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En el Norte los problemas también existen
Parece que ya ha terminado (o, al menos, eso espero) el periodo de múltiples elecciones que hemos vivido en los últimos meses. Es tiempo, por tanto, de poner encima de la mesa algunos de los problemas que los nuevos gobiernos habrían de abordar. Uno de ellos es, sin duda, el paro: el problema que, según indican las encuestas del CIS, es señalado por la población española como el más grave de nuestro país. El indicador más habitualmente utilizado para medir este problema es la tasa de paro, cuyos datos aparecen frecuentemente en los medios. Este indicador, no obstante, puede dar lugar a equívocos importantes. Por ejemplo, a infravalorar la magnitud del problema en CCAA como la nuestra. Lo explico con más detalle a continuación.
El gráfico 1 muestra la tasa de paro por CCAA, tomando la media del último año completo (2018). Como se observa, las mayores tasas de paro se detectan en las CCAA del Sur de España: en Extremadura y en Andalucía, además de en Canarias, el paro se sitúa por encima del 20%. Por el contrario, las menores tasas de paro se observan al Norte y Noreste del país: el País Vasco, Navarra, La Rioja y Aragón rondan el 10%. También Cantabria destaca positivamente: con un 10,7%, 4 puntos y medio por debajo de la media española, nuestra Comunidad fue la quinta con menor tasa de paro en 2018. CCAA de nuestro entorno como Castilla y León y Asturias también contaron con una tasa de paro inferior a la media estatal. Si se mira únicamente este indicador, podría pensarse que el paro es un problema enquistado en la mitad Sur de España, mientras que las CCAA del Norte estarían ajenas al mismo y gozarían, en general, de una buena situación económica. Sin duda, una imagen engañosa.
La tasa de paro se calcula como el cociente entre el número de parados (esto es, las personas que se encuentran buscando activamente un empleo) y el número de activos (las personas que están activas en el mercado laboral, bien porque tienen un empleo o bien porque se encuentran buscándolo activamente). El número de parados y, con ello, la tasa de paro, puede disminuir fundamentalmente de dos formas. Una es que personas que estén buscando un empleo lo encuentren y pasen, de esta forma, a estar ocupados. Otra, no necesariamente positiva, es que quienes buscan activamente empleo en el territorio dejen de hacerlo sin haber encontrado dicho empleo: bien porque emigren a otro lugar o bien porque pasen a situación de inactividad (jubilados y prejubilados, estudiantes, personas dedicadas a las tareas del hogar o al cuidado de familiares, personas desanimadas de continuar buscando un empleo, etc.). En cualquiera de estas situaciones, estas personas dejarían de computar como parados en el territorio en cuestión.
Por tanto, tener muchos parados es un problema, dado que refleja un desajuste entre el número de personas que desean trabajar y el número de puestos de trabajo disponibles. Dejar de tener parados, en cambio, no siempre es positivo. En ciertos casos puede estar reflejando un problema aún mayor: que los parados dejan de buscar empleo o se van del territorio. Esto es lo que, de hecho, suele ocurrir en regiones o comarcas particularmente deprimidas. Por ejemplo, en Campoo, la comarca cántabra más castigada por la crisis industrial de los 80, la tasa de paro es inferior a la media de nuestra Comunidad y a la media estatal. Pero ello no significa que los problemas económicos de esta comarca hayan desaparecido, sino que buena parte de sus habitantes (en particular, los parados) se han ido, desesperanzados ante la escasez de oportunidades.
Es por ello que analizar la situación económica de un territorio solamente a partir de su tasa de paro puede resultar muy engañoso. Desde mi punto de vista, resulta conveniente prestar atención a otro indicador más directo: el número de ocupados. Esto es, cuantas personas tienen un empleo en el territorio, y su evolución. Aquí, las cifras tienen menos trampa, aunque no se libran del todo de ello: la precarización del empleo y, en especial, la creciente rotación de los contratos hacen cada vez más necesario no solo mirar a la cantidad de empleo, sino también a la calidad del mismo. Sin embargo, para no extenderme demasiado, esto último lo dejaré para otro artículo.
A continuación, a partir del gráfico 2, analizo la evolución del número de ocupados por CCAA, para un periodo lo suficientemente largo de tiempo (1976-2018) como para detectar tendencias estructurales. En el gráfico está representada la evolución del empleo en todas las CCAA españolas. He marcado algunas de ellas en color, que me sirven como ejemplos particularmente ilustrativos.
En función de la evolución del empleo en las últimas décadas, las CCAA se pueden dividir en cuatro grupos. En primer lugar, las CCAA insulares (Baleares, en color amarillo, con su característica estacionalidad del empleo, y Canarias), junto con Madrid (en color negro) y Murcia, han duplicado sus niveles de empleo en el periodo analizado. En segundo lugar, con una evolución mejor que el promedio estatal, aunque no tan positiva como las anteriores, Andalucía (color verde oscuro) y Cataluña (en color naranja), al igual que la Comunidad Valenciana y Navarra, han aumentado su número de ocupados en más de un 50% en las cuatro últimas décadas. En tercer lugar se encuentra un grupo de CCAA en las que ha aumentado el empleo en el periodo analizado, pero lo ha hecho bastante menos que la media nacional. Entre ellas se sitúa Cantabria (en color rojo), con un aumento del empleo del 34%, junto con otras CCAA como el País Vasco (en color verde claro), La Rioja y Aragón. Por último, en un cuarto grupo de CCAA el empleo se ha mantenido prácticamente estancado en las cuatro últimas décadas (casos de Castilla y León, en color morado, y Extremadura) o incluso ha disminuido (Asturias, en color azul, y Galicia contaban con más personas trabajando en 1976 que en la actualidad).
El gráfico 2 sirve también para ilustrar dos etapas muy diferenciadas en la evolución reciente de la economía española. Una primera, desde mediados de los 70 hasta principios de los 90, con un gran deterioro del mercado laboral y marcada por la crisis industrial, que afectó especialmente a las CCAA del Norte. Y una segunda, desde mediados de los 90 hasta la actualidad, en la que, salvo la brusca interrupción que supuso la crisis, se ha vivido un gran crecimiento del empleo, pero muy desigual entre CCAA: la creación de empleo se está concentrando fundamentalmente en Madrid, en las islas y en el arco mediterráneo, mientras que el Norte y el Oeste del país se han ido quedando atrás. Es, ni más ni menos, que la consecuencia territorial del giro del modelo económico español, de una economía anteriormente liderada por la industria a otra orientada al turismo y la construcción, con una “isla” enfocada a los servicios de alta cualificación como es Madrid. En este modelo, las CCAA del Norte salimos perjudicadas, con una evolución del empleo netamente peor que la media nacional. En Cantabria, el empleo ha evolucionado algo mejor que en las CCAA limítrofes; sin embargo, como reflejé en un reciente artículo, la reproducción del giro hacia un modelo orientado a los servicios de bajo valor añadido que se ha producido a nivel estatal ha tenido, en nuestra Comunidad, consecuencias particularmente perniciosas sobre el deterioro de la productividad, de los salarios y de la calidad del empleo. En este contexto, nuestra baja tasa de paro (inferior a las de Madrid o Baleares, por ejemplo) es, al igual que en casos como los de Asturias, Castilla y León y Galicia (todas ellas por debajo de la media estatal), un espejismo. Se trata de una imagen engañosa, que oculta una insuficiencia de oportunidades de empleo y, ligado a ello, un escaso dinamismo de la población, reflejado en la escasa natalidad y la emigración de jóvenes. Los problemas del mercado laboral, en definitiva, existen y persisten, también en el Norte. Y, vinculados a ellos, problemas sociales muy serios, como el envejecimiento y la despoblación. El gran reto para los economistas es medirlos adecuadamente para, con ello, poder ofrecer pistas sobre cómo abordarlos.
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