Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Eurofollón
Creí que el núcleo informativo del fin de semana se estructuraría en torno al congreso de Podemos en Vistalegre, con Iglesias y Errejón disputándose el poder; o si no entre los populares, que tenían un interesantísimo debate abierto en torno a si su logotipo es una gaviota o un charrán.
Pero temas tan fascinantes se vieron ensombrecidos porque lo verdaderamente interesante pasó en la designación de nuestro representante para el festival de Eurovisión que, este año, tendrá lugar en Ucrania.
Me parece que así, casi sin quererlo, me estoy convirtiendo en un eurofan, porque ésta es la segunda vez que escribo sobre el festival, pero es que cada vez que leo o escucho algo en torno a este asunto, la columna me la dejan a huevo.
Seguramente está ya muy próximo el renacer de Eurovisión porque ha caído tan bajo y está tan enfangado, que ya no puede sino rebotar hacia arriba. Desde las famosas votaciones en las que ya ni siquiera necesitamos a Uribarri para saber que Moldavia votará a Rumanía y Finlandia a Laponia, el nivel de emponzoñamiento comienza a manifestarse ya antes, incluso, de que comience el festival.
En el concurso previo para resolver quién representará a España, vi al pobre Jaime Cantizano pasar el peor rato de su vida mientras el público asistente gritaba un tongo-tongo que le hizo pasar más vergüenza (aún) que cuando presentaba '¿Dónde estás corazón?'. Seguro que, al finalizar la votación, añoró aquellas noches de vino y de rosas con María Patiño, Jesús Mariñas y Chelo García Cortés.
Por si no lo vieron, les contaré que -¡oh sorpresa!-, las votaciones del público terminaron en empate entre dos de los candidatos, de modo que el jurado, compuesto por tres miembros, debía elegir al vencedor final, entre el bochorno de los gritos del público, que se inclinaba por una tal Mirela.
Sin embargo, fue el otro finalista, Manel Navarro, el elegido por los “expertos” y, en su alegría, tuvo un recuerdo hacia los espectadores mediante un televisivo corte de mangas que desmentía las palabras melindrosas con las que se dirigió al (no del todo) respetable.
La canción es tan mala como cualquiera de las demás e incluso tan mala como las que sonarán el próximo 9 de mayo en Kiev, pero lo asombroso es el impacto mediático que adquiere año tras año el festival a causa de sus follones.
No estoy del todo de acuerdo con el bueno de Errol Flynn cuando decía aquello de “lo importante es que hablen de mí, aunque sea bien” y lo cierto es que Eurovisión es puro espectáculo televisivo gracias a sus líos. Desde el pobre Daniel Diges, horrorizado mientras un espontáneo le jodía la oportunidad de su vida, hasta el eurovacile del chiki-chiki, pasando por la filosófica Nuria Fergó: “Nos tienen manía, que les den por el culo”.
Y lo bueno del caso es que el festival no carece, en sí, de un buen motivo para existir; es una de las pocas cosas que los europeos casi hacemos juntos. La otra es ver la Champions. Pero Eurovisión tiene su historia y su recorrido, así que bien podría hacerse algo por recuperar su auténtico sentido y dejar de ser -de una vez- el hazmerreír continental.
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