Castro se sitúa justo en medio de la enorme masa urbana de San Francisco. La historia de este barrio no es muy diferente a la de otros lugares similares del mundo. Durante sus primeros años de existencia fue hogar recurrente de emigrantes de origen extranjero (escandinavos en este caso); después pasó por una época de decadencia y se llenó de otros emigrantes, sobre todo irlandeses, hasta que en los años 60 abrió un bar gay y un poco más tarde el mítico Harvey Milk subió la persiana de una tienda de cámaras fotográficas que fue aglutinando el naciente colectivo gay. Y todo cambió. Dicen que San Francisco se convirtió en la capital de la diversidad sexual de los Estados Unidos por una casualidad. Según parece, el Ejército norteamericano fue concentrando en la ciudad a los reclutas sospechosos de ser homosexuales durante las guerras de la segunda mitad del XX. Y aquí se fueron quedando muchos creando una de las comunidades más activas y combativas del mundo. Y ahí nació Castro, aunque faltaban aún muchos años para que la apertura de un teatro cambiara el nombre de lo que, hasta ese momento, se llamaba Eureka Valley.
El Teatro Castro (Castro, 429) es uno de los iconos más importantes del barrio. Un edificio de principios de los años 20 de un extravagante barroco colonial que ahora repone clásicos de la historia del cine. Y desde aquí, todo se concentra en el radio de unas poas manzanas: en la misma calle el Rainbow Honor Walk , un cruce de caminos multicolor que recuerda a los valientes de la diversidad sexual; el GLBT Historical Society Museum (18th Street, 4127), en el que se hace un repaso a los avatares históricos de los movimientos de la colectividad LGTB o las bonitas escaleras de la Calle Sánchez. Otro lugar por el que hay que pasar es por el número 575 de Castro Street. Aquí abrió Milk su tienda de cámaras fotográficas: hoy alberga la sede de una asociación de defensa de los derechos civiles.
Pero más allá de lugares históricos, grandes edificios o símbolos, Castro es un monumento en sí mismo. Un lugar repleto de vida y con una actividad comercial y cultural frenética. Un sitio que exhala orgullo en sus tiendas, sus restaurantes, sus centros de arte. Y todo ello sazonado con una buena dosis de esa arquitectura victoriana característica y los colores del arcoíris. Ya no se ve gente desnuda. Algunos habían convertido el derecho a ir sin ropa en una manera de hacer dinero fácil (de manera bastante desagradable y denigrante). Desde aquí a Twin Peaks hay apenas un paseo que atraviesa buena parte de Noe Valley, otro de los barrios residenciales elegidos por los hipsters para vivir y consumir a lo bestia. Las vistas desde las colinas gemelas son brutales. Merece la pena el esfuerzo de llegar hasta aquí.
El origen español de la ciudad .- La presencia de la huella española en San Francisco es residual más allá del propio nombre de la ciudad y su peso en la historia de aquella California hispana de hace dos siglos. En toda esta parte de la costa, la corona estableció una red de 21 misiones que debían ser el germen de las futuras ciudades y pueblos. La Misión de San Francisco de Asís se fundó en 1776 con este propósito. Junto a la nueva basílica (de 1906) aún puede verse la iglesia primitiva levantada a finales del XVIII por los propios misioneros y los nativos. También el cementerio es de esa época y en él reposan los restos de los primeros pobladores de la ciudad (religiosos e indígenas).
Mission es el barrio latino de la ciudad. Aquí vas a encontrar multitud de locales de cocina mexicana y tiendas que se aglutinan en 18th y Valencia Street, las dos arterias comerciales y gastronómicas del barrio. La calle más bonita es Dolores, cuajada de antiguas casas victorianas y que desemboca en Mission Dolores Park, bonito para descansar de día pero poco recomendable de noche.
Los últimos hippies de Haight Ashbury .- la configuración urbana de San Francisco dominada por las colinas que se suceden creando valles que pierden el ‘contacto visual’ con otras partes de la ciudad. Una de las colinas más prominentes es la de Buena Vista, otro de los muchos oasis de vegetación que salpican la interminable sucesión de calles y avenidas atiborradas de casitas pequeñas. Haight Ashburi queda ahí atrás encajonado entre Buena Vista y el arranque del enorme y precioso Golden Gate Park. Aquí cada colectividad tiene su espacio: como si cada forma de entender la vida tuviera su espacio específico y su barrio exclusivo. Aquí viven los últimos hippies de la ciudad. Y se nota.
El vecindario es una verdadera explosión de color. Las casas victorianas alcanzan aquí una variedad cromática que supera con mucho a la sobriedad elegante de las Damas Pintadas. Pero el resultado es sublime. El centro neurálgico del barrio se encuentra en la confluencia de las dos calles que dan nombre al barrio (obviamente Haigt y Ashbury), donde se encuentran algunas de las imágenes más paradigmáticas del barrio (incluidas esas voluptuosas y gigantesas piernas de mujer que emergen de la fachada de una de las muchas casas históricas). En torno a este cruce de caminos se concentran las tiendas de ropa vintage y los restaurantes que te permiten dar una vuelta al mundo en el lapso de un par de manzanas. Jimmy Hendrix vivió ahí mismo, en una casa situada a escasos metros del cruce. Tras los hippies llegaron los ‘pijos’ de la generación beat. La estética de los 70 se mantuvo, pero los dólares empezaron a circular a espuertas. Pero aún así conserva gran parte de ese espíritu hippie.
Fotos bajo Licencia CC: Mitch Altman; Mike McBey; Steam Pipe Trunk Distributio; Allie_Caulfield; Gildardo Sánchez; Francesco Tortoli; Jodie Wilson