El Grupo de Trabajo Desmemoriados está compuesto por personas comprometidas con la construcción y la preservación de la Memoria Colectiva de Cantabria. Desmemoriados trabaja de forma abierta y plural en proyectos que ayuden a difundir el legado común de la lucha por una sociedad digna, y aporta herramientas metodológicas y tecnológicas para la conservación y divulgación de las voces y los elementos documentales que conforman la memoria colectiva de Cantabria.
Desmemoriados aborda así proyectos concretos de recuperación, conservación y difusión de esa memoria así como alimenta y comparte una base de datos de acceso público con fotografías, documentos, testimonios, pegatinas, carteles… que documentan, siempre de forma incompleta, la trayectoria social y política desde la II República hasta los años 90 del siglo XX.
Tres historias en un billete: Sobre la caída de la Guerrilla Azaña
En este billete se encierran, al menos, tres historias: la propia del billete, la del sello y la del texto manuscrito en el margen escrito durante la posguerra española
Cuando Aris Rosino mostró el billete de cinco pesetas que aparece en la imagen se nos plantearon con prontitud algunas preguntas relacionadas con el texto y las marcas añadidas, así como con la peripecia que debió experimentar quien lo efectuó. Y, ya se sabe, la curiosidad hizo el resto.
Hasta la Guerra Civil, los billetes de menor valor eran los de 5, 10 y 25 pesetas. Sin embargo, los gastos habituales del día a día eran inferiores a 1 peseta y se cubrían con monedas. La escasez de metales durante la contienda obligó tanto al Gobierno republicano como al franquista a la emisión de billetes para sustituir a la moneda sonante. Se denominaron “billetes divisionarios”, con valores de 50 céntimos, 1, 2 y 5 pesetas. Su uso se generalizó en las transacciones cotidianas [1].
El billete de 5 pesetas al que nos estamos refiriendo empezó a circular en plena Guerra Civil en la zona ocupada por las tropas franquistas. Se autorizó la emisión por el “Gobierno de Burgos”, el 10 de agosto de 1938, y se encargó la impresión a la casa alemana Giesecke y Devrient por la falta de papel y de tintas adecuadas en las imprentas de la zona franquista. De este billete llegaron a circular 112 millones de ejemplares hasta que, a mediados de los cincuenta, la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre tuvo la capacidad de poderlos sustituir por monedas metálicas [2].
Respecto al sello estampado en el billete, se tenía conocimiento de su existencia por un documento remitido por el gobernador de Burgos al director general de Seguridad, que indicaba que, tras la desarticulación de la Guerrilla Azaña, se descubrieron las cuevas en que se habían refugiado, y en ellas, además de armamento, aparecieron “un sello y tampón con el emblema de la cuadrilla” [3]. Sin embargo, hasta el descubrimiento de este billete no lo habíamos visto impreso sobre ningún documento.
La Guerrilla Azaña fue un grupo formado por soldados republicanos que resistieron en los montes del sur de Cantabria tras la caída de la Provincia en manos de los sublevados, en agosto de 1937. La mayoría de sus miembros eran oriundos de esa zona. No era muy corriente que los grupos de huidos en fechas tan tempranas se autodenominaran Guerrilla. Lo habitual fue que este nombre lo adoptaran tras la Guerra Civil, ya en los años 40. Hasta ese momento, la mayor parte de los soldados que escaparon de la represión franquista decidieron pegarse al terreno a la espera de ver cómo evolucionaba la guerra, que aún no estaba perdida.
La creación de la Guerrilla Azaña se enmarca dentro de la iniciativa del bando republicano de organizar grupos con la misión de dificultar los movimientos del ejército franquista y, si finalmente se producía la derrota, poder proseguir el combate mediante unidades irregulares. Los orígenes se encuentran en la creación del Servicio de Inteligencia Especial Periférico (SIEP) dedicado al espionaje, en diciembre de 1937, y, sobre todo, ya en mayo de 1938, con Juan Negrín, que además de presidente del Gobierno ocupaba la cartera de Defensa, al XIV Cuerpo de Ejército Guerrillero [4]. El testimonio de Daniel Peral apunta en este sentido:
La Guerrilla Azaña, liderada por Juan Gil del Amo, conocido por “el hijo del practicante de Carabeos”, y por Santiago Fernández Corral, también vecino de esa localidad, al que se le cita por el apodo de “Ramplín”, estaba formada por unos 10 hombres. Juan Gil del Amo tenía doble militancia (en Izquierda Republicana y en la CNT). Cuando los militantes republicanos se afiliaban a un sindicato evitaban hacerlo a la UGT, dada la tradicional vinculación al Partido Socialista Obrero Español, por lo que se inclinaban hacia el sindicato anarquista, que no requería ninguna lealtad partidista a sus militantes. La militancia en Izquierda Republicana justificaría también que denominaran al grupo como el líder de su partido, que a la vez era el presidente de la Republica Española, Manuel Azaña Díaz.
Sus primeros refugios se ubicaron en cuevas en los alrededores de Los Carabeos, desde donde extendieron sus acciones hacia las zonas de Campoo y Valderredible. En el verano de 1940, la presión que ejerció la Guardia Civil sobre dichas zonas y sobre las familias de los guerrilleros les obligó a trasladar su refugio hacia el monte Hijedo. A partir de ese momento, dirigieron sus operaciones también hacia el norte de Burgos.
En este punto debemos fijar la atención hacia el texto manuscrito sobre el billete. El autor del escrito fue Francisco Entrena, que según el testimonio familiar había recibido el billete de “un tal Juanito”, al que podemos identificar fácilmente con Juan Gil del Amo, como reconocimiento por haber llevado a los guerrilleros un cargamento de víveres.
En aquellos momentos Francisco tenía 17 años. Era oriundo de Navarrete y había pasado varios veranos regentando como encargado la bodega que su padre tenía en Santelices, lugar estratégico por la proximidad al tren de la Robla y al del Santander-Mediterráneo, que les comunicaba con Burgos y les facilitaba la comercialización. Distribuían el vino que cosechaban de sus viñas de Navarrete y compraban patatas de siembra que luego llevaban a La Rioja para vender. Francisco frecuentaba la Fonda Áurea López, donde -no queda claro cómo- trabó relación con los guerrilleros cuando estos bajaban a comer o a abastecerse de provisiones. Siempre que se refería a ellos lo hacía desde la consideración de que eran buenas personas, y por ello no dudó en acceder a su encargo y mantener posteriormente el silencio, solo roto en el ámbito familiar.
En un momento que no podemos precisar, Francisco escribió sobre el billete: “1 de julio de 1941 mando en Paño”. El relato familiar que se ha conservado no explica el sentido del texto, por eso hemos de recurrir a otras vías para comprenderlo. Esa noche, según la documentación del Archivo General de la Administración, diez miembros de la Guerrilla Azaña penetraron, primero en el pueblo de Pedrosa y posteriormente en el de Santelices, para asaltar las casas de personas vinculadas al Régimen, entre ellas la del alcalde de la Merindad de Valdeporres y jefe de Falange, Venancio Guerra. Pero nos queda por aclarar lo de “mando en Paño”, que no hace referencia a una expresión militar, sino al lugar dónde Francisco entregó su cargamento: en los montes de Paño, próximos a Santelices, donde Juanito y sus compañeros debían tener un refugio.
La historia que el billete no cuenta, y quizá sea el motivo por el que Francisco hizo la inscripción en él, es la que ocurrió al día siguiente. El 2 de julio, en Ahedo de las Pueblas, se interrumpió de forma abrupta la trayectoria de la Guerrilla Azaña.
Los caídos en Ahedo de las Pueblas fueron Juan Gil del Amo, Manolo, Joaquín, Florentino Albillo Picado alias “Teruel” y una quinta persona de la que no ha quedado constancia [7]. Los detenidos fueron juzgados y ejecutados en apenas una semana. Ceferino Albillo Picado, Ursicinio Gutiérrez Allende, Gregorio Rodríguez Ramos y Antonio Elvira de Hoyos fueron fusilados en la Prisión Central de Burgos en la madrugada del día 8 de julio de 1941.
Francisco Entrena, un hombre de derechas de toda la vida, conservó el billete en su cartera durante décadas, quizá esperando encontrar a una persona que pudiera valorar la importancia de conservar y trasmitir las historias que encerraba. Esta persona fue Cersar Rosino, su yerno, quien por medio de su hijo fue capaz de que este relato no se quedara atrapado en el tiempo.
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