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Amparo gana a la soberbia

Amparo Pérez ya no está en la Vaguada de Las Llamas. Tampoco está su casa. Amparo ya no está. Ahora, las máquinas siguen ultimando la nada, lo innecesario, el gasto vacuo del desarrollo sin rostro.

Nos hemos quedado un poco más solos. Desolados por la dureza de la muerte inducida, acelerada, provocada, cruel. Pero, en medio del dolor, tengo una buena noticia: Amparo ha ganado la batalla. Se trata de una batalla que comenzó hace siglos, la de la dignidad frente a la miseria, la de la integridad moral, la de los nadie contra el poder, la de la razón frente a la soberbia.

En la eterna lucha entre los pueblos y los poderes fácticos, a veces tenemos la tentación de interpretar mal lo acontecido porque los aparentemente fuertes dejan huella física en las trincheras y los nadie prefieren hacer aportes al capital emocional y político. Solo los inductores de la tortura levantan monumentos a los torturadores, pero son los pueblos los que cuidan la memoria de los buenos.

Podría parecer que el Ayuntamiento de Santander ganó al derribar su modesta y digna casa justo cuando ella luchaba contra la muerte, sin la mínima sensibilidad humana, pero no ha sido así. Amparo ha logrado una doble victoria, al resistir hasta el último respiro y al mostrar el verdadero rostro de la institución y de su smart-líder, un autómata al servicio de la economía del despojo cuya soberbia le provoca graves afecciones a la escucha y la comprensión.

Gracias a Amparo, ahora los ciudadanos pueden obviar la publicidad maniquea de la ciudad que prospera en la frialdad de las infografías para ver sin maquillaje cómo se sigue jugando con nuestros recursos, con nuestros deseos y con nuestras necesidades. Gracias a Amparo, la soberbia del alcalde de Santander, Íñigo de la Serna, y de sus concejales de marras se ha visto expuesta al desnudo.

¿Soberbia? Sí, soberbia en estado puro que no les permite escuchar a la calle, a sus supuestos gobernados, al pulso real de los sentimientos colectivos. En política, los soberbios creen que las mayorías se cuentan con votos y no calculan el poder emocional de las resistencias y su influencia en las próximas urnas, donde las emociones pesan cada día más ante la ausencia de programas políticos serios. Los soberbios no permiten ninguna grieta en su pírrico pero sonoro argumentario. Por eso, responden cada carta crítica en los periódicos, confunden la necesidad vecinal de organizarse y defender su territorio con la 'plataformitis', minusvaloran el poder simbólico de resistencias como las de Amparo, se confunden y descartan que fuera de su burbuja pueda haber verdad.

La soberbia de la Alcaldía ha logrado que sus propios votantes duden, duden de la humanidad de unos gestores mediocres y peores políticos que siguen aferrados a una legalidad desgastada y a unas cifras vacías para avalar su sinrazón absoluta. Esa soberbia ha sido la que ha provocado la irrupción de nuevos partidos que amenazan su hegemonía. Ha sido la sordera, fruto de la soberbia, la que ha impedido al Partido Popular, en unos territorios, y al PSOE, en otros, ceder ante la presión de las calles y escuchar esas clamorosas voces. Como las calles les parecieron minoritarias, ahora el asalto a su soberbia se producirá en las urnas.

Es lo malo de saber mucho de ingenierías y poco de historia. Fueron cuatro gatos los que comenzaron la independencia de Estados Unidos, unas decenas de miles las que tumbaron al dictador egipcio, una mayoría silenciosa la que votó 'No' a Pinochet.

Si nuestros políticos son tan poco ejemplares, los pueblos suelen aferrarse a los pequeños e individuales ejemplos de dignidad, como los de Amparo, para levantarse de la postración y hacerse escuchar ante los sordos.

A la ciudad oficial inteligente, hoy, le siguen faltando corazón, pero gracias a Amparo y a decenas de vecinos que se resisten a la soberbia del poder, a la ciudad real le sobran los ejemplos. Gracias Amparo, te quedas en nuestra memoria colectiva, alimentas nuestras ganas de volver a ser.

Amparo Pérez ya no está en la Vaguada de Las Llamas. Tampoco está su casa. Amparo ya no está. Ahora, las máquinas siguen ultimando la nada, lo innecesario, el gasto vacuo del desarrollo sin rostro.

Nos hemos quedado un poco más solos. Desolados por la dureza de la muerte inducida, acelerada, provocada, cruel. Pero, en medio del dolor, tengo una buena noticia: Amparo ha ganado la batalla. Se trata de una batalla que comenzó hace siglos, la de la dignidad frente a la miseria, la de la integridad moral, la de los nadie contra el poder, la de la razón frente a la soberbia.