Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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Se hunden sus cuerpos como un diluvio en el agua
En el ácido mar que deshace sus huesos
Sin dejar rastro ni restos.
Como si nada sucediera.
Como si nunca hubieran sido.
Como si no fueran nadie.
Como si no.
Lluvia que acribilla la piel del océano
que no sangra y apenas se estremece.
Como si nada.
Como si nunca.
Como si nadie.
Como si no.
El mar los devora en silencio
Con su hambre sin dientes
Su lengua de buitre.
Su boca de cárcel.
Su tripa de cal.
Se los traga y no se sacia.
Se los bebe y tiene sed.
Los ahoga y ni se entera.
Como si apenas.
Como si casi.
Como quizás.
Como que no.
La tierra no los quiere y los echa al mar.
La barca no los quiere y los tira por la borda.
Las olas no los quieren y las algas los devoran.
Sus cuerpos se derraman en el agua
Como arena de un saco.
Como piedras.
Como llanto.
Como adiós.
Su carne se disuelve en la bañera
Crepita, hace espuma y burbujea
Con un ruido de lombrices
De huesos que se derriten
Como si fueran de sal.
Como si fueran de nada.
Como si el mar fuera lava.
Como si fuera alquitrán
Que se les pega a las piernas y a los brazos
Al estómago, al oxígeno y al ánimo
Como un traje de petróleo, sombra y plomo
Que sus músculos no pueden soportar.
Arañan con las uñas la espina del aire
como si agarrasen una cuerda invisible
Y dejan un reguero de sangre entre las nubes
Con el que las gaviotas enrojecen la tarde
Estiran los brazos al cielo
Como si el cielo les oyera.
Como si alguien.
Como si aún.
Como si Dios.
Pero hasta el cielo
Les ha dado la espalda
y no hay un alma a esta hora.
No hay un alma.
No quedan almas
Ni guardas costeras.
Sólo barcos piratas
Que les llevan en galeras.
Mecen las olas a los niños
en su cuna de agua,
en su tumba de sal,
en su nicho de mar,
Mientras sus madres se ahogan
Y se agarran a sus cuerpos que flotan
Como si fueran madera
Como si no fueran.
Como si viento.
Como si muerte.
Como si no.
Son sólo burbujas en la superficie
Espuma de jabón que desaparece
Bajo el voraz oleaje
Cadáveres que el mar escupe a veces
Sobre playas de turistas impasibles
O acaban descosidos contra un arrecife
Tal vez en las redes de los pescadores.
Son peces sin branquias que boquean
Que se beben Adriáticos de un trago
Y les cabe un océano en los pulmones
Como si nada.
Como si aire.
Como silencio.
Como si ruido.
Como si la marea la llevaran por dentro.
Hacen un túnel en el agua
Para llegar hasta el fondo.
Donde no hay luz.
Donde no hay pez.
Donde no hay nadie.
Donde no hay.
Aguacero de gotas negras
en una noche tan oscura
como los ojos de un buey.
Van hasta el fondo, yo lo sé,
y allí en el fondo se clavan
Como arterias
Como dientes
Como la sangre
Como la hiel
Como estandartes
De un ejército derrotado
Mecido por la corriente
Que les balancea incesante
Como espigas de un maizal.
Parece un maizal quemado.
Un negro maizal de cieno.
Maizal de carbón helado.
Un campo de nervios nerviosos
Un cementerio de clavos
en una negrura lunar.
Pero el blanco de sus ojos
da un halo de luz suficiente
para guiar a las sierpes
Que les devoran la carne
Y les dejan en los huesos
Como si fueran de leche
Como si fueran de sol
Como si de cera.
Como si de luna.
Como si de no.
No saben cuántos han sido.
Ni siquiera saben si fueron.
Ni si han dejado de ser.
No están ni vivos ni muertos.
Ni entre la vida y la muerte
Ni ayer ni mañana ni hoy.
Podrían haber muerto.
Podrían haber muerto.
Dicen en las noticias.
Podrían haber muerto mil.
Dicen los titulares.
Podrían haber muerto más.
Dicen las ONG.
Pero son tan negros estos negros
Tan oscuros son sus cuerpos
Que son como el fondo
Que son como el lodo
Que son como un pozo.
Que son como el cosmos
Que ni siquiera los ves.
Pero están ahí.
Porque en algún sitio han de estar.
Porque los vieron partir.
Porque hay quien los echa de menos.
Y han rescatado a algunos
Que han contado que eran muchos.
Dicen que novecientos.
Algunos otros que mil.
Puede que mil quinientos.
O quizá fuera un millón.
Quién sabe.
Tanto da.
Han dejado de contar.
Han perdido la cuenta.
Han cesado la búsqueda.
Ya sólo lo sabe el mar.
Ni siquiera su muerte es segura.
Tampoco entonces su vida.
Podrían haber muerto.
Podrían.
Pero también podrían no.
Como si nada hubiera sucedido.
Como si nunca hubieran sido.
Como si no fueran nadie.
Como si nada.
Como si nunca.
Como si nadie.
Como si no.
Pero sí.
Pero eran.
Pero mueren.
Pero fueron.
Pero son.
(Poema de mi libro El grito en el cielo que se publicará próximamente. Dedicado a los migrantes y refugiados ahogados en las costas europeas, de Tarajal a Grecia, de Lampedusa a Turquía, de los que hablamos hoy a las 12h en www.carnecruda.es)
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