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El Congreso se divierte

Alfonso J. López Torres

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El Congreso de Viena, el acontecimiento histórico que configuró la Europa posterior a Napoleón y que significó para España la pérdida de su condición de gran potencia, fue la expresión de referencia de cómo humillar a nuestro país y además festejarlo a lo grande.

Bajo ese nombre tuvieron lugar las negociaciones que acabaron con el intento hegemónico de Napoleón Bonaparte, se negoció políticamente para imponer los vencedores una determinada paz a Francia y se estableció un nuevo equilibrio de poder en Europa, en el que España quedó relegada en el nuevo diseño internacional a un segundo plano perdiendo su condición de gran potencia.

Pero mientras dicho Congreso duró, entre el 23 de septiembre de 1814 y el 9 de junio de 1815, nadie se percató que los estados estaban arruinados, las economías hundidas, las familias destrozadas, las leyes habían dejado de cumplirse y se habían cometido atrocidades políticas sin par. De lo que si fueron conscientes los políticos fue de la necesidad de distraer y amenizar a tantos y tan variados invitados participantes en dicho Congreso después de sus duras jornadas laborales, y para ello no dudaron en designar un Comité de Fiestas para gestionar los entretenimientos oficiales, de tal manera que el cotilleo alrededor de las relaciones sociales se convirtió en la noticia por excelencia del Congreso, pues el tiempo del mismo se repartía entre el festejo en público y la negociación en secreto.

En el año 1931 y con el título El Congreso se divierte, una opereta alemana (obra teatral ligera o cómica, en la que los actores cantan, recitan o declaman alternativamente), reflejó todo lo relatado anteriormente acontecido en Viena. Pero la historia avanza sin detenerse y en nuestro Congreso de los Diputados, en su hemicirco (que no hemiciclo) los acontecimientos se desbordaron y la opereta por excelencia ayer dejó paso a la zarzuela que es un género más vivo que refleja, de forma teatral y divertida, el cúmulo de todo lo español: sus personajes, fiestas, costumbres, anécdotas y literaturas.

Una zarzuela cuyo guión supera cualquier opereta francesa o alemana: empezando por el bebé de Carolina Bescansa, hasta las lágrimas de un Pablo Iglesias aclamado por sus seguidores en plena carrera de San Jerónimo, pasando por las innovadoras y largas fórmulas de juramento del cargo empleadas por los 69 Diputados de Podemos, prosiguiendo con los abrigos que los ya emergidos se llevan al escaño no se los vayan a sustraer la “casta” y porque además no saben que hay un perchero a la puerta del hemiciclo, las bicicletas alquiladas en las que llegaron al palacio los más firmes defensores del ecologismo, e incluso la banda de música que acompañó al grupo de representantes valencianos (Compromís) al son de Paquito el Chocolatero.

Una madre, su Señoría, que carga con un bebé como reivindicación a la conciliación familiar obviando por un lado que de haberlo hecho un hombre hubiera sido más efectivo y por otro que en el Congreso de los Diputados existe una guardería desde 2006, que por cierto crea empleo digno a quienes en ella trabajan. Una madre, su Señoría, que exige además a los medios de comunicación que pixelen la imagen del niño por ser menor olvidando que con no llevarlo tenía, o es que ¿acaso lo llevaba a los debates de TV a los que acudió en la campaña electoral?. Ser feminista es algo más que hacer ostentación en busca de la foto fácil y además haciendo alarde de ello ante una inmensa mayoría de mujeres de este país que ni pueden llevar a sus hijos a su trabajo ni disponen de la facilidad de una guardería en el mismo.

Unos Diputados, sus Señorías, que acatan la Constitución en variadas y esperpénticas fórmulas rozando el ridículo, que van desde la promesa de incumplirla “trabajando para cambiarla”, pasando “per la fraternitat entre els pobles, porque fueron somos y porque somos serán”, reivindicando “un país con su gente” porque no va a ser con la de otro, prometiendo “trabajar para mejorar las condiciones socio-laborales y trabajadoras de la Guardia Civil, la Policía y el Ejercito” o “para que Madrid vuelva a ser la capital de la igualdad y la fraternidad del país”.

Alguien debería explicar detallada y pausadamente a sus Señorías (ellas y ellos) en un lenguaje llano, claro, sencillo, ciudadano, popular y vanguardista la diferencia entre el acto legal, formal y serio de su toma de posesión y un espectáculo cutre y televisivo propio de república bananera. Explicarles que acatar la Constitución es algo que se debe hacer sin imperativo de ningún tipo, por convicción personal en la Democracia y para defenderla sin más de quienes la utilizan para sus demagógicos y populistas fines.

Muchos de los que gritaban en las calles “no nos representan” son ahora nuestros representantes en esas Cortes que ayer se constituyeron, asalariados ya del sistema que denigran y denostan, y ni deben ni pueden olvidar que representan a todos los españoles con independencia que les hayamos votado o no, pues corren en caso contrario el riesgo que en un futuro no muy lejano les gritemos lo mismo.

“Quienes alcanzan el poder con demagogia terminan haciéndole pagar al país un precio muy caro”. Adolfo Suárez.

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