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La debacle de París

Alfonso J. López Torres

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Decía Vladímir Ilich Uliánov, más conocido como Lenin tras su época en la clandestinidad, que “el pacifismo y la prédica abstracta de la paz, son una forma de embaucar a la clase obrera para que esta no se rebele contra su opresor”.

Si como dice la mayor parte de la izquierda europea los actos terroristas de Francia de estos días son la consecuencia del uso y abuso que los países occidentales han hecho de algunas naciones a las que se ha esclavizado y explotado como meros productores de recursos para otras naciones y esta es su respuesta, deberíamos llegar a la conclusión que Lenin se equivocaba.

El horror de París lamentablemente, nos guste o no, va a traer consecuencias en Europa y en el resto del mundo occidental. Durante décadas hemos cerrado los ojos y mirado hacia otro lado evitando y dilatando una guerra en ciernes, dejando que falsos principios pacifistas y religiosos socaven nuestra civilización debilitándola al tiempo, y negándonos a asumir las responsabilidades políticas para evitarlo, porque nuestra sociedad es esclava de una mal entendida, correcta y farisea opinión pública.

Los populismos de izquierdas ya comienzan a culpar y a demonizar a Europa, al capitalismo y a nuestras democracias, no dándose cuenta lamentablemente que es precisamente el proyecto europeo la única garantía y el freno que nos protege de la barbarie de los nacionalismos irracionales y del islamismo radical y que es precisamente por eso por lo que atentan contra los símbolos de nuestras libertades.

De lo que no se dan cuenta con tales movimientos es que con casi toda seguridad, llegará el fin del Tratado de Schengen y el comienzo del control estricto de las fronteras; se reducirá la libertad de circulación y posiblemente tras ese bloqueo de los flujos migratorios espontáneos o forzados, empiecen las verdaderas hostilidades apremiadas por la desesperación que los falsos pacifismos no conseguirán evitar.

Cuando el enemigo es hijo de tu propio país, cuando el que da la orden es tu vecino que vive, convive y comercia en tu barrio, cuando a alguien no le importa morir como un mártir en el mismo restaurante en el que ayer cenó a tu lado queda meridianamente claro que esta no es la guerra de los ejércitos, sino que es un tumor maligno que no esta definido aún y para el que no tenemos dispuestas las técnicas quirúrgicas para extirparlo. Tendremos mientras tanto que aprender a sufrir situaciones de terrorismo y violencia con cierta frecuencia y mientras encaminamos la respuesta ordenada y consensuada, tratar de sofocarlas al máximo con información, con libertad y con respeto a los derechos humanos, pero sobre todo intentando no desfallecer en el intervalo, ya que esa sería la gran victoria del infiel: imponer en el corazón Europa sus modelos vitales.

Llegada parece la hora de que los países que lideran el mundo occidental y realmente libre actúen de forma unida y decidida, pero ya contundente, para evitar la barbarie que cíclica y prácticamente de forma y manera impune llevan a cabo desalmados organizados en nombre de una religión contra el resto del mundo y su civilización. Tal decisión significará guerra, y una guerra significará expulsiones, invasiones, movilizaciones, sacrificios, muerte y pobreza, pero habrá que sopesar si debemos tomarla para preservar el mundo moderno.

Somos privilegiados y dolientes espectadores del fin de una época y del de un proceso histórico y social que conllevará desorden y desconcierto, y al tiempo del comienzo de otro que está forzando, nos guste o no, el cambio de las estructuras de la Europa tal y como las conocimos hasta ahora, ante la mirada impasible e impávida de gobiernos incapaces que deben dejar de ser meros testigos de este desbarajuste para comenzar sin dilación a actuar para remediarlo.

Francia, la patria de los filósofos descreídos como Voltaire, que en referencia a la Matanza religiosa ocurrida en 1572 en París luego extendida a todo el país afirmó que “el ejemplo más horrible del fanatismo que ofrece la Historia fue el que dieron los habitantes de París en la noche de San Bartolomé, destrozando, asesinando y arrojando por las ventanas a sus conciudadanos que no iban a misa” parecía premonizar lo sucedido estos días, pues no en vano éstos filósofos creían firmemente que la tolerancia se convierte en crimen cuando tolera el mal.

No todo vale para avanzar en el progreso humano en busca de la liberación. Evitemos pues, sacrificar los modelos sociales de nuestras democracias y de nuestra Civilización occidental, pero tampoco renunciemos a actuar con contundencia si fuere preciso o sufriremos más veces y más cerca.

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