Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Sánchez y cuatro ministros se pusieron a disposición de Mazón el día de la DANA
Un árbol salvó a Sharon y sus hijas de morir, ahora buscan un nuevo hogar
Opinión - Nos están destrozando la vida. Por Rosa María Artal

Feminismo pandémico

El Gobierno prohíbe todas las manifestaciones por el 8M en Madrid.

Susana Ruiz

0

'#Quedateencasa este 8M'. Y con ese eslogan, ya estaría, ¿no? Resulta cuando menos sorprendente, al menos para algunas. Las mujeres llevamos siglos quedándonos en casa, cuidando en casa, trabajando en casa, llorando en casa, sufriendo malos tratos en casa. Y en pleno siglo XXI llegó la pandemia y nos dijeron que debíamos quedarnos de nuevo en casa para celebrar el 8 de marzo, que el mejor lugar para elevar nuestras reivindicaciones era de nuevo quedarnos entre esas cuatro paredes que para muchas de nosotras siguen siendo prisión.

Un eslogan que no vale cuando lo que se quiere pedir es la unidad de España, cuando se quiere protestar para que las clases privilegiadas recuperen el derecho individual para contagiarnos a todas, cuando queremos pedir mejoras para la sanidad, cuando los fascistas desean pasear su xenofobia, cuando un montón de negacionistas sin distancia y medidas de protección cantan por teorías conspiranoicas o cuando queremos exigir que nos devuelvan la libertad de expresión perdida en unos tuits. Ese eslogan no sirve para los transportes públicos atestados, para las clases de colegios e institutos hacinadas. Tampoco debe ser apropiado para protegernos de nosotras mismas porque es más importante salvar la Navidad o el verano. 

'Quedarse en casa' solo sirve si es el movimiento feminista el que se manifiesta, ahí sí. Entonces nosotras, las mujeres, debemos ser responsables de la salud pública, sacar los delantales al balcón y poner cartelitos en redes sociales. Calladitas, como siempre, que estamos más guapas. Se nos exige que nuestras luchas sean pacíficas, consecuentes, modélicas, pacientes y sonrientes. Da igual si en estos tiempos pandémicos las mujeres somos el sector de la población que más está sufriendo las consecuencias económicas y sociales de esta crisis. No importa que organismos como la ONU estén haciendo un llamamiento para intentar paliar un agravamiento de la desigualdad de género a causa del COVID-19.

La enorme prevalencia de mujeres al cargo de los cuidados de manera formal -cuidadoras, enfermeras, limpiadoras, cajeras, docentes- e informal -economía sumergida y amas de casa- ha supuesto que, si ya ostentábamos el dudoso honor de encabezar los trabajos más precarizados y con mayor tasas de temporalidad, el paro derivado de la situación de emergencia sanitaria ha crecido en más del doble entre nosotras. Eso las que aparecen en las estadísticas, puesto que las que trabajan sin contratos en el sector de los cuidados y la limpieza son legión.

Tampoco es necesario este año, parece ser, que nos acordemos de la violencia machista. Podemos hacerlo quedándonos en casa encerradas con nuestros maltratadores, tal y como hicimos durante la cuarentena. Mujeres y menores conviviendo a todas horas con aquellos que eligen golpear y abusar a quienes dicen amar, impedidas para poder escapar de ese círculo infernal puesto que a ver quién es la guapa que denuncia cuando ni siquiera puedes salir de tu casa. A esas mujeres les decimos, por favor, que cuelguen el delantal manchado de sangre y lágrimas del balcón este año. Y a sus hijos e hijas que sigan guardando silencio.

Y encima ese quédate en casa está calando hondo. Por responsabilidad, la que no tienen los señoros que salen a pedir a la calle lo que se les ocurra; cosa que me parece bien ya que para eso manifestarse es un derecho fundamental recogido en nuestra sacrosanta Constitución. Pueden darme ganas de vomitar ver como se utiliza dicho derecho para fomentar el odio, pero legislar sobre eso no es cosa mía. Lo que me parece de chiste es que a nosotras se nos exija esa responsabilidad, cargando sobre nuestras cabezas la salud mundial y que, cual Evas pecadoras depositarias de todas las faltas y todas las culpas, asumamos ese papel de nuevo. Es un estigma que cargamos y cargaremos hasta que interioricemos que 'ni santas, ni putas'.

Este 8 de marzo se merece las mismas manifestaciones, las mismas concentraciones y los mismos estallidos de rabia y jubilo a la vez; más si cabe porque nosotras sostenemos un sistema que está quebrándose por las esquinas. No seré yo quien haga de epidemióloga de barra de bar, pero la lógica me da para saber que el COVID-19 se va a transmitir de la misma forma en la manifestación morada que en cualquier otra. Así que por lo menos no nos tomen por bobas: o todas o ninguna. Que con sus prohibiciones, linchamientos públicos y demás zarandajas solo nos dan la razón: el 8M es hoy, pandemia mediante, más necesario que nunca. 

Etiquetas
stats