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El Grupo de Trabajo Desmemoriados está compuesto por personas comprometidas con la construcción y la preservación de la Memoria Colectiva de Cantabria. Desmemoriados trabaja de forma abierta y plural en proyectos que ayuden a difundir el legado común de la lucha por una sociedad digna, y aporta herramientas metodológicas y tecnológicas para  la conservación y divulgación de las voces y los elementos documentales que conforman la memoria colectiva de Cantabria.

Desmemoriados aborda así proyectos concretos de recuperación, conservación y difusión de esa memoria así como alimenta y comparte una base de datos de acceso público con fotografías, documentos, testimonios, pegatinas, carteles… que documentan, siempre de forma incompleta, la trayectoria social y política desde la II República hasta los años 90 del siglo XX.

Página web: www.desmemoriados.org

Propaganda subversiva: la palabra escrita como arma de lucha antifranquista

Fue habitual en los años sesenta y setenta el empleo de multicopistas en la producción de propaganda.

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La propaganda política clandestina fue uno de los ejes fundamentales de los partidos y movimientos antifranquistas desde el inicio de la dictadura, cobrando una especial relevancia durante el tardofranquismo para difundir sus ideas, objetivos y reivindicaciones y conectar con el conjunto de la sociedad. El trabajo de dos militantes cántabros, Emilio Rodríguez y Julio Soto, responsables del aparato de propaganda del PCE (Partido Comunista de España) y del PTE (Partido del Trabajo de España), fue decisivo para que estas palabras prohibidas y proscritas salieran a la luz.

Desde el inicio de la dictadura, la producción y difusión de propaganda clandestina fue una actividad preeminente y destacada de los movimientos que lucharon contra la dictadura. La expresión “aparato de propaganda” hace referencia a un conjunto de medios personales, organizativos y materiales puestos al servicio de estas tareas, del que se puede afirmar que fue el corazón de las organizaciones antifranquistas. El resultado de este trabajo, la impresión de material muy diverso (libros, revistas, boletines, comunicados, panfletos, octavillas, pegatinas, carteles, etc.), resultó trascendental, como señala Jesús A. Martínez [1], en tres aspectos: primero, organizativo, ya que, al recoger y fijar las líneas ideológicas y de actuación de los movimientos insurgentes, otorgaba unidad y cohesión a su organización y funcionamiento; segundo, didáctico y pedagógico, pues este material era un recurso básico para la formación política, doctrinal y táctica de sus militantes y cuadros; y, tercero, divulgativo, al posibilitar la difusión y el proselitismo, extendiendo, más allá del ámbito de la oposición antifranquista, sus ideas y dando a conocer a una ciudadanía desinformada y silenciada, acontecimientos relevantes de la actualidad política y social, nacional e internacional, con el objetivo de concienciarla y movilizarla.

Las palabras clandestinas desafiaron al régimen franquista, que reaccionó desplegando con fuerza un conjunto de medidas legales, policiales y judiciales de carácter represivo con las que pretendía fulminar por cualquier medio a la disidencia, utilizando el mantenimiento del orden público como argumento que legitimara la barbarie de sus actuaciones. La Ley para la Seguridad del Estado de 1941 impuso penas de reclusión por la impresión, difusión o la simple tenencia de propaganda ilegal; en el mismo sentido se expresaban el Código Penal de 1944 y la Ley de Orden Público de 1959. En el año1963, ante el crecimiento de la contestación a la dictadura y el desbordamiento de las causas por subversión, se creó el Tribunal de Orden Público, que a partir de entonces y hasta 1973, juzgó y condenó, entre otros, los delitos de propaganda ilegal.

La producción de propaganda había experimentado una transformación sustancial en los años 60. Durante las primeras décadas de la dictadura, debido a la escasez de medios materiales, el material propagandístico se producía fuera de España, fundamentalmente en Francia, y era posteriormente introducida de forma encubierta. En los 60, con la mejora de la coyuntura económica del país, mejoraron igualmente las condiciones para el acceso a tinta, papel y maquinaria de impresión, lo que posibilitó que la edición de los escritos pudiera realizarse clandestinamente en el interior. A partir de este momento, la producción de propaganda pasó a ser la actividad más importante de los grupos disidentes, al tiempo que se convertía en el principal objetivo de las autoridades del régimen, conscientes de que, si caía el aparato de propaganda, las organizaciones antifranquistas recibían un golpe del que sería muy difícil recuperarse. Por este motivo, esta era la tarea más secreta, (la ubicación de la maquinaria para imprimir y la identidad del impresor era sólo conocida por dos personas en toda la organización: el que asumía el cargo y el que lo sustituiría en caso de ser descubierto), así como la más arriesgada, peligrosa, y la que mayores sacrificios personales implicaba.

Desmemoriados tuvo la oportunidad de entrevistar a dos activistas que tuvieron a su cargo, en los últimos años de la dictadura, el aparato con el que se imprimía el material propagandístico del PCE y el PTE en Cantabria. Conocer de primera mano su experiencia ha sido de enorme utilidad para comprender mejor y aproximarnos a las formas de organización y funcionamiento de las organizaciones antifranquistas a las que pertenecieron, así como explorar las implicaciones que esta parte del trabajo clandestino en concreto tuvo, tanto en la contienda por derribar la dictadura como en las vidas de quiénes lo llevaron a cabo. 

En Cantabria, los partidos de izquierda que con mayor protagonismo combatieron el régimen franquista en su última etapa, también denominada tardofranquismo, fueron el PCE y el PTE. A pesar de sus diferencias ideológicas (el PCE provenía de la tradición marxista-leninista y el PTE del marxismo-leninismo y del maoísmo), presentaban similitudes en su organización interna: ambos estaban dotados de una estructura organizativa jerárquica y centralizada; las órdenes emanaban de los cuadros directivos nacionales a los regionales, y de allí a los grupos locales más pequeños, denominados “células”, integradas por un máximo de diez personas. La clandestinidad exigía el más absoluto secreto acerca de quiénes eran los militantes en activo, motivo por el que éstos adoptaban un alias o “nombre de guerra”, que preservaba su verdadera identidad, conocida por muy pocos, en caso de que algún miembro pudiera ser arrestado y duramente torturado para conseguir que delatase a sus compañeros de partido.

Dado el excepcional contexto en el que se desenvolvía la disidencia, la disciplina y la obediencia, así como un gran sentido de la responsabilidad, del deber, el trabajo y el sacrificio, eran valores imprescindibles para los militantes, una protección frente al miedo y al desánimo. Los activistas antifranquistas percibieron la lucha contra la dictadura como un deber inexcusable, un imperativo ético que no podían ni querían eludir, producto del momento histórico en el que se encontraban inmersos. Sentían que luchar por la libertad, la justicia y la democracia en España, derribando la dictadura, formaba parte de su destino; no podían ser indiferentes ni mirar a otro lado. Por ello, aceptaron sin vacilar las terribles condiciones de la clandestinidad y antepusieron el interés colectivo al interés individual, tomando decisiones que afectaron no sólo a sus vidas presentes sino también a su destino futuro, ya que muchos de ellos abandonaron sus estudios, arriesgaron su integridad física, su libertad e incluso su propia vida.

Emilio Rodríguez, nació en 1944 en el seno de una familia de izquierdas, de ideología comunista y socialista, que sufrió la represión y el exilio en los primeros años de la dictadura.  Su padre estuvo encarcelado diez años y un tío, Emilio, hermano de éste, 26 años. El resto de la familia quedó desmembrada después de la guerra por la diáspora forzosa de sus miembros, que huyeron y se establecieron definitivamente en Francia, Checoslovaquia y Canadá. Todos estos acontecimientos tuvieron un impacto decisivo en sus ideas y en su comportamiento político, pues de forma muy temprana, con sólo quince años, comenzó a militar, primero en las Juventudes Comunistas y después en el PCE. La figura más relevante en su politización fue su tío Emilio, militante comunista que había estado encargado del aparato de propaganda del PCE, con el que asistió a una reunión de mineros en huelga en la Camocha (Gijón) en enero de 1957. Este acontecimiento fue un hito en la historia del movimiento obrero de España, pues de ella surgió la primera Comisión Obrera; y para el jovencísimo Emilio Rodríguez una experiencia determinante que actuó como un punto de inflexión en su vida, por cuanto, acto seguido y a través de su tío, se incorporó a la lucha antifranquista, en las Juventudes Comunistas, dando inicio a una larga carrera de activismo y compromiso. 

¿En qué momento y en qué circunstancias se hizo cargo Emilio Rodríguez del aparato de propaganda del PCE? Para contestar a esta pregunta tenemos que situarnos en noviembre del año 1968, mes en que el aparato represor del régimen despliega una operación policial masiva en toda la provincia de Santander, en la que se produjeron tal cantidad de detenciones que el PCE y las CCOO quedaron en ese momento prácticamente desestructurados; de ahí que fuera conocida como la caída del 68 (Argos y Gomez, 1982)[2]. Uno de los golpes más duros de esta operación fue la incautación del aparato de propaganda y la detención de su responsable, Veridiano Rojo, en cuyo domicilio se encontró la multicopista. Inmediatamente Emilio Rodríguez lo sustituye y se hace cargo del aparato, labor que desempeña de forma ininterrumpida hasta el año 1972, cuándo, ante el riesgo inminente de ser detenido, huye hacia Suiza, donde permanece tres años. Entre 1968 y 1972 se dedicó de forma exclusiva a imprimir la revista Mundo Obrero y todo tipo de documentación y propaganda (pasquines, octavillas, panfletos, etc.). 

Como se ha mencionado anteriormente, la enorme trascendencia de esta actividad para el funcionamiento del partido obligaba a que se guardase un estricto secreto sobre dónde estaba ubicada la multicopista y quién era el que imprimía la propaganda. Hasta el punto que, como nos cuenta el propio Emilio, sólo lo conocían dos personas, como máximo: nosotros llegamos a tener aquí Secretarios Generales que no sabían dónde estaba […], no sabían dónde teníamos el aparato instalado. Es digno de destacar y de elogiar no sólo los riesgos asumidos por el responsable de la propaganda, sino también los sacrificios sobre suvida personal, que quedaba profundamente afectada por el desempeño de esta función. En el caso de Emilio, tuvo que dejar de participar directamente en las actividades del PCE y buscar una tapadera que le protegiera del descubrimiento, dando una apariencia de normalidad en su actividad cotidiana. Eligió ser presidente de una Asociación de Vecinos en Monte, lo que le permitía cierta libertad de movimientos. Era tal el secretismo de sus actividades que ni tan siguiera su familia conocía a lo que se dedicaba; tenía que inventarse excusas que justificasen sus frecuentes ausencias para imprimir clandestinamente. Emilio tuvo el aparato escondido en varios locales secretos que iban cambiando cuando dejaban de ser seguros; así, a la más mínima sospecha de que podía ser descubierto el aparato, se desmontaba y se volvía a montar en otra ubicación. Nos habló especialmente de un local situado en la planta baja de una casa en la calle Antonio Mendoza, dónde aparentemente se realizaban trabajos de carpintería. Cuenta que ponía la radio a tope y hacía ruido para disimular el que hacía la máquina de imprimir al arrancar; de este modo, trabajaba de forma habitual de domingo a miércoles para tener listo el jueves el Mundo Obrero para su reparto, y en cualquier momento podía ser requerido, de día o de noche, para imprimir todo tipo de propaganda. 

Julio Soto, nació en 1953 y se crio en una familia sin una adscripción ideológica ni antecedentes de compromiso político. Su proceso de socialización política adoptó otros rumbos. Con quince años comenzó a frecuentar junto con sus amigos un club juvenil gestionado por una parroquia progresista, que organizaba actividades de tipo cultural y lúdico, impregnadas de contenido social. Allí tuvo la oportunidad de conocer otras realidades y vivir experiencias en entornos desfavorecidos, lo que lo llevó a tomar conciencia de la pobreza y la injusticia. Su conciencia social se fue transformando en conciencia política, y durante el primer curso de universidad, contactó con estudiantes de la Joven Guardia Roja y el PTE y se afilió a este partido. El siguiente año continuó con sus estudios en Oviedo, donde siguió militando activamente en el PTE asturiano, hasta terminar la carrera en 1975. Al regresar a Santander, el partido le plantea a él y a su pareja hacerse cargo del aparato de propaganda en la entonces provincia de Santander. Hay que remarcar que en Cantabria el PTE no estuvo organizado hasta mediados de los setenta, por lo que fueron los primeros en asumir las tareas de propaganda en un partido que acaba de crearse en Santander.

Existen muchas similitudes en lo que estos dos activistas nos han contado sobre su experiencia, pero también alguna diferencia. Ambos coinciden en que la impresión de propaganda era la tarea más secreta, peligrosa y perseguida de toda la organización, y que, dada su relevancia para el movimiento antifranquista, exigía una extraordinaria precaución y medidas de seguridad. Las diferencias que hemos encontrado tienen que ver con el carácter, más o menos extremo, de las medidas de seguridad adoptadas por estos partidos, así como por la forma en que dichas medidas podían afectar y transformar la vida privada de los militantes. El PTE cuyos planteamientos ideológicos eran más radicales que los del PCE, exigía de sus militantes una férrea disciplina y una confianza y obediencia incondicional, que conllevaba asumir grandes sacrificios por el partido y la lucha antifranquista. Hay que tener en cuenta, además, que el PCE era una organización más grande, con mayor implantación, tanto a nivel nacional como regional, y estaba dotada demás recursos e infraestructura, en comparación con el PTE, que suplía sus carencias materiales con una entrega y dedicación total de sus integrantes. Por poner un ejemplo, la mayor parte de los fondos del PTE, según relata Julio, procedían de las aportaciones de unos pocos militantes, que entregaban prácticamente la mitad de su sueldo. 

Julio Soto en su relato de militancia antifranquista nos ha referido el enorme impacto que tuvo su nuevo cometido en el partido y las renuncias y sacrificios que conllevó, tanto para él como para su pareja, también militante, pues en este caso las responsabilidades del aparato de propaganda recayeron sobre los dos. Al aceptar el cargo, tuvieron que cambiar radicalmente su modo de vida, lo que implicó casarse por la iglesia, romper abruptamente las relaciones con sus camaradas de partido sin poder darles ninguna explicación, y adoptar unas costumbres convencionales, centradas en su trabajo como profesor en un colegio religioso y en su familia. La máquina de impresión se instaló en su piso, lo que les obligó a cuidar y mantener unas excelentes relaciones con el vecindario, con el objeto de no resultar sospechosos de “actividades extrañas”, para lo que resultaron determinantes las destacadas habilidades sociales de su mujer. La rutina de estos dos activistas era la siguiente: durante el día cada uno acudía con normalidad a sus respectivos trabajos, y por las tardes, y sobre todo por las noches, realizaban juntos las labores de preparación e impresión de la propaganda clandestina. Como él mismo cuenta:

Y acabé la carrera, y me vine para Cantabria; fue entonces cuando el partido nos plantea, a mí y a mi pareja, la tarea más gorda, que era montar el aparato de propaganda en Cantabria. Y claro, eso significaba que tenía que venir a vivir a Cantabria, y significaba cambiar radicalmente nuestro proyecto de vida. Porque, si vas a tener en tu casa la multicopista, y vas a ser el que produce los papeles, tienes que dar una imagen…, pues eso, en esos tiempos, de una persona conservadora, que se ajusta a las normas de convivencia razonables, que no va “con pintas”, que no lleva barba o, en fin, no lleva las trencas aquellas que llevábamos todos los rojos. Bueno, había que dar otra imagen, vida familiar, ese tipo de cosas. Entonces, yo estaba organizado en Oviedo, y el partido nos plantea […] que nos casemos, que montemos un piso y montemos el aparato de propaganda.

Durante el día lo dedicábamos a nuestro trabajo, una actividad normal; y cada dos por tres, que era más cada tres que cada dos, pues había que sacar, pues para mañana, diez mil hojas de no sé qué documento, o cientos de copias de un determinado libro, ¿sabes? Sacábamos hasta libros, y eso lo hacíamos por las tardes y, sobre todo, por las noches. Bueno, pues nuestra actividad era esa, cuando no había actividad política de esto, de hacer papeles, pues teníamos que dar una apariencia de normalidad, pues salíamos mucho con nuestros padres y con la familia de excursión, a comer, a pasear; se trataba de que se nos viera.

A través de estas dos experiencias de vida nos podemos hacer una pequeña idea del carácter y la naturaleza del compromiso militante de estos luchadores contra la dictadura durante el tardofranquismo, de su entrega, valentía y capacidad de sacrificio. Por ello, este artículo quiere rendir un homenaje a todas estas personas que generosamente lucharon por un futuro mejor para toda la sociedad y que, conscientes de los peligros y riesgos que conllevaba su actividad militante en esta época (detenciones, torturas, cárcel, exilio e incluso la muerte), los asumieron convencidos de que era lo que tenían que hacer. Un profundo sentido del deber y la responsabilidad se imponía sobre el miedo, ese tenaz sentimiento con el que convivían día a día, y minimizaba sus efectos paralizantes. 

[1] Jesús A. Martínez. (2023). Vietnamitas contra Franco. Letras perseguidas y espacios secretos. Cátedra.

[2] Argós Villar, J.C. y Gómez Díaz, J.E. (1982). El movimiento obrero en Cantabria. 1955-1977. Puntal Libros.

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El Grupo de Trabajo Desmemoriados está compuesto por personas comprometidas con la construcción y la preservación de la Memoria Colectiva de Cantabria. Desmemoriados trabaja de forma abierta y plural en proyectos que ayuden a difundir el legado común de la lucha por una sociedad digna, y aporta herramientas metodológicas y tecnológicas para  la conservación y divulgación de las voces y los elementos documentales que conforman la memoria colectiva de Cantabria.

Desmemoriados aborda así proyectos concretos de recuperación, conservación y difusión de esa memoria así como alimenta y comparte una base de datos de acceso público con fotografías, documentos, testimonios, pegatinas, carteles… que documentan, siempre de forma incompleta, la trayectoria social y política desde la II República hasta los años 90 del siglo XX.

Página web: www.desmemoriados.org

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