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¿Y qué está pasando con la calidad del empleo en Cantabria?
En mi artículo del mes pasado analicé cómo ha evolucionado el empleo en Cantabria en la última década, en comparación con otras comunidades autónomas. Varios lectores me comentaron, con mucha razón, que dicho análisis estaba incompleto: faltaba analizar la calidad de ese empleo, el tejido productivo. Ocurre que, para no extenderme demasiado, he de acotar su contenido. Hay cuestiones, además, que tienen tanta entidad que requieren un análisis propio. Este es uno de esos casos.
En este artículo, como complemento al del mes pasado, analizo cómo ha evolucionado la calidad del tejido productivo de Cantabria. Lo hago, además, al hilo del buen dato que, para nuestra comunidad, ha reflejado la Contabilidad Regional del INE: en 2017, el crecimiento de Cantabria superó (en una décima) a la media nacional, algo que no ocurría desde 2001. Se trata, por tanto, de un buen dato dentro de una mala tendencia previa. Y es esto, precisamente, lo que pretendo analizar.
Centraré mi análisis en un indicador clave: la productividad del trabajo. Ésta se calcula como el valor medio de la producción por trabajador. Por tanto, un mayor nivel de productividad indica un mayor valor añadido medio de los puestos de trabajo existentes; una mayor calidad del tejido productivo, en definitiva.
El gráfico 1 muestra la evolución, desde el año 2000, de la productividad por trabajador, a precios reales (esto es, descontando el incremento de los precios) en Cantabria y las comunidades más cercanas, así como en el conjunto de España y de la UE-28. Como se observa, la productividad en España ha crecido, en el conjunto del periodo, bastante menos que la media europea, de forma que la distancia entre ambas ha aumentado de 5,6 puntos a 9,3. En Cantabria, la evolución de la productividad ha sido aún peor: mientras la brecha entre nuestra comunidad y la media europea era de solo 3,8 puntos en el año 2000, ha crecido hasta los 12,3 en 2017.
A comienzos de siglo, la productividad de la economía cántabra se encontraba casi 2 puntos por encima de la media española; ahora, está 3 puntos por debajo. Durante el periodo previo a la crisis, la productividad en España se mantuvo estancada, mientras que en Cantabria incluso disminuyó. El crecimiento se basaba en la creación de empleo de baja calidad, muy propicio a evaporarse bruscamente, como ocurrió después. Tras la crisis, el error va camino de repetirse.
Algunas autonomías cercanas, en cambio, muestran una mejor evolución de la productividad. País Vasco, ya por encima de la media europea en el año 2000, ha sido incluso capaz de aumentar esa diferencia. Navarra, por su parte, que inició el siglo claramente por debajo de la media europea, ha sido capaz de alcanzarla. Castilla y León, mientras, tenía en el año 2000 la menor productividad de todas las comunidades de nuestro entorno, pero fue en los primeros años del siglo capaz de alcanzar a Asturias y a Cantabria. La comunidad asturiana muestra, junto con la nuestra, el mayor estancamiento de la productividad de entre todas las cercanas.
Nuestra comunidad, en definitiva, tenía en el año 2000 un tejido productivo comparable, en cifras de productividad, al de Navarra; en las dos últimas décadas, Cantabria se ha quedado claramente rezagada de dicha autonomía, ha sido alcanzada por Castilla y León y ha visto distanciarse a otras dos referencias clave como la media europea y la vecina comunidad del País Vasco.
Lo ocurrido con la productividad tiene una gran relación con la composición del tejido productivo. El gráfico 2 muestra el valor medio de la productividad por sectores, en Cantabria, España y la media de la UE-28. Los datos hacen referencia al año 2016, el último para el que están ya disponibles cifras desagregadas por sectores.
De este gráfico destaco dos cuestiones. Una, que el sector más productivo de la economía cántabra es, con diferencia, la industria. La productividad de nuestra industria es, incluso, casi 5 puntos superior a la media de la industria europea. El segundo elemento a destacar hace referencia a los servicios, donde ocurre justo lo contrario: su productividad en Cantabria es inferior a la media de la economía y, lo que es más importante, casi 15 puntos inferior a la que tiene el sector a nivel europeo.
Para completar el diagnóstico, el gráfico 3 muestra cómo han evolucionado, en Cantabria, el empleo (las líneas discontinuas) y la productividad (las líneas continuas) de cada sector desde el año 2000, tomando los datos de dicho año como referencia (igual a 100).
La industria (en color rojo) muestra, en el conjunto del periodo, el mayor aumento de la productividad: en torno a un 20%. Sin embargo, la productividad en la industria solo aumentó desde 2009, coincidiendo con una notoria destrucción de empleo en el sector. Nuestra industria no ha sido, en lo que llevamos de siglo, capaz de compatibilizar el crecimiento de su productividad con el aumento del empleo (y ni siquiera con el mantenimiento del mismo). Pese a ser nuestro mejor sector en cuanto a productividad, tenemos actualmente un 12% menos de empleo industrial que en el año 2000.
En los servicios (en color amarillo), el empleo ha crecido sustancialmente en el conjunto del periodo: más de un 30%. En cambio, la productividad del sector no solo no ha aumentado, sino que, incluso, ha decrecido. Los servicios concentran ya tres cuartas partes de los puestos de trabajo existentes en Cantabria. El problema es que su crecimiento, a diferencia de que ocurre en las regiones más avanzadas de Europa, se basa en actividades de baja productividad.
Completan el tejido productivo, por un lado, el sector primario, en el que durante las últimas décadas se ha reducido enormemente el empleo y, en menor medida, la productividad, de forma que su peso en nuestra economía ha caído sustancialmente. Y, por otro lado, la construcción, cuyas cifras han venido marcadas por la burbuja inmobiliaria: notable crecimiento del empleo durante el apogeo de ésta y desplome tras su estallido.
En definitiva, los problemas de nuestra economía se resumen en que tenemos, por un lado, una industria que, a pesar de ser bastante productiva, ha perdido peso; y, por otro lado, un sector servicios que concentra la creación de empleo, pero dentro del cual predominan (y, además, de manera creciente) las actividades de baja productividad. Este modelo, característico de la economía española durante las últimas décadas, pero que se dibuja con particular crudeza en Cantabria, solo se sostiene condenando a cada vez un mayor porcentaje de la población a la precariedad laboral y a un bajo nivel de ingresos.
Según el ICANE, el año pasado se registraron en Cantabria casi 257.000 contratos, mientras que el número de afiliados a la Seguridad Social aumentó en unas 5.800 personas (esto es, unos 44 contratos por cada empleo creado). Según un estudio de FEDEA, el número de contratos de menos de una semana de duración ha pasado en los últimos años, en España, del 15% del total a cerca del 30%. En Cantabria, según un informe de UGT, casi el 38% de los contratos firmados el pasado verano tuvieron una duración inferior a una semana.
Según la última Encuesta Cuatrienal de Estructura Salarial, en Cantabria, el 25% de los trabajadores peor pagados del sector servicios ganaba menos de 11.027 euros brutos al año; el 10% peor pagado, menos de 6.189 euros (a nivel nacional, 12.279 euros y 6.983 euros, respectivamente). El salario mediano (esto es, el situado en el punto medio de la distribución) en los servicios es, en nuestra Comunidad, de 17.061 euros, 1.400 por debajo del promedio estatal; en cambio, el de la industria es de 25.000 euros, unos 1.700 por encima de la media española.
Una especialización en actividades de baja productividad implica menores ingresos para los trabajadores, a la vez que menor valor añadido para las empresas; menor capacidad de consumo de la población y, con ello, menor actividad en otros sectores; menor recaudación impositiva y, con ello, menor capacidad para financiar las políticas públicas en el territorio. Dicho modelo implica, en definitiva, vivir peor. Lo contrario de lo que debería perseguir la economía.
Cantabria, sin embargo, tiene mimbres para hacer las cosas mejor. Los datos muestran que la receta para ello debería tener dos ingredientes: por un lado, incrementar el peso de nuestro sector industrial, sin perder su relativamente elevada productividad; y, por otro lado, cambiar profundamente el foco de nuestro sector servicios, orientándolo a actividades de más valor añadido y mayor productividad. Para estos retos, tenemos que mirar hacia dentro: por ejemplo, al potencial que tenemos en los cientos de jóvenes altamente formados que se nos van cada año; o a averiguar qué factores hacen que una industria tan productiva haya menguado en lugar de crecer. Pero, sobre todo, tenemos que mirar de una vez hacia fuera, dejando de creer que somos el centro del universo: ¿Qué estrategias y qué actividades están funcionando en otras regiones europeas? ¿Por qué nuestra economía, a diferencia de lo que ocurre en el resto de Europa, lleva tantos años sin abrirse al exterior e incrementar el peso de las exportaciones?
El dato de crecimiento de Cantabria en 2017 es, al menos, un motivo para la esperanza. Vino liderado por la industria, que creció en torno a un 7%. ¿Será este crecimiento flor de un día, un mero efecto rebote derivado de la recuperación posterior a la crisis? ¿O estaremos ante el punto de inflexión que marcará un cambio de tendencia? De momento, a la espera de próximos datos, más nos valdría tomarnos todos en serio estas cosas porque las mejoras, si llegan, difícilmente lo harán por casualidad.
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