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Al final no pude aplaudir

Carlos Castañosa

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Jueves 16 de febrero de 2017; hotel Contemporáneo. Santa Cruz de Tenerife; hora: 19.00. Invitado a la conferencia Euskadi y Canarias, en la encrucijada del Estado español, impartida por el presidente del PNV, Andoni Ortuzar.

Me pareció una disertación de alto nivel por la preparación y calidad dialéctica del señor Ortuzar, que, al parecer, vino aquí a dar una clase magistral sobre soberanismo a los partidos canarios en cuyas siglas o ideario figura la N de nacionalista.

Acudí abierto de mente, interesado y propicio a la empatía, pues por razones geográficas, que no históricas, me siento afín y afecto -con la admiración y respeto que también requiero para mí- a ese norte con clima duro, pero de paisajes feraces y paisanaje amable, en general, por sus valores morales.

Me pareció interesante el discurso político del presidente del PNV, por su tenor moderado y aparentemente conciliador, sobre su proyecto independentista y el intento de promocionarlo por estas latitudes.

Consiguió su objetivo por la ovación final. Pero, como espectador neutro y por un exceso de atención a los matices, no pude participar del aplauso generalizado porque me quedé ensimismado en algún pasaje que para los demás pasó desapercibido. Porque distinto es ver las cosas como se desea que sean, en contra de la realidad objetiva que dicta el sentido común. Detalles insignificantes, pero con mucho peso específico para quien no tenga más interés que escuchar solamente lo que oye.

El primer toque llamativo lo recibí cuando el conferenciante aludió a Navarra como una prolongación de Euskadi. Lo percibí como una tergiversación de la historia y una falta de respeto hacia los navarros, que, igual que con el reino de Aragón, tanto catalanes como vascos, las dos actuales comunidades autónomas, extrañamente declaradas como “históricas”, en sus orígenes solo fueron condado y adlátere de dos reinos verdaderos y consolidados.

El siguiente motivo de reflexión me lo indujo una pregunta del público en el coloquio sobre la posible configuración de un Estado federal. Como canario me sentí ofendido en el sentido siguiente: el ponente alegó la inconveniencia de dicha fórmula política por razones de “simetría”, según definición de federalismo que implica lo de “todos iguales”. Que, claro, “en la España actual -adujo- no todos somos iguales. Pues hay catalanes, vascos, extremeños y andaluces”…

Como que no tenemos nada que ver unos con otros. Sobre todo por razones económicas... Venir a decirnos esto aquí, en Canarias, la comunidad más deprimida y a la cola de todas las estadísticas de pobreza, marginalidad, precariedad laboral, sanidad tercermundista, educación bajo mínimos…, me pareció un insulto desde la perspectiva prepotente de políticos vascos que saben explotar los recursos del Estado español, aprovechando al máximo las competencias transferidas al favor exclusivo de sus supuestos derechos e intereses. No como aquí…

Y, por último, el titular que más ha trascendido en la prensa local: “Que, como Canarias fue colonizada, tendría derecho a propiciar hoy un proceso de descolonización contra España”. Un punto que no deseo comentar.

No obstante, debo repasar cómo iberos y celtas fueron colonizados por romanos; que también anduvieron colonizando la península fenicios y cartagineses; que luego fueron los visigodos, que después los árabes, y si nos descuidamos, Napoleón nos tendría ahora cantando la marsellesa. Todas las fronteras de todos los países se han diseñado a partir de conquistas, invasiones, guerras, victorias y derrotas. Sacar de su contexto cronológico hechos históricos para aplicarlos tendenciosamente a la realidad actual parce una trampa para cazar a los más ingenuos o a los menos instruidos.

Otro presunto renuncio detectado en el brillante orador: en un alarde de interpretación histórica, adjudicó el éxito español de la guerra de la independencia al duque de Wellington, que -dijo- fue quien en verdad venció a los franceses en Vitoria. De verdad que lo siento por las gestas gloriosas de, por ejemplo: los sitios de Zaragoza y Gerona, de los generales Palafox y Álvarez de Castro, del alcalde de Móstoles, el general Castaños en Bailén y las cortes de Cádiz… La batalla de los Arapiles sí se la dejamos también al insigne noble irlandés… Parece que en las ikastolas la historia no sea una asignatura demasiado estricta.

Los sentimentalismos independentistas inspiran cierta ternura, pues se basan en emociones patrióticas que merecen mucho respeto. Sobre todo cuando se plantean como reivindicación pasional y necesitada del uso de razón e inteligencia, suficientes e imprescindibles, para poder expresar su viabilidad real.

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