¿Se enseña bien el franquismo en las aulas de Cantabria?
La escena es anecdótica, pero preocupante. La relata una docente de secundaria de un instituto del arco de la bahía. “Entré en el aula y me encontré con un grupo de chavales de 2º de la ESO cantando el Cara al sol, con el brazo en alto”. Cuando la profesora les explicó el significado de esos símbolos, las reacciones fueron diversas. “La mayoría apenas tenían una vaga idea de quién era Franco”, pero algunos mostraban una visión positiva del dictador“, explica; ”uno me dijo que había convertido a España en un gran país“.
Sin ser algo habitual, tampoco es una excepción. Guillermo Agüero, veterano docente, señala que nunca ha tenido un problema con sus alumnos a la hora de abordar este tema, pero también apunta a que en los últimos tiempos ha presenciado comportamientos como los antes reseñados, si bien comparte la opinión de que sus protagonistas “no saben muy bien a qué se refieren”. Un profesor de un instituto de la zona oriental recuerda su primera experiencia al dar la materia de Historia de España (impartida en 2º de Bachillerato a un alumnado de 17-18 años): “uno de los alumnos me preguntó si era de los que les iba a contar lo malo que era Franco”.
Lo cierto es que los residuos de lo que Vázquez Montalbán y otros llamaron el “franquismo sociológico” han pervivido durante los últimos cuarenta años. Muchos profesores se muestran preocupados por el repunte de casos como los narrados; algunos consideran que, de la mano de la nueva ultraderecha, se ha producido una creciente “banalización de la dictadura”. No se trata de un fenómeno nuevo, sino que hunde sus raíces en el pseudo-revisionismo que autores como Pío Moa o César Vidal iniciaron hace ya casi dos décadas, con el beneplácito de determinadas editoriales.
“Los comportamientos intolerantes han crecido”, apunta una orientadora. “No sólo se han normalizado un tanto actitudes y comentarios racistas y xenófobos, sino también otros que reflejan una visión positiva del autoritarismo y del totalitarismo”. Al fin y al cabo, la escuela no es sino el reflejo de la sociedad de la que emana, y los datos del CIS avalan el crecimiento de esta tendencia. Y también las urnas. Una profesora señala que “la participación en el sistema democrático de partidos como Vox les hace aceptar y normalizar unos discursos que nunca hasta entonces habían aceptado, o expresado en voz alta”. La exhumación de Franco, por otra parte, ha vuelto a traer a primer plano la dictadura franquista, y ello también se ha visto reflejado en las aulas. Agüero cree que el hecho de que el franquismo vuelva a la palestra puede tener un efecto positivo, en el sentido de que “se abre la posibilidad de que el público en general, y el alumnado en particular, se interese por esa etapa”, pudiendo así adquirir un conocimiento riguroso y veraz de esta etapa.
La percepción de los docentes
Y es que el hecho de que el franquismo no se haya abordado correctamente en las aulas parece una idea generalizada entre el profesorado. Así, una encuesta realizada hace unos meses entre profesores cántabros sobre la enseñanza del franquismo en los dos cursos en los que forma parte del temario (4º ESO y 2º de Bachillerato) mostraba un panorama preocupante. Preguntados por la enseñanza de la dictadura en 4º ESO, un 47,8% consideraba que la mayoría de los profesores no lo abordaba, y un 26,1% creía que se abordaba de manera muy superficial; el resto, consideraba que había mucha diversidad. Pero lo más llamativo es que ni uno solo de los profesores encuestados consideraba que se abordaba adecuadamente.
En el Bachillerato los datos eran algo más halagüeños, pero no mucho: casi un 30% reconocía que no abordaba correctamente esta etapa. Sin embargo, preguntados por cómo creían que lo hacía el resto de sus compañeros, el porcentaje de los que consideraban que no se abordaba correctamente era bastante mayor.
En realidad, nada de esto es nuevo. En 1999 un estudio a nivel estatal sobre esta cuestión llevado a cabo por Julio Prada mostró un enorme desconocimiento entre los alumnos (incluidos los universitarios) sobre esta cuestión. En 2008, otro estudio del CIS afirmaba que más del 66% de los alumnos habían recibido ninguna o muy poca formación sobre la dictadura. En 2016, Fernando Hernández hizo una nueva radiografía sobre esta cuestión, igualmente deprimente, en su interesante obra El bulldozer negro del general Franco.
Las causas
Pese a que el diagnóstico parece compartido, la búsqueda de causas está más abierta a debate. Aunque algunos docentes apuntan a la tradicional justificación de lo inadecuado de los manuales (el 65% de los docentes cántabros encuestados los consideraba mejorables), lo cierto es que el análisis de las recientes ediciones parecen atenuar esta crítica tradicional. La mayoría de los manuales de Bachillerato editados en los últimos años abordan de manera correcta aspectos como la represión o las víctimas, además de hacerse eco de los avances historiográficos en este ámbito. Investigadores como Rafael Valls (autor de Historia y memoria escolar) apuntan en la misma dirección: la progresiva mejora de los manuales. Aún así, perviven manuales como el de Bruño, que se muestra reacio a definir el franquismo como “dictadura”, utilizando el eufemismo “régimen”, mientras que la represión brilla por su ausencia en sus páginas.
Muchos profesores miran en otras direcciones. En la encuesta mencionada, más del 55% de los docentes cántabros apuntaban a “lo conflictivo” de la temática. Para una gran mayoría, esa conflictividad se debía al sesgo político del tema. En este sentido, Humberto Mendizábal señala que pudiera haber un cierto componente generacional entre el profesorado. “Es posible que a determinados profesores más mayores les dé más apuro abordar esta cuestión” asevera, mientras que los más jóvenes “imparten estos contenidos con mayor normalidad”.
Por otra parte, casi un 70% de los docentes encuestados consideraba que el alumnado tenía “ideas preconcebidas erróneas” que enturbiaban la cuestión. Eva Veci, profesora de Bachillerato, señala como algunos alumnos “tuercen el gesto cuando calificas el franquismo de dictadura, o explicas que en España hubo campos de concentración”. A esas ideas preconcebidas hay que añadir, dice, la percepción del franquismo “como algo mucho más lejano de lo que es”, señalando que el interés por esta cuestión era mayor en generaciones anteriores, quizá porque existía una “memoria viva” que ha ido desapareciendo. En esa misma idea abunda Mendizábal. “Más que ideas preconcebidas, lo que veo es una gran desinformación” que achaca, en buena medida al cambio generacional. “Son generaciones cuyos abuelos ya no vivieron la guerra civil, y a cuyos padres el franquismo les pilló muy jóvenes”.
En lo que hay práctica unanimidad es en que lo extenso de los temarios impide abordar esta cuestión correctamente. Roberto Ruisanchez, profesor de Historia ya jubilado, señala que “hay una cierta inercia cronológica”, que lleva a descuidar los acontecimientos más recientes. Recuerda que ese exceso de contenidos “ya ocurría en la época del BUP y COU”, y que la forma de poder trabajar adecuadamente la contemporaneidad era “recortando el temario”.
Juan Carlos Rojas abunda en la misma idea. “El temario de 4º de la ESO incluye la Historia Contemporánea Mundial y de España, y todo ello en tres horas semanales. Si sigues al pie de la letra los manuales, estás abocado a no dar ni el franquismo ni la transición”. Su apuesta es por complementar los temas generales con apuntes centrados en la historia de España, para poder combinar coherencia y agilidad en un temario a todas luces inabarcable. “En el plan de estudios actual de 4ºESO, o sobran contenidos o falta tiempo”.
Finalmente, para casi el 80% de los encuestados un gran problema era la estructura de la EBAU. En el caso de Cantabria, hasta el año pasado el tema del franquismo (y de la transición) o bien no entraba (como había ocurrido en los cursos 2016-17 y 2017-18) o bien era opcional, al poder elegir el alumno en el examen responder a preguntas referentes al siglo XIX o al XX (como ocurría anteriormente). Eva Veci explica que “muchos profesores optaban exclusivamente por el siglo XIX argumentando que era la mejor manera de prepararlos para que obtuvieran buena nota en la prueba de la PAU”. La presión de la Selectividad (hoy, EBAU) y lo reducido del horario para dar un temario que comenzaba en Atapuerca y terminaba en la democracia se combinaban para, en la práctica, vaciar el temario de los contenidos referentes a los dos últimos tercios del siglo XX.
En ese sentido, Guillermo Agüero señala lo “llamativo del nulo interés que ha mostrado siempre la Universidad de Cantabria por el franquismo y la Transición en la Selectividad” que achaca a una “asepsia mal entendida”. “Da la sensación de que algunos estarían mucho más cómodos acabando el temario en la guerra civil”, incide. Frente a este posicionamiento, cree que el franquismo ha de darse con “objetividad y rigor científico”. “No se puede hurtar a unos alumnos de 17 años, que van camino de la Universidad y de convertirse en ciudadanos de pleno derecho, la historia de los últimos 80 años”.
Un cambio de rumbo
Afortunadamente, las continuas quejas de muchos profesores llevaron a la Universidad de Cantabria a cambiar el modelo de examen el curso pasado. Ahora los alumnos se enfrentan a una batería de 33 preguntas, de las cuales tres se refieren al franquismo y otras tres a la transición y la democracia. “Ha supuesto un gran avance”, afirma Juan Carlos Rojas, “comparado con lo que teníamos hasta ahora”. Sin embargo, algunos de los profesores de Bachillerato señalan las carencias de los contenidos seleccionados. “En las preguntas y los criterios de corrección establecidos apenas se hace referencia a lo que es el ADN del franquismo: su carácter represor”, incide un veterano docente. Efectivamente, si analizamos los contenidos de las preguntas de EBAU, sólo en una -referida a la oposición- se hace referencia a la Ley de Represión contra la Masonería y el Comunismo, como una de las causas de la desarticulación de los grupos opositores. Eva Veci comparte esa opinión: “pese a que apenas aparece en la EBAU, le dedico una atención detallada a esta cuestión”. No en vano, Julio Aróstegui, uno de los principales estudiosos del franquismo, señalaba que “la represión en el régimen franquista dejó de ser meramente instrumental para convertirse en un sistema”.
“Creo que, al menos, la cifra de víctimas aproximadas que dejó la dictadura deben constar como uno de los contenidos a evaluar; hoy en día tenemos datos cuantitativos muy fiables”, señala otro docente. Efectivamente, la mayoría de los manuales actuales recogen la cifra de más de 50.000 ejecutados tras el fin de la guerra, a los que habría que sumar las decenas de miles de muertos en los campos de concentración y las prisiones por diversas causas (enfermedad, hambre...). En ese sentido, tal y como se apuntaba antes, los manuales muestran una notable mejora.
Sea como fuere, todos coinciden en que, como señala un profesor, “no es un problema sólo de conocimientos académicos, sino también de ciudadanía democrática”. En un tiempo en el que no sólo el presente se convierte en un campo de batalla enfangado por una miríada de fake news, sino que las interpretaciones del pasado basadas en el rigor historiográfico deben competir con tergiversaciones interesadas, que los alumnos -y ciudadanos- tengan las herramientas y conocimientos que les permitan no naufragar entre ellas, parece básico.