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No estamos en buenas manos

Carlos Castañosa

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Siempre ha sido así y así seguirá siendo. Ni siquiera sirve como lenitivo la resignación colectiva por la irremediable actitud de nuestros políticos ante inminentes perspectivas electorales. Se desbocan como mustangs en un rodeo o ciervos encelados en plena berrea. Y nosotros, cual penitentes libres de pecado, sufriendo y aguantando de pie consignas diseñadas por expertos en comunicación; diatribas entre formaciones adversativas; reiteradas mentiras; promesas que se incumplirán sobre que ahora se hará lo que no ha sido posible en los 40 años previos; corte de cintas en inauguraciones y primeras piedras que, todos sabemos, jamás sufrirán el peso de la última que culmine fantasías de hospitales del norte, sur, o castillos de arena como fantasías en el aire… anillos insulares sin Señor que los materialice.

Y seguirán mandando los mismos de hace 40 años -número mágico que parece cubrir dictaduras y plazos de memoria para desenterrarlas-. Formaciones que, sin ganar nunca, siempre han mandado en todo. Gran mérito venderse al mejor postor con disfraz de bisagra; sobre todo si sale bien como negocio. Otra cuestión es el bien común y la dignidad de un pueblo que no desea sentirse mancillado por operaciones de tráfico con cargos públicos ni tácticas burdelescas de compraventa carnal o de voluntades cívicas.

La pasión por la foto y la medalla es la expresión externa de una patología endémica, anexa al poder en todos sus escalones como un gran fraude a la ciudadanía, cuyos intereses básicos y derechos fundamentales son marginados a favor del objetivo principal de los servidores públicos, cual es el cálculo de votos que se ganarán o perderán, según lo que se diga o haga en campaña. Único logro negativo, la falacia y las falsas promesas, servidas en bandeja dorada en perjuicio de un “pueblo soberano” que solo lo es en un papel mojado que también habla de democracia y derechos humanos.

Algunos medios de comunicación, audiovisuales e impresos, encuentran una bombona de oxígeno para sus arcas y para la protección de sus puestos de trabajo, mediante el negocio de alquilar espacios a determinadas formaciones políticas para expandir su propaganda electoral en columnas y artículos de opinión, como si formasen parte editorial del medio difusor. Con lo que se puede engañar al potencial lector, oyente o espectador.

A favor de la veracidad de la información o mensaje, a la que una muy sensible opinión pública tiene derecho constitucional, debiera estructurarse la publicación de estas farsas habituales en páginas aparte; en formato de esquelas o similar, con el encabezamiento bien definido de que el medio “no se responsabiliza del contenido adjunto”. Sería bueno para el prestigio deontológico de la publicación y podría incrementarse el precio so pretexto de la exclusividad y el ornato añadido de las viñetas; encabezadas con un aviso claro sobre las posibles imprecisiones y desvíos de la verdad.

Estamos sumidos en una trampa saducea, pues cualquier posible solución al problema es inviable porque, precisamente, quienes debieran asumir la responsabilidad de rectificar las anomalías, legales o legaloides, son los más interesados en que nada cambie, como primeros beneficiarios de los abusos de poder sistemáticos y bien organizados.

Para dar entidad y validez a un problema planteado, debe acompañar alguna viabilidad o posibles soluciones. En este caso, no hay salida. Y si la hubiere, sería poco deseable por traumática; pues como demuestra la Historia solo la virulencia del estallido social es capaz de salir del pozo cuando su profundidad lo hace insufrible para una ciudadanía sojuzgada. Conviene repasar la nuestra y tenerla presente para que nunca se repita la peor tragedia que puede sufrir un pueblo.

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