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Qué verde era mi valle
“Pero, ¿cómo han podido hacer esto?, ¡con lo verde que era mi valle y ahora míralo! ¡No queda nada! ¿Quién ha hecho esto? ¿Por qué?”, se pregunta desde el desconsuelo, la indignación y la incomprensión quien se ha criado feliz en un patrimonio que recibió gracias a que sus antepasados, y los antepasados de los antepasados que ya lo recibieron de sus antepasados, decidieron cuidar y conservar, porque, aunque nadie les había explicado la fotosíntesis, ni la simbiosis que practican algunas especies, sus antepasados sabían algo que han olvidado sus contemporáneos: que la tierra no es de nadie aunque tenga dueño, y que hay que cuidarla, respetarla y escucharla para que las siguientes generaciones puedan seguir obteniendo alimento y oxígeno de ella.
No entiende nada, pero es que no tiene entendimiento. ¿Cómo puede alguien quemar el entorno de Los Tojos en el impresionante Valle de Cabuérniga para acabar con toda la vida que habita en él? ¿Cómo puede alguien anteponer sus intereses al bien de las generaciones futuras?
Desde el sábado pasado la Cornisa Cantábrica está ardiendo. Casi cincuenta focos expandían el virus del fuego y el humo por los verdes valles cántabros. Y no, ni fueron casuales, ni bienintencionados, como tampoco hay apelativos suficientes para quienes los causaron. La duda es qué harán ahora: ¿Plantar eucaliptos?, ¿Levantar construcciones innecesarias? Y más allá de eso, ¿qué se hará para evitarlo?
El pasado verano se aprobó la polémica Ley de Montes que permite construir sobre terreno incendiado. Si esa ley jamás se hubiese aprobado, probablemente, Cantabria y Asturias no estarían infectadas por el fuego. Pero da igual, porque nos acostumbraremos al color negro tizón y nos olvidaremos. De hecho, ¿alguien recuerda ya quién aprobó esa ley y quién ha ganado las elecciones en pleno incendio? Los propios medios de comunicación estaban más pendientes de informar sobre cómo iba vestido Pedro Sánchez a la hora de votar que de cómo avanzaba el fuego.
Hoy la mayoría de la gente dedicará el día a disfrutar de su familia, otros no podrán porque se los ha llevado el fuego, como el piloto que falleció ayer en Asturias sofocando un incendio. Unos pocos estarán con la mirada fija en el monte, viendo negro su pasado y su futuro, mientras los culpables se llenan los bolsillos con unos billetes que, además de no darles la felicidad, espero que les dejen sin sueños, porque, como dice mi amiga Marta, “no hay palabras… no las hay”, con lo verde que era mi valle…
“Pero, ¿cómo han podido hacer esto?, ¡con lo verde que era mi valle y ahora míralo! ¡No queda nada! ¿Quién ha hecho esto? ¿Por qué?”, se pregunta desde el desconsuelo, la indignación y la incomprensión quien se ha criado feliz en un patrimonio que recibió gracias a que sus antepasados, y los antepasados de los antepasados que ya lo recibieron de sus antepasados, decidieron cuidar y conservar, porque, aunque nadie les había explicado la fotosíntesis, ni la simbiosis que practican algunas especies, sus antepasados sabían algo que han olvidado sus contemporáneos: que la tierra no es de nadie aunque tenga dueño, y que hay que cuidarla, respetarla y escucharla para que las siguientes generaciones puedan seguir obteniendo alimento y oxígeno de ella.
No entiende nada, pero es que no tiene entendimiento. ¿Cómo puede alguien quemar el entorno de Los Tojos en el impresionante Valle de Cabuérniga para acabar con toda la vida que habita en él? ¿Cómo puede alguien anteponer sus intereses al bien de las generaciones futuras?