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REPORTAJE

Ni homosexuales, ni mujeres con poder, ni “cadáveres sexys”: así mató la censura al Hollywood “totalmente libre”

El beso del personaje de Greta Garbo a una cortesana en 'La reina Cristina de Suecia', de Rouben Mamoulian (1933)

Alicia Avilés Pozo

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La relación de Greta Garbo con una cortesana en la película ‘La reina Cristina de Suecia’, de 1933, en la que, entre otras cosas, la recibe con un beso en los labios; o la famosa escena en la que un hombre pide bailar con otro hombre en ‘Wonder Bar’, de 1934, fueron los últimos coletazos de un cine “totalmente libre” en Hollywood. Son solo dos ejemplos del denominado cine ‘pre-code’, es decir el que se hizo desde la llegada del cine sonoro en 1929 hasta la férrea implantación del Código Hays en 1934.

Fueron cinco años en los que las películas llegaron a abordar cuestiones que incluso hoy en día se llevarían por delante lo considerado políticamente correcto. Y provocaron que, debido a las presiones políticas y a las “amenazas veladas y no tan veladas” del Gobierno de Herbert Hoover en Estados Unidos, los propios estudios de Hollywood se autoimpusieran un manual de lo que consideraban apropiado y lo que no.

Es lo que el escritor, editor y experto en cine Guillermo Balmori estudia, ejemplifica y desarrolla en su obra 'Hollywood antes de la censura. Las películas pre-code' (Notorius, 2024), cuyo primer volumen salió a la luz en marzo del año pasado y que cuenta con una segunda entrega desde el mes de mayo. Su éxito ha sido tan grande que adelanta que es “probable” que haya también un tercer volumen.

Balmori, muy conocido también por sus colaboraciones en los programas 'Secuencias en 24H' de TVE, 'De vuelta' de Radio 5 y Ser Historia, habla con elDiarioclm.es de esta asombrosa y a veces desconocida etapa del séptimo arte. No en vano, fue un periodo muy corto en comparación con el tiempo en el que estuvo vigente la censura, desde 1934 hasta el año 1966, cuando esas normas se fueron “resquebrajando” y se estableció el sistema de calificación de películas por edades.

El Código fue bautizado con el nombre del funcionario al que pagaron los estudios de Hollywood para su redacción, William H. Hays, por encargo de los propios productores cinematográficos. La mayoría, sino todos, habían recibido presiones políticas y serias amenazas. Sus películas no verían la luz si no se ponían las pilas en “moralidad”.

Los principios generales del Código Hays promulgaban que no se autorizara ningún film que pudiera “rebajar el nivel moral” de los espectadores, ni llevarles a “tomar partido por el crimen, el mal o el pecado”. También establecía que los tipos de vida descritos en una película debían ser los “correctos” y que la ley “natural o humana” no debía ser “ridiculizada”.

A partir de ahí se establecieron varias obligaciones según la temática. Por ejemplo, en cuanto los crímenes, no podían mostrarse de forma que “suscitaran la imitación”, ni con “métodos mostrados con precisión”. Sobre la “vulgaridad”, el código aludía a la necesidad del “buen gusto” acorde con la “sensibilidad del espectador”. En cuanto a la religión o a las blasfemias, prácticamente se prohibía todo lo que fuera “cómico” o “crapuloso”. De hecho, existía un lista de palabras y expresiones que no se podían utilizar como mierda, prostíbulo, jodido, cabrón, caliente (referido a una mujer), virgen, puta, mariquita, cornudo o hijo de puta, entre otras muchas. 

De la prohibición a la certificación

Finalmente, establecía el “carácter sagrado de la institución matrimonial y del hogar”. “El adulterio y todo comportamiento sexual ilícito, a veces necesario para la trama, no deben ser objeto de una demostración demasiado precisa ni ser justificados o presentados bajo un aspecto atractivo”, añadía el manual, junto con la prohibición de “lascivia excesiva”. A todo ello se unían normas sobre vestuario, baila, danza o decorados, algunas “realmente ridículas”.

Una de las censuras más “divertidas” que señala el escritor es la prohibición de que hubiera “cadáveres sexys”. “A qué tipo de persona se le pasa por la cabeza algo así”, comenta entre risas.

Por entonces, las grandes empresas productoras controlaban toda la cadena cinematográfica de principio a fin. Desde la realización hasta la distribución y exhibición, porque disponían de sus propias salas. Cuando entró en vigor el Código Hays, las películas tenían que conseguir la certificación y al estar todo el proceso monopolizado, “si no la conseguían, la distribución se quedaba en nada”

“No era una censura tan férrea como la que hubo en España durante la dictadura, pero sí provocó que, entre otros muchos, se vetaran temas como la homosexualidad, los hijos ilegítimos, las mujeres empoderadas, los delincuentes, las personas antisistema tratadas como héroes o las drogas”, explica Balmori con motivo de la presentación de su obra en la Biblioteca de Castilla-La Mancha.

Eso marcó una barrera en la historia del cine. Después de la entrada en vigor del Código Hays, hubo cientos de películas que permanecieron escondidas durante mucho tiempo. A partir de 1934 ya no se pudieron reestrenar en los cines y dejaron de estar en circulación. Y cuando llegó la televisión, esas temáticas seguían siendo todavía “un poco perturbadoras”, ya que al no haberse repuesto en cines, a la gente no le interesaban demasiado y no se emitían. “Se quedaron en el olvido”.

Las que se salvaron y sí fueron respuestas, lo hicieron “cortadas”. Por ejemplo, hay chistes perdidos de los Hermanos Marx y también una famosa escena de 'King Kong', la de 1933, en la que el gorila le quitaba la ropa a la mujer que atrapaba y después la olía “con mucho placer”.

Fue a partir del año 2000 cuando empieza a haber una corriente para rescatar esas películas e impulsar sus reposiciones. “Es entonces cuando realmente se ve lo impactantes que llegaron a ser”. Eran “sofisticadas, absolutamente modernas y glamurosas”. “Resulta desconcertante ver esos escenarios art déco con gente tratando temas muy chocantes. Eso las hace ahora más interesantes, e incluso vistas hoy en día, con la censura de lo políticamente correcto, resultarían subversivas”.

La lista es amplia, pero hay algunos ejemplos muy significativos. A los de ‘La reina Cristina de Suecia’ y ‘Wonder Bar’ ya mencionados se unen otros como el desnudo integral que aparece en ‘Tarzán y su compañera’, de 1934. En la investigación de Balmori se destacan también otras como 'Safe in Hell', de 1931, la historia de una joven que tiene que prostituirse para sobrevivir y que asesina a uno de sus amantes. En 'Seamos alegres', de 1930, se cuentra la tranformación 'moderna' de un ama de casa tras divorciarse de su marido debido a su infidelidad. Y en 'Inspiración', de nuevo con Greta Garbo, se narra la vida de una modelo que adora frecuentar los ambientes de la vida bohemia parisina.

No se salvó de la 'quema' el cine de gángsters, casi un género en sí mismo desde la llegada de la Ley Seca. “Llegó un punto en la etapa pre-code en que los espectadores jaleaban a los criminales. Era normal. Esos personajes decían tacos, eran más listos que la policía, tenían las mujeres más guapas... Sí, al final los mataban, pero habían tenido una vida de ensueño. Los poderes públicos no podían permitir que saliera eso en el cine”, cuenta el experto.

Una de las películas más representativas es 'El enemigo público', de 1931, con un James Cagney y una Jean Harlow en estado de gracia, que no dejan títere con cabeza entre lo que entonces se consideraba “correcto”.

Antes de estos años, la llegada del cine sonoro en 1929 había sido fundamental. Con ello llegó la “libertad absoluta”. Fue ahí cuando empezó el periodo pre-code. Porque “por mucho que se diga que una imagen vale más que mil palabras o que el cine es imagen, hasta que no se habla en las películas, ni siquiera se pensaba en la censura. La voz es lo que hizo que muchas cosas se volvieran perturbadoras. Podías ver a una vampiresa del cine mudo contoneándose y eso podía considerarse menos censurable que hablar de un adulterio”.

El sonido también trasladó a las películas el lenguaje de la calle, de lo macarra, como sucede en la mencionada 'El enemigo público'. Y del mismo modo, pudo verse cómo hablaban las prostitutas, los y las amantes, y la gente “no moralmente aceptable”. De hecho fue la llegada del cine sonoro lo que provocó que el Código Hays se promulgara por primera vez en 1930, aunque no se aplicó hasta 1934.

Pero ante todo, esta censura fue tremendamente machista. A los vigilantes de la moral “les preocupaba especialmente que hubiera mujeres malvadas, asesinas, infieles o que les gustara el sexo”. Fueron roles y temáticas que se permitieron en el cine “certificado”, es decir, que pasaba el filtro del Código, pero “siempre tenía que haber un castigo para ellas, lo que llamaban un ‘efecto compensatorio’. Consideraban que en el caso de la mujer había un componente moral”, explica el escritor.

Cuenta que uno de los aspectos más fascinantes del cine anterior a la censura es que contaba las historias de chicas “normales, modernas”, que no querían casarse ni tener hijos, o deseaban tener hijos estando solteras, o que eran el sustento económico de sus maridos. En este tipo de películas se especializó la productora RKO, donde trabajaban muchas mujeres guionistas y cineastas como Dorothy Arzner, con cintas tan aclamadas como 'Hacia las alturas', de 1933, donde Katharine Hepburn ya fraguaba su leyenda de actriz libre y empoderada.

Los censores tenían más miedo a que las mujeres se identificaran con otras que eran libres que a que actuaran como las prostitutas

“A los censores eso les gustaba mucho menos que las prostitutas. Tenían más miedo a que se identificaran y copiaran esas actitudes que a que se identificaran con una prostituta. Todas esas mujeres desaparecieron, casi todo fue censurado”, lamenta Balmori.

El experto agrega que eso supuso además un “parón” en la liberación de la mujer y en las corrientes feministas, porque Hollywood era “muy influyente”. “Aún así, el cine fue muy importante en la evolución de la libertad de la mujer. Incluso dentro del Código, los papeles de mujeres aguerridas y fuertes eran muy queridos por el público y ayudaron a esas corrientes”.

El Código Hays se mantuvo vigente más de tres décadas pero “con muchas aristas”. Guionistas y cineastas encontraron inteligentes formas de saltarse la censura de manera sutil y velada. De esta manera, esas normas se fueron “carcomiendo, resquebrajando”.

Y uno de los cineastas que lo hizo posible fue Otto Preminger, con películas como 'El hombre del brazo de oro', de 1955 (con Frank Sinatra y su adicción a la heroína), 'La luna es azul', de 1953 (donde se mencionaba la prohibida palabra “virgen”) y, sobre todo, con 'Anatomía de un asesinato', de 1959, donde James Stewart y Lee Remick nombraban abiertamente unas bragas. Balmori cuenta que el actor llegó a recibir la carta de un fan indignado por su “falta de moralidad”.

Otro militante contra la censura fue el excéntrico multimillonario, ingeniero y aviador Howard Hugues, que en muchas de sus cintas se dedicó a usar los escotes de la actriz Jane Russell como “carnaza” para “cabrear a los censores”. Así lo hizo por ejemplo en 'El forajido' (1943), que se estrenó sin la certificación, pero “como tenía tanto dinero, la publicidad se la pagaba él mismo”.

Por supuesto, Alfred Hitchcock hizo cuanto pudo y más por saltarse las normas del código. En casi todas sus películas había algo que podría haber sido prohibido y no lo fue. Pero el ejemplo que más le gusta a Balmori es 'Encadenados', de 1946.

La escena del larguísimo beso entre Ingrid Bergman y Cary Grant se hizo con “truco”. Las normas establecían el tiempo máximo en que los labios podían estar “pegados” y lo que hizo el cineasta fue burlar esa pauta con los dos actores hablando de diferentes temas mientras se dan besos entrecortados. “Es una de las escenas más eróticas del cine”.

El escritor concluye afirmando que lo cierto es que, pese a casos puntuales, la mayoría de la gente “se tomaba estas normas un poco a pitorreo, como en España con los curas”.

“Pero lo innegable de todo esto es que la censura tiene algo perverso, va unida al ser humano y va a existir siempre de una forma o de otra. Nunca va a haber libertad absoluta para decir lo que queramos. La cuestión es dónde poner los límites y que con ello no se intente dominar o ideologizar a una población entera”, concluye.

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