca de refugio: “En mi país creen que a mí también me han matado”

Ataviado con una camisa de botones violeta y un pantalón azul de vestir, M. A. W. esperaba sentado en un banco de la plaza de Santo Domingo, en Las Palmas de Gran Canaria. A su lado, la psicóloga de CEAR que le ha acompañado desde que llegó a la Isla hace un año y medio desde República Democrática del Congo. Él tiene 25 años y es solicitante de asilo. Huye de la violencia, los asesinatos y de la inestabilidad política que atraviesa su país desde que estalló la sucesión de guerras hace 23 años. Está dispuesto a narrar su historia, aunque con una línea roja que el dolor le impide atravesar: hablar de su familia. Vivía en la ciudad de Kinsasa y estudió Contabilidad en la universidad, pero su activismo contra el Gobierno lo condujo a la cárcel en más de una ocasión. “Todos los días matan gente, incluso en mi país creerán que estoy muerto porque me fui sin avisar”, revela.

“A mí una persona me ayudó a llegar a Europa, me dijo que si volvía a mi país me matarían”, explica. La vida de M. A. W. estuvo estrechamente ligada al activismo. Formaba parte de un grupo que rechaza al Gobierno porque “no hay trabajo, no hay dinero, no ayudan a la gente”. Por tanto, su colectivo, integrado por hombres y mujeres de distintas edades, organizaba manifestaciones y también asambleas para hablar sobre la situación política del país. Después de pasar días en prisión y de “sufrir maltrato” por parte de la policía, salió de la cárcel. “Vi a muchísima gente muerta, no sabía dónde estaban mis amigos, entonces me fui”, confiesa.

La huída no fue sencilla. Las autoridades “lo buscaban por todas partes”. Durante unos días se escondió en casa de su hermana, situada en el camino que le llevaría hasta su primera parada: el territorio vecino, Congo-Brazzaville. Después Senegal, luego Gambia y finalmente, sin saberlo, Gran Canaria, donde quiere dedicarse a la construcción. Según el último informe de CEAR, entre enero y junio de 2018 millones de personas se desplazaron de manera forzada a otros puntos de su geografía. República Democrática del Congo fue el país de origen de 4,4 millones de migrantes que tuvieron que reubicar su vida en otros puntos próximos, convirtiéndose en el tercer país con más movimientos de este tipo después de Colombia (7,7 millones) y Siria (6,3 millones).

Una tímida sonrisa deja ver que M. A. W. ha depositado todas sus esperanzas de vida en la isla a la que llegó casi por sorpresa. “Cuando llegué al aeropuerto de Gran Canaria, no sabía dónde estaba, desconocía a qué punto exacto de Europa vendría”. En el aeropuerto solicitó asilo, un trámite que aún está por resolver. Según datos de CEAR, en Canarias solo el 0,28% de las personas solicitantes de protección fueron acogidas en 2018. De las 2.079 peticiones de asilo, seis se resolvieron de manera favorable. De este modo, pese a que las cifras evidencien las deficiencias del Archipiélago para ser un buen lugar de refugio, M. A. W. confía: “Aquí puedo cambiar mi vida más que en mi país, aquí hay gente que me puede ayudar”, confía. “CEAR es mi casa, donde aprendo español”, cuenta emocionado mientras comparte una sonrisa cómplice con su psicóloga, quien solo tiene palabras de agradecimiento hacia M. A. W. : “No hay trucos para enfrentarte a estas historias sin romperte, más bien el truco me lo ha dado él con su optimismo y su lucha”.

La población congoleña no es dueña de su tierra. El país, ubicado en pleno corazón de África y el segundo mayor del continente, cuenta con inmensas reservas de minerales como el coltán, pero la lucha por la posesión de sus riquezas lo ha sumido en una sucesión interminable de terror y ha empobrecido a su gente. Así, el viaje que M. A. W. emprendió no está al alcance de todos sus compatriotas. 9.000 euros es una cifra inaccesible para una sociedad que subsiste gracias a la venta en pequeños mercados o al reparto de agua. “Allí no hay trabajos de oficina. El tipo de empleo que hay es en el mercadillo, venta de zapatillas, etc. Yo antes me ponía garrafas de agua en la cabeza y las iba vendiendo a la gente”, recuerda.

En este bélico contexto, las dificultades se suceden dibujando un bucle de falta de oportunidades. “En mi país, una familia puede tener cinco niños, pero si los padres no tienen trabajo, no pueden llevarlos al colegio, ni darles de comer”. El escenario se presenta más difícil aún para las mujeres, ya que en la guerra las violaciones son constantes. Las devastadoras previsiones de Acnur (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) establecen que “miles de mujeres y niñas en República Democrática del Congo serán violadas más de una vez a lo largo de sus vidas”. “Es imposible llevar una vida tranquila”, cuenta M. A. W. “Mientras este gobierno se mantenga, mi gente no puede salir adelante ahí”, explica.