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¿Y si toca?

César Martín

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Este año había pensado no gastarme los veinte dichosos euros en el décimo de Lotería de Navidad. Lo decidí cuando leí un interesante artículo que explicaba concienzudamente que hay más probabilidades de que saques 16 veces seguidas cara (o cruz según el lado que elijas) lanzando una moneda que de que te toque el premio gordo. Esto me abrió los ojos ipso facto, que con datos es más fácil tomar una determinación tan tajante. Además, tuve la santa paciencia de acometer una prueba empírica (sí, me vine arriba, cierto). Realicé varios lanzamientos con varios pesos y dimensiones, primero con una moneda de un euro y luego con otra de veinte céntimos, eso sí, calibradas previamente, atendiendo a su gramaje y dimensiones. Estudié la forma de tiro para que fuesen todas iguales y hasta busqué un espacio para que el aire circulante no tuviera efecto sobre el ensayo. Pero nada. Idéntico resultado: solo logré dos repeticiones en sendas tandas de lo que no se si es cara o cruz, porque la moneda europea es lo que nos ha dejado, un auténtico vacío en estas lides, que ya no se sabe qué lado corresponde a cada uno.

Muy felices me las prometía yo con este asunto, completamente satisfecho con todo mi proceso de investigación y discernimiento personal. Claro, que no me acordaba de mi cuñado y su tremenda afición lotera, que viene siendo lo más parecido a doña Manolita que conozco. Esta semana me mandó un wasap con la imagen del 53717 de la serie 104ª y fracción 8ª con la firme proposición de engancharme al ya tradicional intercambio de números de cada año, cuestión que tenía yo más que olvidada y que viene siendo lo más parecido a un pacto entre caballeros para que aumenten las posibilidades de que nos toque un alguito más que sea, o eso dice él.

En un primer momento pensé en mantenerme firme con mi experimento, e incluso pensé en explicarle el tema, mostrarle los datos, la estadística, el estudio de campo, el poder de la matemática, pero claro, luego pensé... ¿cómo negarme y permitir que, en el hipotético caso de que fuese ese uno entre 100.000, mi cuñado se ganase los 400.000 euros menos el 20% de impuestos del premio? Imposible. ¡Qué va! No, no, no, ni en broma. De solo pensar en ese instante en el que los niños del Colegio de San Ildefonso canten el cincuenta y tres mil setecientos diecisiete y resulte agraciado el puñetero número y yo no lo tenga y mi cuñado sí, ¡uff!, me baja un sudor frío por la espalda que quita, quita.

Así que he tenido que sucumbir e involucrarme en la tarea de buscar un décimo, o dos en este caso, que también lo he estudiado, vaya a ser que le regale el bueno a él y me quede con el chungo, ¡qué va! Total, que no solo 20 euros, sino que me veo invirtiendo los 40 euros con los que tenía pensado darme un homenaje en ilusión navideña. Nada, ¡qué le vamos a hacer! Otro año a concursar. Y al loro, que igual la semana que viene no escribo. ¡Hala! ¡Feliz Navidad!

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