María Rodríguez Santana / Karen Estévez / Dácil Jiménez

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Ni un alma paseando por la orilla de playa, apenas algunos coches en la carretera y las estanterías de papel higiénico en los supermercados, vacías. Una mezcla de histeria y miedo colectivo se estaba gestando en Canarias desde que llegó el primer caso de COVID-19 a las islas (el primero de España), que terminó de culminar el 14 de marzo, cuando todos los españoles vimos en la pequeña pantalla a Pedro Sánchez decretar un estado de alarma histórico por la pandemia, que conllevó un confinamiento de 15 días. “Son solo dos semanas”, se atrevieron a decir algunos incrédulos, pero en realidad se estaban dando los primeros pasos de un encierro que duró más de tres meses.

Ese mismo sábado, Canarias se sumó a los primeros aplausos para el personal sanitario que luchaba contra el virus, entonces desconocido.

El tan humano miedo a lo desconocido se apoderó de la población. Cerraron los colegios, universidades, los comercios, los cines y teatros, los restaurantes... La economía se paralizó y muchos empezaron a hacer acopio de comida y, sobre todo, de papel higiénico, temiendo un posible desabastecimiento por el confinamiento y el cierre nacional. Es posible que este almacenamiento desmesurado por parte de los españoles fuese también una de las primeras razones en la crisis sanitaria para reír. Miles de usuarios en las redes sociales crearon memes como antídoto para el aburrimiento que empezaba a generar el aislamiento. Muchos decidieron, a su vez, que era buen momento para ponerse las pilas con el deporte, con la cocina, con la decoración... Entretener a los hijos se convirtió en todo un reto. El virus acaparaba la información y nos acostumbramos a términos tales como “el pico de la curva” y a ver a Fernando Simón explicar el avance de la pandemia.

Mientras tanto, el ambiente que se veía de puertas para afuera no se antojaba tan esperanzador. Fue impactante ver cómo el tan concurrido paseo de Las Canteras, en la capital grancanaria, estaba vacío; La Rambla en Santa Cruz de Tenerife guardaba un desolador silencio; y las playas canarias se tornaron en desiertos.

El ejército, especialmente la Unidad Militar de Emergencias, tomó las calles para realizar labores de desinfección de centros de salud, entre otros lugares, y vigilar que nadie se saltaba el encierro. Solo se podía salir para ir a trabajar (solo trabajos considerados esenciales), ir a la farmacia, sacar al perro, comprar alimentos o cuidar de personas dependientes.

La reducción de la actividad humana en las calles y en la naturaleza provocaron acontecimientos increíbles. Un grupo de delfines aprovechó en abril que no había tráfico de barcos para acercarse a la costa de Santa Cruz de Tenerife y saltar con el auditorio Adán Martín y el Palmétum como testigos. La naturaleza tomó como excusa la cuarentena para apoderarse hasta de la urbe. Un centro comercial de Las Palmas de Gran Canaria tuvo como única visita durante el confinamiento a un rebaño de ovejas, aprovechando la nula afluencia de personas; igual que un hotel en Fuerteventura, tomado por cabras.

Impacto sanitario y económico

Llegó, a su vez, un palo económico que sigue arrastrando el Archipiélago: el cero turístico. Alrededor de 1,4 millones de turistas que se encontraban en Canarias en marzo se marcharon por el inminente cierre de los hoteles, aunque muchos otros tuvieron que quedarse por la imposibilidad de volver a sus países. También hubo grupos de españoles, y canarios entre ellos, que contemplaron desde el extranjero el cierre de fronteras y la cancelación masiva de vuelos. Volver a casa se convirtió en toda una odisea para ellos. La pandemia lo estaba poniendo todo patas arriba y, sin saberlo, también nos estaba cambiando.

Por primera vez, empezamos a reconocer la labor de los sanitarios, saliendo a los balcones y terrazas, los más afortunados, y a las ventanas, el resto, a las 19:00 horas para aplaudir, mientras algún vecino ponía a una legendaria Gloria Gaynor de fondo. Cara a cara con el virus desde el minuto uno, pese a que al comienzo de la crisis sanitaria se enfrentaban al bicho sin casco, sin escudo y sin espada, como quien dice. Así sobrevivieron los sanitarios, que no solo tuvieron que hacer frente, en ese momento, a una enfermedad desconocida, sino que se vieron obligados a aprender a conjugar un excesivo volumen de trabajo con un cansancio casi homicida. Todos los días hasta ahora. Finalmente, comenzó a llegar el esperado material sanitario: mascarillas, guantes, batas y equipos EPI para el personal.

Hoy, el I will survive de Gaynor se ha convertido en la canción del recuerdo a la empatía que una vez sentimos, y Resistiré, del Dúo Dinámico, ha pasado ya a la historia como la melodía que nos ayudó a sobrellevar el encierro.

Desescalada pionera

A finales de abril el Gobierno presentó su plan para la desescalada, que conducía, si todo salía bien, a la llamada nueva normalidad. Canarias fue la primera región en recibir al coronavirus y también comenzó antes que el resto de España el ansiado desconfinamiento. La Graciosa, La Gomera y El Hierro fueron la avanzadilla de la desescalada. Era el 4 de mayo, cuando entraron directamente en la fase 1 debido a la escasa incidencia del virus en estas islas. Algunos descubrieron entonces que existía una isla en España llamada La Graciosa y mucho ansiaron poder estar allí, donde ya se podía, por fin, salir a la calle. Una semana después lo hizo el resto del Archipiélago, hasta llegar a la fase 3.

Al principio, había que organizarse porque se establecieron franjas horarias para dar paseos y hacer deporte, y poco a poco las restricciones empezaron a hacerse menos duras. Por fin pudieron abrir algunos establecimientos, aunque con los aforos y las medidas sanitarias adaptadas a la odiosa nueva normalidad.

El 21 de junio de 2020, tras 98 días y seis prórrogas, terminó el primer estado de alarma.

Escucharlo a día de hoy parece casi mentira, pero a finales de julio Canarias se convirtió en la única Comunidad Autónoma que no establecía el uso obligatorio de la mascarilla en los espacios públicos, sin importar la distancia de seguridad. No fue hasta el 5 de agosto cuando amplió su uso obligatorio. Sin embargo, esto no paró la segunda ola de la pandemia, que estaba a la vuelta de la esquina. La relajación del verano causó estragos y comenzaron a subir estrepitosamente los contagios después de las vacaciones, especialmente en la isla de Gran Canaria. Para este entonces, Gaynor y el Dúo Dinámico claramente habían pasado de moda.

En octubre España superó el millón de contagiados y, de nuevo, se decretó el estado de alarma, aunque esta vez, sin confinamiento.

Niveles de alerta y vacuna

Tras la desescalada, aún no se había vencido al virus, que, además, comenzaba a ganar terreno y se temía un repunte con el otoño y la llegada del frío. El Gobierno regional estableció un plan para estimar el nivel de incidencia COVID en cada isla y, por tanto, ajustarse a qué medidas se debía aplicar a cada una de ellas. En un principio se llamó semáforo. El color verde (nivel de alerta 1), el amarillo (nivel 2), el rojo (nivel 3) y el marrón (nivel 4 y el máximo establecido) han configurado un sistema que sigue actualmente en Canarias y por el que, probablemente, la comunidad isleña sea una de las menos afectadas por el coronavirus en España. Este método ayuda a remar hacia una evolución epidemiológica favorable, eso sí, con la ayuda de la vacuna.

Nueve meses después de comenzar el infierno, ya en diciembre, Anatolia Ramos, de 84 años, se convirtió en la primera persona de Canarias en recibir la esperada dosis de la vacuna frente a la COVID-19.

2020 terminó como un annus horribilis que casi todo el mundo quería olvidar. La batalla contra el virus continúa este 2021 y las secuelas de esta pandemia durarán aún muchos años más.

El aniversario del anuncio del estado de alarma coincide con el final de la tercera ola, e incluso con el comienzo de la cuarta en algunas partes de España. Hoy, el Archipiélago cuenta ya con 60.000 personas inmunizadas; más de 37.800 han superado la COVID-19 y, por desgracia, más de 600 perdieron la vida luchando contra ella.

Los vídeos de gente haciendo deporte en Youtube, o cocinando, o haciendo homenajes a los sanitarios, ya no son el pan de cada día, hay papel higiénico de sobra en las tiendas, se escucha de nuevo el jaleo en el ambiente, los turistas han comenzado a regresar, y los canarios caminan por la calle, por la arena y por el campo, aunque, de seguro, de una manera muy diferente a como lo hacían hace un año.

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