Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
El insondable misterio de la estupidez humana
Entender por qué una ciudadanía vota de manera recurrente a los partidos políticos que le ha robado la cartera -y parte de la dignidad- es materia de análisis de Cuarto Milenio… ¿lobotomía colectiva?, ¿ignorancia política?, ¿masoquismo?, ¿estrategia colonial extraterrestre?
Lo que no está al alcance del saber esotérico es la comprensión de cómo se ha democratizado la estupidez en los últimos años. Allí donde hay una cola, allí donde la publicidad señala con el sucio dedo que diseña, allí donde nos dicen los medios que nos hacemos “cool”… pues allí que los borregos también conocidos como ciudadanos van en manada para formar parte del ritual social de la estupidez compartida.
Normalmente escribo en primera persona del plural y me incluyo, pero esta vez no. Esta vez no porque me refiero al surrealista evento de hacer horas de cola para recoger un carnet para entrar a un lugar que aún no existe (al menos hasta finales de junio) y en el que los entusiastas cántabros de pedigrí no saben todavía qué encontrarán. Pero ya hay 6.000 con pase permanente y algo más de 500 con tarjeta de amigos del Centro Botín que son noticia de periódico por lo absurdo de su espera (aunque el diario del régimen lo venda como un “éxito” cultural). Misterios de la mente humana que ni Iker Jiménez ni un ejército de expertos en lo paranormal podrían desentrañar. No serían capaces porque en realidad el insondable misterio de la estupidez humana es la normalidad de esta sociedad que, salvadas las excepciones, tiende a no pensar más allá de los números de la Bonoloto y sustituye la inteligencia por una App desarrollada por alguna noble universidad local subvencionada, a su vez, por alguna entidad bancaria con un Centro tan atrasado como incógnito.
Sólo hay que leer a César Rendueles -cuando define el peripatético sector de las “industrias culturales”- o al local Alberto Santamaría -en su “Paradojas de lo cool”- para entender que durante la ‘pedorrez’ española del tránsito del siglo XX al siglo XXI la palabra cultura se vació de contenido hasta equipararse con espectáculo (casi todo lo que suponga una entrada a un edificio es cultura), con consumo (¡coma cultura!), con faraonismo (edificios impactantes rellenos de la nada) o, por qué no, con la Feria de Día de Santander. Las mismas colas, la misma bulimia consumista, la misma obsesión por estar donde hay que estar (es decir, donde nos ha indicado el dedo sucio del diseño), la misma estupidez compulsiva de una caseta de pinchos en plato desechable pero aplicada a la aún denominada como “cultura”.
El Centro Botín, ese que va a cambiar a Santander y Cantabria para “los siempres de los siempres”, puede vender humo en botella y la gente hará cola para esnifarlo. Dicho espacio prometido tiene la ventaja de que no debe rendir cuentas de sus dineros, ni de sus objetivos, ni de su propuesta. La privatización de la cultura-espectáculo ha sido otra vuelta de tuerca rentable que deja el Palacio de Festivales o el atrasado Centro Botín como coto vedado para la sociedad visible del Santander visible, mientras la inversión en infraestructura, formación y difusión cultural en los barrios es pírrica.
Hubiera sido un buen experimento hacer una encuesta georreferenciada de quiénes hicieron fila el pasado viernes en la Fundación Botín para recoger su ración de humo. En esto de la cultura también hay clases, y niveles, y fronteras invisibles. Lo único democrático en esta cultura del espectáculo (vacío) es la estupidez humana, ese insondable misterio que logra que personas que podríamos considerar formadas se rindan sin pelear ante el impulso de este Pávlov cultural. Sin Jean-Michel Jarre salvará a Cantabria del olvido global, el pase al Centro Botín es el nuevo pasaporte del peregrino local que certifica origen y clase, la ontología de lo ‘cool’.
Imagino que al Ministro-Alcalde le habrán enviado su pase por correo mientras contempla si su sueño del Museo Reina Sofía de las Rabas se hunde por culpa de los malditos regionalistas o se salva gracias a su visión infinita de los poderes terapéuticos (y electorales) del humo embotellado.
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